Hace trece años los detalles macabros del homicidio de Alberto Burdisso, un hombre de 60 años cuyo cuerpo fue sepultado con escombros en el pozo de un aljibe cerca de El Trébol, llegaban a los titulares de la prensa nacional. La investigación reveló una historia de codicia que terminó con altas condenas para los tres implicados. Uno de ellos, el rosquinense Marcos Brochero, saltó a la palestra otra vez en los últimos días, por un delito igual de aberrante: lo acusaron de haber abusado durante tres años de la hija de su pareja, una adolescente que hoy tiene 16 años. Este jueves, la Justicia de Santa Fe lo dejó preso por el plazo de ley.
De acuerdo con fuentes del caso, esta nueva causa que pesa sobre Brochero comenzó a develarse con la denuncia de la víctima presentada en marzo pasado.
Según trascendió, la adolescente sufrió los abusos desde que tenía 13. Y expuso que los ultrajes se cometieron en la casa de Cañada Rosquín que Brochero compartía con su pareja, madre de la chica, pero también en un camión que manejaba el abusador que en algunas ocasiones salía de viaje y la invitaba. Las diligencias en la causa derivaron en un pedido de captura pero cuando los policías lo fueron a buscar, no lo encontraron.
El martes, personal de la Agencia de Investigación Criminal (AIC) del Departamento San Martín detuvo al sospechoso, de 43 años, en la vecina localidad de Pérez. Brochero quedó alojado en la Alcaidía de Sastre, hasta que el fiscal Carlos Zoppegni lo acusó como autor de abuso sexual gravemente ultrajante, doblemente agravado por la guarda y por situación de convivencia preexistente con una menor de edad y recibió prisión preventiva dictada por el juez Pablo Ruíz Staiger.
13 años atrás
Brochero cumplió una condena como partícipe secundario del crimen de Burdisso, caso que mantuvo en vilo a la ciudad de El Trébol desde que el 20 de junio de 2008 un cazador se acercó hasta una comisaría para decir que en una tapera había olores nauseabundos. Fueron Bomberos voluntarios de El Trébol quienes hallaron el cuerpo del hombre debajo de escombros, ramas y chapas.
En tiempos donde sobreabundan productos de ficción y documentales basados en casos escabrosos y asesinos en serie, la causa del homicidio de Burdisso bien podría representarse en un guión de pantalla chica o plataforma de streaming. “El Trébol: hallan cadáver en un aljibe abandonado»; «Cuando la codicia puede más que el sentido común”, tituló este diario hace más de una década, por nombrar un par de la serie de notas que demandó el episodio.
La pareja planificó y ejecutó la trama siniestra durante un año y medio. Alberto Burdisso, un hombre de 60 años sin herederos, empleado del club Trebolense, había cobrado en 2002 una indemnización de 200 mil pesos por la desaparición de su hermana, ocurrida el 21 de junio de 1976 en San Miguel de Tucumán durante la última dictadura cívico militar.
En 2007 Burdisso entabló una relación amorosa con Gisella Córdoba, 33 años menor, y fue cediendo: la mitad de su casa (ya que la otra mitad pertenecía a su ex esposa Mary), los muebles, un auto y gran parte de sus sueldos mensuales. Incluso se mudó a un garaje y dejó la vivienda en manos de Córdoba –que la terminó alquilando el mismo día en que Burdisso fue empujado al pozo donde agonizó por tres días–, justo cuando se enteró que el supuesto hermano de ella era en realidad su marido: Marcos Brochero. Otro hombre, Juan Huk, de entonces 63 años, supuesto amante de Córdoba, también terminó involucrado en el crimen.
El domingo 1º de junio de 2008, Gisella y Huk pasaron a buscar a Burdisso para ir a buscar leña a un campo ubicado a siete kilómetros del casco urbano, donde hay una tapera. “El lugar del homicidio fue muy bien elegido”, había destacado un investigador. Allí lo empujaron en un pozo de diez metros de profundidad y diámetro reducido. Para el juez, fue la chica la autora del empujón.
De acuerdo con la autopsia, Burdisso sufrió la fractura de cinco costillas y el disloque de un hombro durante la caída, y probablemente quedó inconsciente. Murió debido a asfixia por confinamiento recién tres días después. El celular que llevaba encima recibió dos llamados desde el aparato que estaba a nombre de Gisella.
Para la investigación, con el llamado los homicidas buscaban asegurarse que la víctima hubiese fallecido. De igual manera uno de los tres implicados fue hasta el lugar ese mismo día y arrojó mampostería, broca, hojas y tierra para culminar la faena. Por esa acción se inculpó a Gisella, aunque en un principio lo mencionó a Brochero.
El móvil del crimen fue el cobro de un supuesto seguro de vida que Gisella creía que estaba a su nombre, aunque en realidad la beneficiaria era Mary, la ex pareja de la víctima. En junio de 2010, Gisella fue condenada a 20 años de prisión; Brochero a 7 años y 9 meses y Huk a 7.