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Un trágico final: el Indio Cabral se fue muy pronto

El pampeano tenía todo para ser un gran campeón, pero perdió la vida en un accidende automovilístico a los 23 años.

El estadio Luna Park lucía iluminado como en sus grandes noches. Las marquesinas anunciaban un gran espectáculo. Sábado 9 de junio de 1979. Trece mil treinta espectadores asistieron a una pelea salvaje, vibrante, áspera, con alto voltaje  emocional. Miguel Ángel Castelli, ex campeón mundial de los medianos, cerca del retiro con 32 años de edad, aceptó un reto que excedió el campo deportivo. Tocado en sus fibras de hombre temperamental, subió a combatir con un noquedor nueve años más joven. Alfredo Horacio “El Indio” Cabral. Un recio boxeador que había sido colaborador de Castellini y entre ambos existía una marcada mala relación. Las agresiones y amenazas verbales habían circulado los días anteriores. No fueron pocos los que le dijeron a Castellini “No agarrés esta pelea…” Prevaleció la juventud y la potencia ante  la experiencia. Algo más de veinte minutos de lucha dieron la victoria por nocaut técnico a Alfredo Cabral. Sucedió en el octavo capítulo. La noche dejó en claro que el ganador estaba en su mejor momento y asomándose a un futuro promisorio. Las grandes ligas le abrían sus puertas. Miguel Ángel Castellini bajó del ring rodeado de aplausos. El público premió su coraje y valentía.

Alfredo Cabral nació en La Pampa. Se crió en Estación América, un pueblo de la Provincia de Buenos Aires con cerca de 8.000 habitantes. Ingresó al mundo del boxeo por casualidad. “Me sumé a los entrenamientos para poder entrar gratis a los festivales del cine Splendid. Después  me gustó, me entusiasmé y no dejé más”, dijo alguna vez Cabral.

Comenzó a dejar impresiones favorables cuando integró el equipo argentino amateur en 1974, en el Primer Campeonato Mundial en la Habana, Cuba. Fue figura destacada.

Arrastrando una historia de privaciones, necesidades y pobreza, modeló su recia personalidad. No completó la escuela primaria. Encaró múltiples trabajos. Desde esquilar ovejas junto a su padre Juan, un araucano puro, hasta vendedor ambulante. Su debut rentado se produjo el 2 de febrero de 1976, en la localidad de Daireaux (Buenos Aires), noqueando en un round a Natalio Ibarra. Fue un mimado del Luna Park, donde hizo 12 peleas, ganando 9,  perdiendo 2 y empatando una.

Juan Carlos Tito Lectoure lo recordaba de esta manera: “El Indio Cabral fue un fenómeno. El primero en llegar a la mañana a entrenar y salir a correr. No tengo dudas que era el futuro campeón mundial. Muy parecido a Víctor Emilio Galíndez en sus comienzos. Gran personalidad y una fe bárbara en todo lo que hacía”.

El 30 de junio de 1979, en un lujoso vestuario de la ciudad de Montecarlo, el mendocino Hugo Pastor Corro, defendía el título mundial mediano ante el norteamericano Vito Autofermo. Una velada de presencias internacionales: Bob Arum, Rodolfo Sabattini, Nino Benvenuti, engalanaban el ring side. El enorme Marvin Maravilla Hagler lucía en la cartelera. Mientras Corro se vendaba los puños, escuchó: “Hugo espérame que en diez minutos vuelvo”. El mendocino levantó la vista y viendo a un sonriente Cabral con su bata puesta, le dijo: “No exageres. Mirá que es zurdo…ojo, cuídate”.  Alfredo Cabral no exageró, a los pocos minutos volvió al vestuario contento. Noqueó en un breve combate al sudafricano Elijab  Tap Tap Makhatini, que tenía el séptimo lugar en el ranking mundial.

Su carrera, en progresiva marcha ascendente, esperaba una chance mundialista. La categórica definición le abrió las puertas. Nadie imaginó que el destino estaba escribiendo otro libreto. El futuro como campeón mundial se disipó igual que una brisa de verano.

El jueves 6 de julio de 1979, recién llegado de Europa, Cabral llamó a  Lectoure: “Tito, mire que me voy a Bahía Blanca. Mañana pelea mi hermano Raúl. Quiero verlo y darle una mano. Va a pasar por el Luna mi manager, Enrique Gianera a cobrar lo de Montecarlo. Me dijeron que son 7.000 dólares. Gracias”…

Lectoure lo saludó y le agregó la buena noticia que una valija con juguetes para su hijo que se había extraviado en el aeropuerto había aparecido.

Terminada la pelea en Bahía Blanca, no quisieron quedarse en un hotel. Regresaron a Estación América en un Peugeot 504, color verde claro, flamante compra de Cabral. A la altura del kilómetro 29 de la Ruta Provincial 33, en la estación La Vitícola, cerca de las dos de la madrugada, chocaron fatalmente. Murieron Alfredo Cabral y su manager. Carlos Villegas y Oscar Gianera sobrevivieron luego de serias lesiones.

Cabral rompió el modelo con aquello de “Pueblo chico, infierno grande” y que se aplicaba especialmente a los exitosos y la envidia que generaban. Todos lo querían en América y gran cantidad de gente acompañaron sus restos mortales.

Con buena parte de los 25 millones de pesos de aquella época, ganados en su combate ante Castellini, había comprado una casa para su familia. No pudo estrenarla.

“Me gusta que digan que soy parecido a Monzón, pero Monzón es él y yo soy yo. Quiero hacer mi propia historia”, aseguró el pampeano ante alguna comparación.

Atrás quedó el boxeador espectacular, agresivo, salvaje, de combinaciones tan potentes como veloces. Su sonrisa dibujada en una cara de indio con ojos de mirada penetrante y pelo renegrido. Tenía en su partida, sólo 23 años de edad.

Una vez más, alguien trazó un camino a seguir, pero el destino tenía otras rutas.

En un mediodía de radiante sol se produjo el entierro. Una brisa suave trajo los compases de un tango de Homero Manzi: “Cuarenta cartones pintados con palos de ensueño, de engaño y amor. La vida es un mazo marcado; baraja los naipes la mano de Dios…”

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