Por Jazmin Luzzi
Paula Morel Kristof filmó su primera película, Muña Muña, en 2023 en El Mollar, Tucumán, entre las elecciones generales y el ballotage. El rodaje duró menos de 15 días y lo recuerda como “una película en sí misma”. Paula estudió cine en la Universidad de Buenos Aires y trabajó como productora de cine y TV. En 2019, co-escribió y co-dirigió el cortometraje «Pequeña», que ganó premios en festivales nacionales e internacionales. Muña Muña es su primer largometraje como directora y guionista, y ha sido seleccionada para el WIP del Festival Internacional de San Sebastián, el FAM de Florianópolis, Brasil, y en La Mujer y el Cine, Argentina.
Muña Muña narra la historia de Olga, una enfermera de 60 años que vive en un hermoso valle en Tucumán, Argentina. Después de años viviendo sola con su hijo Rubén, quien está a punto de estudiar en el extranjero, Olga conoce a Stefano, un turista francés más joven. La relación despierta en Olga contradicciones y preguntas sobre su propio deseo postergado.
La película está protagonizada por Lili Juárez y Sergio “El Negro” Prina. Hablamos con Paula antes de su viaje al 74º Festival de San Sebastián que comienza el 20 de septiembre.
—Vas a representar al cine argentino siendo mujer y con tu primera película como guionista, productora y directora en San Sebastián. ¿Tomaste conciencia de lo que significa?
—Yo siento que, desde que hago cine, o intento hacerlo, lo dejo todo. El cine es, ante todo, un trabajo de dedicación absoluta y perseverancia. Y lo que estoy haciendo es trabajando mucho, en cada detalle para que la película tenga la mejor llegada posible y para representar a nuestra cultura dándolo todo. Trato de poner mi pequeño acto de militancia en cada gesto, desde colaborar con amigos y amigas que quieren escribir o salir a filmar. Aunque haya un gobierno que no quiera que la cultura se visibilice, la vamos a visibilizar igual. Debemos defender lo que hemos logrado.
—¿Cuál crees que es el lugar de la mujer en el cine hoy?
Yo creo que hoy, en la Argentina que estamos viviendo, con la destrucción del INCAA y un gobierno que está destruyendo todas las instituciones culturales, incluyendo las que defienden los DDHH y los derechos de las mujeres, pero también todos los derechos, especialmente el derecho de las personas a la cultura. Siento que es una alegría inmensa haber quedado en el festival como directora mujer y latinoamericana y que la película tenga proyección en el Festival, que exista; que se vea, me da muchísima felicidad, me da una sensación un poco indescriptible, no encuentro palabras. Haber hecho la película, que hoy esté seleccionada en el WIP de San Sebastián, haber podido filmarla, y la historia que cuenta, todo es un regalo.
—¿Cómo pensaste esta película?
–La película tuvo muchos momentos, y el guion pasó por muchas etapas, muchos borradores. Las reescrituras siempre incluyen la opinión de otros. Aunque tengo mis propias creencias y sé el mundo que quiero contar, me interesa cotejar esa mirada con otras personas. Empecé escribiendo el guion en un taller de dramaturgia, donde éramos ocho personas que nos encontrábamos todos los viernes en el living de Javier Daulte. Javier es una persona impresionante, un genio, y quien hizo posible consolidar mis ideas en un guion y empezar a constituirme como guionista, directora y autora. Además de ser un genio y saber muy bien cómo orientar a sus alumnos en el arte de escribir, es una persona muy generosa. Así que la película nace ahí, con la ayuda de Javier y de todos mis compañeros, porque era un taller muy colectivo, donde todos los viernes leíamos las escenas. Así se escribió este guion. Después, trabajé con Celina Murga en una tutoría privada, también fue una experiencia muy enriquecedora para el proyecto. Siento que el gran camino de la película se abrió cuando conocí a Agustín Toscano: el gran director tucumano. Llegué a él porque vi sus películas y me encantaron y, como mi película sucedía en Tucumán, lo contacté porque pensé que iba a entender muy bien lo que yo quería contar y así fue. En Agustín encontré no solo un tutor, sino un amigo, una persona muy generosa que cree que todo lo que te propongas es posible. Para mí, hacer la película siempre parecía algo muy lejano, pero Agustín decía que sí, que la íbamos a hacer. Luego apareció Nicolás Araoz, otro gran escritor y director, ahora un amigo. Ambos, Agustín y Nico, fueron los tucumanos que le dieron al proyecto otra realidad, otra fuerza.
—La protagonista de Muña Muña está en un momento vital, cerca de los 60, a punto de quedarse sola en su casa, con el nido vacío para una madre soltera en un pueblo del monte. ¿Qué te inspiró ese personaje? ¿Cómo describís el redescubrimiento de Olga?
—A mí me gustan las historias de amor, y me vino así, casi de forma psicoanalítica, porque escribí esta película cuando fui mamá, al año y pico de serlo. Creo que algo del puerperio influyó en todo esto. Yo no me encontraba en esa situación, y escribir el guion y entrar en esas escenas de amor de la película fue para mí recuperar algo que no tenía en ese momento en mi vida. Cuando acabas de tener un hijo, todo eso se desfigura. Recuperar en la ficción lo erótico, la sensualidad, el enamoramiento, fue un modo de volver a mis propios recuerdos de lo que son las situaciones románticas, de lo que significa enamorarse, tanto para mí como para mis amigas, o los relatos que me cuentan. Para mí, el amor que siente Olga es la forma en la que nos enamoramos.
—Pero hay un punto importante, porque esa mujer que se enamora es una mujer madura. No solemos ver en las ficciones historias de amor de mujeres en la menopausia…
–Yo ni me lo planteé… Habiendo sido madre casi un año o dos antes de estar escribiendo el guion, gestándolo, es como si hubiese algo inconsciente en pensar que el amor volvía a ser posible una vez que ese hijo crece y se va de la casa. ¿Me entendés? Como si el nido vacío permitiera que otras cosas se regeneren. La maternidad me llevó a pensar que, durante un tiempo, tenías que ocuparte de eso completamente, pero luego, cuando ese ciclo cambia, se abre espacio para otras experiencias.
—Conectaste el ser madre y el nido vacío. Y ahí aparece el enamoramiento, lo sensual, el redescubrirse como mujer, ¿no?
—A mí siempre me vienen imágenes de escenas en el baño, en la ducha. Desde que fui mamá, el lugar más erótico, o el momento más erótico, es ducharse, estar en la intimidad del cuerpo. También pienso que a las mujeres, y sobre todo a Olga, que es madre soltera, ¡no les queda tiempo para nada! No es solo que se postergan; en su caso, es como si ella misma se hubiera procrastinado. La maternidad te toma por completo, y si además sos una laburante, te toma el hecho de tener que conseguir la comida, trabajar, criar al pibe. No existe lugar para una misma.
—Además, la película fue filmada en el lugar donde vacacionabas de chica. La casa de Olga es la casa de tu abuela materna. ¿Cómo fue filmar en El Mollar?
—La que vivía en Tucumán y tenía la edad de Olga era mi abuela. Los diferentes personajes que inspiraron la película eran sus vecinos y vecinas. Soy nieta e hija de una familia que es un matriarcado. Y, en particular, mi madre también fue una gran influencia. No te digo que fue madre soltera, pero son mujeres muy dedicadas a muchas tareas. Cada escena fue pensada desde mis recuerdos. Mi abuela de buen comer y buen cocinar. Me decía: “Andá a las mellizas, comprá el queso de tal marca, y solo en ese negocio”. Así pensé las escenas, y tuvimos que ir a Las Mellizas a filmar, así con cada locación. Eso le dio mucha verdad a la película. Creo que hay algo de esa realidad en la película, tanto en el guion como en el diseño de producción.
—La película se filmó entre las elecciones generales y el ballotage el año pasado. ¿Sos consciente ahora, a punto de proyectarla en el WIP de San Sebastián, de lo épico que fue filmarla?
—Yo creo que, por un lado, tuve la suerte y la buena decisión de contar con mucha gente que me acompañó en ese momento previo a filmar. Ellos me decían: «Es ahora, es ahora, es ahora». Mi deseo de sentir que si no era en ese momento no iba a ser nunca. No imaginaba que luego las políticas culturales en Argentina iban a cambiar tanto. Todavía me cuesta entenderlo; no termino de caer. Individualmente, haber hecho ese rodaje me salvó de una catástrofe personal, porque si no lo hubiera hecho en ese momento, no lo habría hecho nunca. La película fue una de las últimas que se filmó con el último régimen de subsidios y apoyo al financiamiento. El rodaje en sí fue una película aparte; los técnicos y los actores fueron gladiadores, todo fue increíble.
—¿Qué significa esta película para vos?
—La película es un equipo; el cine es cada granito de arena de cada una de las personas que trabajan en él. No hay cine unipersonal; ese no es mi cine. Esta película me permite seguir escribiendo películas de amor.