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Una antología breve de cuentos de terror con espíritu festivo

Producida por Sam Raimi “50 States of Fright” es una de las propuestas más singulares de los últimos tiempos. Se trata de episodios de no más de diez minutos para celulares y Tablets donde se cuentan historias macabras al estilo “Cuentos de la Cripta” o “Creepshow”

50 States of Fright es una serie antológica de terror producida por Sam Raimi. Historias autónomas que discurren sobre leyendas urbanas arraigadas en distintos estados de Estados Unidos (Raimi dirige la primera), y que retoman ciertos aires del género de terror a la antigua, en la línea de, por ejemplo, los Cuentos de la cripta.

Ahora, lo más curioso de la serie, lo más atendible, lo más movilizador, no es la serie en sí misma, sino la plataforma a la que pertenece el proyecto, y la singular (por decirlo de algún modo) propuesta que ha lanzado al mercado desde hace algún tiempo.

Un paso tan sorprendente como esperable

La plataforma en cuestión se llama Quibi, y ofrece video online al estilo de Netflix y de todas las otras que inundan el mercado. Toda la producción de series es propia, y está disponible en Argentina desde abril de este año con un período de prueba gratuito de tres meses.

Ahora bien, si ya el mercado está sobresaturado de plataformas que ofrecen series cada vez más chatas, ¿qué es lo particular de Quibi? Lo llamativo es que se trata de una aplicación para celulares y tablets, y que, como regla, los capítulos de las serie no pueden durar más de 10 minutos.

Más allá de las series en sí mismas, más allá de los juicios de valor o de las críticas, Quibi supone cuanto menos un paso más, tan sorprendente como esperable, en el direccionamiento de nuestros modos de ver el cine y la tevé, y claro, el mundo mismo.

La inmediatez mata, ha dicho alguna vez alguien hablando de la búsqueda capitalista del rédito inmediato a costa de lo que sea. A costa, incluso, de una terrible reducción de las posibilidades diversas de nuestras experiencias singulares.

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Seguidilla de estímulos inmediatos

Todo esto, claro, en principio, va más allá de los méritos o las críticas posibles a la serie en cuestión. Pero no se trata, de ningún modo, de un hecho menor. La pequeña diferencia se aplica, se testea, y si con el tiempo se articula con los hábitos, se convierte en regla.

Y no es que el cine no deba transformarse, debe hacerlo, necesariamente debe mutar y renovarse. El cine y los modos de ver no pueden estar atados a la nostalgia de lo que fue, el cine debe mirar a lo contemporáneo de frente, a los ojos, pero para desafiarlo, para sacar a la luz lo que se oscurece en la naturalización de todas las prescripciones.

Pero, ¿es esto que propone Quibi lo que esperamos pueda pensarse como un destino del cine acorde a los tiempos y a sus derivas tecnológicas? Si ya la proliferación de plataformas de streaming como Netflix apelan a la intensificación de un mirar descomprometido desde la comodidad y la repetición.

Si ya esas modalidades irritantes, que de vez en cuando –muy raramente– posibilitan algún que otro acontecimiento destacable, han establecido un modo de mirar atado a la velocidad y al reemplazo, al consumo inmediato cuyo único objetivo es ir por lo siguiente desatendiendo a la experiencia en curso, ¿qué propone esta idea de la “brevedad” como forma de la experiencia narrativa?

En principio, una nueva y peligrosa reducción de las experiencias posibles. No se puede afirmar que Quibi innove en relación a estos modos de ver ligados al tránsito y a lo inmediato; lo que hace en cambio es tratar de institucionalizar algo que ya se hace desde hace tiempo. No se puede negar que el cine o las series ya se consumen de ese modo, al paso, en medio de otras actividades.

Las imágenes ya no irrumpen como una experiencia singular ritualizada (sala, living), sino que se integran en el tránsito de lo cotidiano como un estímulo vacuo cuyo único fin es capturar la experiencia audiovisual en el impulso de la obsolescencia y el reemplazo. ¿Es malo esto por sí mismo? Puede pensarse que sí.

Que se “vuelva” necesario ver el breve capítulo de una serie mientras se viaja en colectivo, que el dispositivo portátil exija cada vez más atención para separar a la experiencia del entorno en toda situación, que “necesitemos” cada vez más estímulos inmediatos para sobrellevar lo cotidiano, supone, cuanto menos, un alejamiento, ya no del cine (lo cual es secundario), sino del mundo mismo.

No se trata de demonizar a la tecnología ni de esbozar una mirada nostálgica sobre formas anteriores del cine, pero sí de pensar en las posibles derivas de una oferta como esta, que en su aparente intrascendencia nos alerta sobre cómo se imponen y naturalizan formas no deseadas de experimentar la vida.

Breve y efectiva

Más allá de todo eso, ¿qué se puede decir de 50 States of Fright? Es breve (claro) y efectiva. Y de tan breve y efectiva poco se puede decir.

Es lo esperable. Ni buena ni mala, efectiva. Una antología de cuentos de terror que recupera el espíritu festivo de los Cuentos de la cripta o de Creepshow.

Cada historia transcurre en un estado de Estados Unidos, y se narra a lo largo (con una excepción) de tres capítulos que oscilan entre los 5 y los 10 minutos de duración cada uno.

Despareja, como toda antología, con sus momentos divertidos, con sus sustos, con sus sorpresas, y con sus lugares comunes, cumple sin embargo con lo que propone.

Pero, ¿cómo podría no hacerlo? ¿Cómo podría no cumplir con esa propuesta que supone llenar huecos de apenas cinco minutos con fórmulas ya probadas y bien producidas?

Poco se puede decir de esta serie, pero es que en realidad tampoco quiere eso, no quiere que hablemos de ella, sólo pide que se la vea y se la olvide de inmediato.

Y la experiencia libre y singular del mundo es una (y sólo una) de sus víctimas. Aquí el cine y las series son un fenómeno secundario, 50 States of Fright nos habla de otra cosa.

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