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Una cancha disidente es mi obsesión

Habitar la cancha para transformarla. ¿Qué lugar ocupan las mujeres en el deporte? ¿Y las disidencias? ¿Qué pasa con el fútbol masculino y la homosexualidad como tema tabú? El fútbol femenino llegó a cambiar y transformar los espacios como los conocemos

“Una cancha disidente es mi obsesión, que entren todos los cuerpos, gritemos gol”. La frase es una estrofa de la canción, que al ritmo de “Y dale alegría a mi corazón”, de Fito Páez, hace tiempo se convirtió en un himno dentro del cancionero feminista. Así, con el pedido de una cancha disidente y de un fútbol que va a ser de todes o no va a ser, el tema aparece como la música perfecta para el anuncio que hizo hace unos meses Villa San Carlos. El club de Berisso es uno de los 17 que participan del torneo semiprofesional de fútbol femenino de la AFA. Y Mara Gómez es la primera jugadora trans que va a participar de un campeonato oficial de la Asociación del Fútbol Argentino.

Su historia se replicó a lo largo y a lo ancho del país. Sus fotos, su recorrido deportivo y su voz llegaron para romper con los estereotipos inmersos en el fútbol que conocemos. No sin antes, claro, generar debates en torno a una posible “ventaja deportiva”. Argumento que suele aparecer a la hora de querer diferenciar el fútbol practicado por varones y el practicado por mujeres, pero que esconde una profunda discriminación detrás. Mara respondió a los ataques y aseguró que “la diferencia física no es real”. “Hay un montón de jugadoras con mucha más fuerza y velocidad que yo. No tiene nada que ver. La gente habla simplemente porque la medicina lo describió así, separándonos sexualmente entre masculino y femenino pero nunca va a hablar de las capacidades del ser humano de adaptarse”, sostuvo la futbolista.

Mara, que dice que el fútbol le salvó la vida, es el ejemplo de que algo está cambiando en el deporte más masivo del mundo. Y no sorprende que ese cambio aparezca en el fútbol femenino. Un deporte, igual que el otro, donde juegan 11 contra once y gana el que más goles hace. Un deporte, a diferencia del otro, en el que las canchas son más libres y lo que históricamente en el fútbol es tabú, en el césped de las pibas se hace bandera.

En las canchas del fútbol masculino, putos, mujeres y travas constituyen “el Otro”, al que hay que someter y dominar. El aguante, expresado en canciones, está plagado de letras misóginas, homofóbicas y xenófobas. “Te vamos a romper el orto” o “Nos vamos a coger a (inserte aquí equipo rival)”, es en las letras de las tribunas un mensaje que dice que el sexo anal es humillación y que nunca puede ser algo deseado y consentido. Además, es siempre a través de la posesión violenta y de la apropiación del cuerpo del otro que se considera una victoria dentro del fútbol. Hay uno que “se coge a otro” y se tiene que entender que es una relación en la que el hombre somete y humilla. Y la heterosexualidad es la norma. Son pocos, o ninguno, los jugadores que pueden expresar abiertamente su identidad y orientación sexual.

En el fútbol de las pibas se revierte la historia, en las canciones y en la cancha. Las jugadoras hablan abierta y libremente de su sexualidad y aquelles que intentan discriminar no tienen lugar. Y se termina convirtiendo en el fútbol de les pibes. Y la cancha aparece como un espacio de lucha, en un espacio que primero hay que habitar para poder transformar. Pero para habitar y transformar, primero hay que conquistar. Y los espacios en el fútbol de los negocios excluyen a mujeres y disidencias. La lucha es de todes, juntes y organizades.

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