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Un trabajo que al final salió redondo



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A un tris de cerrar sus puertas y desaparecer durante los 90, la empresa Tinka, de San Jorge, produce hoy 400.000 bolitas de vidrio por día. Es la última y única fábrica en su tipo en Sudamérica, y de allí salen los juguetes más baratos que existen.

bolitasdentro

“Mi viejo estaba viajando por el norte, por Salta creo, y escuchó que allá cuando una bolita le pegaba a la otra le decían «tinka». Nosotros acá le decimos «chanta» o «quema»; en el norte, en cambio, decían: «Te tinké», por «Te pegué». Cuando volvió le puso ese nombre, con «k» de kilo,  no sé bien por qué”. Tinka, entonces con k, es la última y única fábrica de bolitas de vidrio de Sudamérica. Ubicada en la localidad de San Jorge, en 2013 cumplió 60 años con una producción diaria de 400 mil bolitas que se reparten a lo largo y ancho de los patios, las escuelas, las veredas y las calles del país. Lucas tiene 32 años, es el hijo de Víctor Chiarlo, uno de los socios y fundadores de la fábrica y hoy es parte de la administración de la histórica empresa. En diálogo con Mundo Laboral, el joven explicó cómo se trabaja hoy haciendo uno de los juegos más antiguos y baratos del mundo.

—¿Cómo empezó su papá con la fabricación de bolitas?

—Mi viejo desde chico siempre quiso hacer bolitas. Él suele decir que nunca jugó a las bolitas porque no tenía plata, y cuenta que había una bebida que se llamaba Chinchibira, que venía con una bolita adentro. Él rompía la botella y se agarraba la bolita. Y después las casualidades de la vida lo llevaron a trabajar en una fábrica de vidrio donde le tocó ver cómo se fabricaban las bolitas a mano, y ahí su visión lo empujó a fabricarlas él. La fábrica empezó en el año 1953. Había acá en San Jorge una antigua cristalería que se llamaba Faica y dos de sus empleados, Víctor Chiarlo y Domingo Vrech, hacían una cierta cantidad de bolitas de forma manual. Entonces, los dos se pusieron a pensar cómo se podía mecanizar ese proceso y empezaron a diseñar la primera máquina de hacer bolitas. Después, Domingo Vrech se abrió de la sociedad, se puso su propia fábrica también de bolitas, que duró hasta los años 90.  En el año 1956 entra a la sociedad el señor Reinero, y desde esa época la fábrica tiene tres socios: Víctor Chiarlo, Ángel Chiarlo que es su hermano, y Ricardo Reinero. Mi viejo y el socio cuando se deciden a poner la fábrica no tenían un mango y fueron a Rosario a buscar la financiación. Había allá unos grandes bazares que se llamaban Manavella, que vendían bolitas de mármol. Cuando ellos le llevaron la inquietud de que tenían el mismo producto de vidrio, les interesó. Los primeros que financiaron fueron ellos, hasta que la fábrica arrancó por su cuenta.

—¿Cómo se hacen las bolitas?

—Las bolitas tienen primero un proceso de selección del vidrio. Nosotros no fabricamos el vidrio, lo que hacemos es reciclado de vidrio de botella y de cristal. Compramos tanto botellas como desechos de la cristalería San Carlos. Después lo que se hace es un trabajo de fundición en unos hornos a 1.200 grados de temperatura. Luego viene el moldeado, el vidrio cae como si fuera un chorro de miel sobre unos moldes que son dos rolos que le van dando la forma esférica a la bolita. Los colores son unos cajones que van dentro del horno que llevan unos minerales y que al combinarse con el vidrio fundido hacen una reacción química que da color a la bolita.

—¿Cuántos trabajadores son en la fábrica?

—La fábrica tiene 12 empleados entre los vidrieros, los horneros y los envasadores. Y después están los administrativos.

—¿Qué modelos de bolitas tienen?

—Tenemos dos tipos de bolita: la transparente con colores por fuera y la negra con colores por fuera. Y después está la industrial que es negra, lisa (a trasluz es verde), la que se usa para aerosoles. Y hay dos tamaños: de 16 milímetros y el bolón de 25 milímetros.

—¿Qué valor tiene una bolita?

—La bolita es el juguete más económico del mercado. De fábrica nosotros estamos vendiendo una bolita a 7 centavos, después los negocios lo comercializan desde los 10 centavos a un peso. La bolsita de 100 bolitas la vendemos a 7 pesos y en los quioscos la venden a 20 y 25 pesos. También tenemos temporadas en las que se venden más las bolitas. Lo que es la época de clases es la temporada de la bolita para jugar, en marzo empiezan los pedidos de bolitas de juego, hasta agosto, septiembre, octubre. Después ya afloja y vendemos poco, lo que hacemos en esta época es una bolita para los aerosoles y espuma de carnaval, la bolita industrial.

—¿A quiénes abastecen?

—Nuestra política es abastecer el mercado del país. Indirectamente sí exportamos, es decir a través de otros que nos compran, pero no nosotros. Nuestros principales puntos de distribución son Buenos Aires, Rosario y Córdoba. Lo que no quiere decir que sea donde más se juega; de ahí se reparten al resto del país: donde más se juega es en el norte.

—¿Cuáles fueron las épocas más difíciles para la producción de bolitas?

—Los peores años fueron los 90. Con los precios nuestros, al entrar la importación, nos costaba un pedazo de vidrio lo mismo que una bolita importada en el mercado. La fábrica estuvo a punto de cerrar, se dejó de producir en esos años. Los tres dueños –además de la fábrica–  tuvieron que conseguir un trabajo por afuera. Fue una década muy mala para nosotros. Mi viejo en ese momento tomó una decisión que criticamos muchos que fue comprar una máquina para fabricar. Teníamos una máquina nacional que la habían hecho ellos y en los 90 compró una máquina de tecnología china que es la que usamos hoy. En ese momento lo queríamos matar, pero hoy gracias a esa decisión estamos fabricando 400 mil bolitas diarias.

—¿Y los mejores momentos?

—El mejor momento es la actualidad. Hoy es un negocio rentable. Todo empezó a cambiar desde el 2002 con la devaluación, y empezamos a competir otra vez. A partir de ahí empezó a mejorar la situación. Hoy se importa muy poco y eso nos favorece mucho.

—¿Es un juego que sigue vigente?

—A veces nos sorprendemos nosotros mismos. Nos ha pasado de ir a exposiciones donde montamos el stand y ponemos nuestros carteles donde cuentan la historia y la del juego y los abuelos se ponen a leer y se les caen las lágrimas. Los más nostálgicos y románticos siguen tratando de mantener este juego, si bien, como decía, en el norte se juega mucho, porque es un juego que donde hay pobreza se juega más. Es un juego que tiene mucho valor social y también es un juego de estrategia. Hoy por hoy batallamos contra otro tipo de juegos en los cuales los chicos no se interrelacionan o lo hacen a través de una computadora. Este juego implica un contacto con el otro, con el que se juega. Hay reglas y juegos distintos dependiendo de cada lugar en que se juegue, por eso es tan difícil hacer un campeonato de bolitas. En San Jorge se juega al Opi o al Hoyito, y después en el norte de la provincia es totalmente distinto, como la Troya. Cada zona tiene su reglamento que va mutando. Nos pasa que en las ferias a los más chiquitos les despierta mucha curiosidad porque muchos no lo conocen, ni siquiera. Lo sorprendente es que el papá agarra la bolita y le empieza a enseñar. Yo tengo 32 años, mi generación sabe lo que es el juego, pero los más chiquitos no. Acá en San Jorge sí se nace jugando a las bolitas, como en el norte: en los patios de muchas escuelas del país hay tierra y se juega durante el período de clases. Nosotros hacemos visitas guiadas a la fábrica con las escuelas, tanto por el tema de la tradición del juego como del reciclado. Duran unos 15 minutos y los chicos ven todo el proceso. Y siempre se llevan una bolsa de bolitas de regalo.

—¿Y en la fábrica se juega?

—En la fábrica no jugamos, la verdad es que los empleados trabajan un montón. Es un trabajo muy duro, hacen turnos de seis horas, con los hornos a estas temperaturas es muy pesado el trabajo. Y no tenemos ni tiempo. Sí vienen los chicos y agarran las bolitas del piso y se ponen a jugar un poco en la calle. Las bolitas que caen afuera de la máquina van rodando y se van yendo solas a la calle, y los chicos de por acá las desentierran y se ponen a jugar.

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