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Una clásica historia de venganza desplegada en un violento submundo criminal

Nicolas Winding Refn desestabiliza el mundo propio del cine negro con excéntricos y absurdos elementos del cine fantástico donde abundan proxenetas, narcotraficantes, mafiosos, asesinos y una enigmática santa o alienígena que ostenta poderes sanadores y destructores

Especial para El Ciudadano

Si el panorama de 2022 en relación al mundo de las series no había sido demasiado estimulante, este 2023 comienza inesperadamente con una propuesta límite que rompe todo pronóstico. No es uno de los estrenos de enero más promocionados por la cadena Netflix, y se entiende por sus singulares características, pero en su extrañeza supone un nuevo acontecimiento radical, con el danés Nicolas Winding Refn volviendo al streaming después de la también notable Too Old to Die Young (2020). Se trata, en este caso,  de la deslumbrante e inclasificable Copenhaghen Cowboy (coescrita junto a Sara Isabella Jønsson Vedde, Johanne Algren y Mona Masri), más que una serie, una película de trance dividida en seis capítulos de 50 minutos aproximadamente de duración cada uno.

Cuando todo es violencia en toda sus manifestaciones

Copenhaghen Cowboy cuenta lo que podría ser, en principio, una clásica historia de venganza desplegada en el violento submundo criminal de Copenhaghen. Proxenetas, narcotraficantes, mafiosos, asesinos. En los mundos del realizador danés nada parece existir por fuera de eso. Nada ni nadie. No hay sosiego. Todo es crimen, violencia en todas sus manifestaciones y venganza. El mundo en su integridad es ese, sin afuera.

Profundizando aquí sin reparos ciertas líneas abiertas en la serie anterior, Nicolas Winding Refn desestabiliza desde el inicio ese mundo artificial propio del cine negro con excéntricos y por momentos absurdos elementos del cine fantástico. No sólo pululan aquí aquellos habituales personajes del submundo mafioso, sino que también se arraiga otra clase de criaturas, vampiros, hechiceras, santas, alienígenas, gigantes, o lo que sea. Nada está del todo claro.

Ese mundo se ha salido completamente de quicio, su orden es arbitrario y fascinante. Y gestionando una torsión ya anunciada en la serie previa, en este mundo en el que el falo dicta la ley mafiosa de la violencia, son las mujeres quienes tomarán en sus manos la decisión de establecer una justicia posible. Pero claro, eso sí, sin salir jamás del círculo de la violencia, convirtiéndola en cambio en un gesto poético.

En esta caso se trata de la enigmática Miu, santa o alienígena, que ostenta poderes sanadores y destructores tanto como un perfecto manejo de las artes marciales. Será ella la que, sin que se llegue a revelar del todo su historia, realice un desquiciado derrotero de venganza por ese paisaje artificial hecho de lisérgicas luces rojas y azules y de deslumbrantes sintetizadores retro que hacen que la serie deba escucharse a máximo volumen para el pleno disfrute.

Belleza, oscuridad y creatividad

Ahora bien, ese mundo fuera de quicio, el mundo de Copenhaghen Cowboy, es un mundo construido minuciosamente, punto por punto. No es algo que parezca preexistir (como en el marco de un estatuto “realista”), sino que se va erigiendo parsimoniosamente ante la mirada, arrastrado por una cámara que lo va pintando, pincelada a pincelada, agregando trazos caprichosos e inesperados, y dictando el tiempo de su despliegue. En cierto sentido nunca son las acciones las que estipulan el comportamiento de  la cámara, sino a la inversa. Los movimientos de cámara recorren con una parsimonia de ensoñación espacios y gestos desatendiendo a veces a las exigencias de la acción, o mejor, determinándolas.

En los diálogos, entre algo dicho y la réplica, se produce en general una pausa excesiva, forzada, que no responde a la dinámica del diálogo, sino al tiempo necesario para que la cámara realice un lentísimo paneo entre quien pronuncia un enunciado y quien responde. Sólo al terminar el barrido desde un personaje al otro, este último estará habilitado para soltar la palabra, ya quebrada la dinámica habitual por una pausa que establece una pronunciada distancia sensorial.

Así, la cámara, en repetidos movimientos circulares, dibuja ese mundo ante nuestros ojos, no lo supone como preexistente, sino que lo crea arbitrariamente según sus reglas. Lo instaura en el tiempo, en un tiempo de ensoñación en el que cada gesto pesa como un yunque, y en el que todo se desarrolla como arrastrando una carga fatal e insostenible. E incluso allí, en ese tiempo de duermevela que nos induce a una profunda inmersión en ese infierno, la superficie de la imagen se evidencia aún más como un lienzo en el que suceden, trazo por trazo, infinidad de maravillas: reflejos, parpadeos, texturas, colores, visiones obnubiladas, formas cercanas a la abstracción; todo un universo de detalles visuales y sonoros que constituyen la trama sensible de ese mundo fuera de quicio.

Un mundo sin afuera, sin exterioridad, enrollado inevitablemente en el interior del círculo de la violencia. Con belleza, oscuridad y creatividad, Copenhaghen Cowboy propone el relato desde una sensualidad avasallante. Es necesario no sólo verla, sino sentirla, para después amarla u odiarla.

Por fin, en este caso, es mucho lo que puede decirse de esta serie y poco el espacio. Cabe entonces recomendar fervorosamente su visionado, que sí, generará tanto adhesiones incondicionales como rechazos virulentos, y ambas posiciones estarían plenamente justificadas por las características de la propuesta misma. Pero vale en principio cuanto menos  tomarse el tiempo para conocer y sentir esta singular obra, una verdadera extrañeza a celebrar en el universo estanco de las series.

 

Copenhagen Cowboy / 1era. Temporada / 6 episodios / Netflix

Creador / director: Nicolas Winding Refn

Intérpretes: Angela Bundalovic, Andreas Lykke Jørgensen y Li Ii Zhang

 

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