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Una alegría, entre tantos sepultados

Por: Carlos Duclos

La humanidad, en estas horas, estuvo pendiente de 33 vidas y muchos más destinos. Sí, muchos más destinos porque el presente y futuro de los mineros que permanecieron aislados del mundo y de la luz por más de dos meses no sólo influirá en ellos sino en su entorno inmediato y más allá también.

Muy pocas cosas quedan por decir cuando todas las palabras y las mejores imágenes han llegado a cada persona, a cada hogar en todo el planeta. Tal vez las reflexiones huelguen, porque en ocasiones una circunstancia bien observada vale más que mil palabras. Sin embargo, una señal al margen de tanta y precisa noticia no está de más. Y esta señal no es otra que ésa que da cuenta al ojo analítico que junto con los 33 mineros, se han rescatado, en el desierto de Atacama, otras cosas. Y no son menores, no son débiles, son virtudes que a veces –casi siempre– desaparecen del corazón del hombre devorado por la imbecilidad o la maldad.

Hacia el tubo de acero por el que emergieron estos seres rescatados confluyeron en las últimas horas los mejores deseos, los más diversos esfuerzos. Brotaron del manantial que le es propio al hombre, de ése que forma parte de su naturaleza pero que la mezquindad suele ocultar, impidiendo su generosa acción.

Desde todas las ideologías políticas, desde todos los credos religiosos, desde toda sangre y color de piel hubo deseos y oraciones. Pidió el Papa, pidió Pelé (que mandó una camiseta con el texto: “Queridos hermanos, estoy orando por ustedes”). Evo Morales, en la antípoda política del presidente de Chile, Sebastián Piñera, estuvo allí, acompañando.

La pregunta que alguna persona, de cualquier parte del mundo, puede hacerse al reflexionar sobre este maravilloso rescate es: ¿y por qué la humanidad está sepultada en la profundidad de la pobreza, de la injusticia social, de la tristeza, de la violencia, del vacío existencial?

La respuesta no puede ser otra que ésta: porque en el mundo hace falta de eso que sobró en la superficie del desierto de Atacama.

A esta sociedad de nuestros días le hace falta una cápsula Fénix, pero  construida de amor y con amor. Un vehículo que rescate al ser humano enterrado debajo de tremendas barbaridades y groseros disparates.

Mientras la mezquindad, el desacuerdo correteen ufanos por el planeta, habrá sepultados que finalmente morirán en la profunda galería de la tristeza.

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