Elisa Bearzotti / Especial para El Ciudadano
Día a día se van sumando las noticias sobre amigos, familiares o conocidos fallecidos por culpa del coronavirus. Antes preguntaba: “¿Qué edad tenía? ¿Sufría de alguna comorbilidad?”. Hoy ya ni pregunto. El dato es inútil y no informa sobre las diversas y desconocidas causas que expulsan el aire de nuestros pulmones, y nos dejan indefensos frente al cruel invasor. La pandemia nos sigue interpelando: es cruel, dura, difícil de remontar y sobre todo desigual. ¿Por qué a unos sí y a otros no? ¿Por qué para algunos es un simple resfriado y otros pierden la vida? Habitada por incongruencias, mi alma –ante la dolorosa e inesperada noticia de la partida de alguien– enseguida intenta un distanciamiento, como si el acontecimiento fuera imposible de creer o formara parte de una dimensión desconocida e inhóspita. Como una sonámbula, me quedo en el espacio del “no saber”, no quiero conocer los detalles, no pregunto demasiado para no enterarme de las circunstancias –tan parecidas a las mías– que conformaban el diario transcurrir de quien se ha ido tan pronto. Y así, con los miedos adheridos a la piel, parados entre la incredulidad y la angustia, vamos recorriendo la vida desde hace más de un año.
Hoy por hoy, nuestra rutina cotidiana está salpicada de incertidumbres, que se hacen aún más severas cuando a la vulnerabilidad física se agrega la económica, con pérdida de ingresos, de trabajo, de formas de subsistencia. Y en ese sentido, como siempre, los números hablan por sí mismos. De acuerdo a los datos proporcionados por el FMI, durante el 2020 la economía mundial se contrajo un 4,4%, la peor caída desde la Gran Depresión de 1930. Llamativamente, la única economía que creció fue la de China, cuna de la pandemia, que registró un incremento del 2,3%. En Latinoamérica, donde la informalidad, la falta de empleo y la marginalidad resumen la vida de millones de personas, según las proyecciones hechas por la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) la contracción económica del año pasado fue tremenda, con un impacto negativo del 7,7%, y Argentina se encuentra entre las más vapuleadas (-10,5%). Según el organismo, se trata de la mayor caída en 120 años.
Como ha ocurrido en el resto del mundo, la pandemia ha provocado en la región un aumento de las condiciones de deterioro social, con su cuota de desempleo, pobreza y desigualdad, que ha golpeado duramente a muchas familias. Luego de semejante crac económico, los expertos vaticinan que tendrán que pasar varios años antes de que los indicadores mejoren sustancialmente. Y todo dependerá de factores como la evolución de la pandemia, la disponibilidad de las vacunas, la capacidad de los países de mantener las políticas de apoyo y lo que pase con el resto de la economía mundial. Por eso, uno de los mecanismos que se viene debatiendo para hacer frente a esta catástrofe social es la aplicación del IBU o Ingreso Básico Universal, un controvertido pero eficaz modo de abrir el juego a nuevas alternativas de subsistencia. Un año atrás, en nuestra Crónica de Cuarentena, citábamos a Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Cepal, quien aseguraba que “ante las grandes brechas históricas que la pandemia ha agravado, es el momento de implementar políticas universales, redistributivas y solidarias con enfoque de derechos”, y sumábamos a sus palabras algunas experiencias que se venían realizando en regiones tan disímiles como Alemania, algunos países de África, Finlandia y Estados Unidos.
Y justo un año después, Deutsche Welle, la cadena de medios alemana, informa sobre un proyecto piloto que se está desarrollando en ese país, llevado adelante por una ONG llamada “Mi renta básica”. La organización, que está subvencionada por donantes privados, pagará una renta mensual de 1.200 euros mensuales durante tres años a 122 participantes. Si bien los impulsores del proyecto están convencidos de que entregar dinero a todos los ciudadanos sin condiciones solucionaría muchos de los problemas de la vida actual -las personas serían más libres, creativas y felices- las brechas ideológicas están a la orden del día, ya que los detractores afirman que recibir dinero gratis hace mellas sobre la innovación y el espíritu empresarial.
En la misma línea, recientemente la ONU propuso brindar una renta básica temporal a unos 2.700 millones de personas –más de un tercio de la población mundial– con el fin de frenar el avance del coronavirus. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) calcula que costaría unos 199.000 millones de dólares al mes facilitar un ingreso básico a personas en un total de 132 países, una cantidad abultada pero que considera asumible para los Estados ante la emergencia sanitaria y social que vive el mundo, destacando la posibilidad de que los países usen los fondos que este año tendrían que destinar al pago de deuda externa.
La propuesta es que cada persona reciba con regularidad una suma de dinero por parte del Estado, sin contraprestación alguna, por el solo hecho de existir. Impulsores y detractores no faltan, pero lo cierto es que, a la par de la pandemia, la iniciativa ha cobrado renovado impulso, especialmente en América latina, región con el triste récord de ser la más desigual del planeta. «La pandemia dejó en claro, a los ojos de toda la población, lo que muchos investigadores ya sabían: que hay un enorme contingente de latinoamericanos que viven en una situación de inseguridad económica, sobre todo por las relaciones laborales muy frágiles o precarias”, expresó a Deutsche Welle Fabio Waltenberg, profesor asociado de la Universidad Federal Fluminense. Entre los expertos existe un consenso en relación a que los beneficios excederían el ámbito puramente económico. “Creo que tendría un impacto sin precedentes en las mentalidades y en la consolidación de nuevas formas de ciudadanía”, indica la economista y profesora Lena Lavinas. Así también lo ve el filósofo y especialista político Nelson Villarreal, quien afirma: “De la misma forma en que se asumió la ciudadanía política, es momento de reconocer y garantizar la ciudadanía económica básica a todas las personas”.
Es interesante ver como lo pandemia, más allá de provocar angustia y sufrimiento, también habilita nuevas formas de pensamiento, que el mismo dispositivo que en su discurrir manifiesta dolor también sirve para generar conciencia sobre aspectos históricamente postergados. Una de cal y una de arena, como suele decirse… el único modo de construcción que conocemos.