El 18 de agosto se cumplió un nuevo aniversario del nacimiento de la maestra y pedagoga Olga Cossettini. “La señorita Olga” nació en San Jorge, Santa Fe, en 1898 y fue la segunda de cinco hermanos. Su padre era un comerciante y maestro de escuela llamado Antonio y su mamá una inmigrante italiana de nombre Alpina. El matrimonio, como tantos, llegó a la pampa santafesina corrido por las penurias de una Europa que comenzaba a envejecer de autoritarismo. Sus valores de trabajo, pero principalmente de cultura, influyeron de manera decisiva en la formación de sus hijos, en particular en Olga y Leticia.
Olga comenzó sus estudios en Rafaela y se recibió de maestra en la ciudad de Coronda, en el año en que la primera guerra comenzaba a conmover al mundo. El Normal Domingo Oro de Rafaela fue la escuela en la que junto con su hermana comenzaron a experimentar una nueva forma de enseñar y aprender. Tomaron ideas de otras tierras, de otros hombres y mujeres que intentaron comprender la educación a la luz de las nuevas teorías pedagógicas y psicológicas que enfocaban al niño como un ser con necesidades propias.
Sujetos en lugar de objetos
La escuela comienza a definirse en las nuevas teorías de la psicología infantil que consideraba al niño como un sujeto creativo, crítico y reflexivo. Jean Piaget, uno de los precursores de esta corriente, sostenía que el niño podía desplegar una auténtica capacidad de investigación y reflexión. Así comienza a construirse la pedagogía que va a dar sustento a la creación de la Escuela Nueva o Escuela Activa.
Olga se las ingenió para acceder a esas bibliografías difíciles de conseguir en nuestras tierras: libros de autores como John Dewey, Giovanni Gentile, Lombardo Radice y María Montessori cruzaron el océano para llegar a la lejana Rafaela. La cultura se acercó a la educación y la distancia ya no fue una preocupación para la impronta de las Cossettini.
Los tiempos de esa escuela eran tiempos nuevos, fundantes, de necesidades primarias.
Tan noveles, que hasta era ineludible formar un “ser nacional”, un ciudadano que fuera moldeado a imagen y semejanza de las necesidades políticas y económicas de un país en disputa que aún no terminaba de identificarse.
La irrupción militar en las decisiones del Estado presagiaba la necesidad de justificar a sangre y fuego una pedagogía al servicio de los intereses de los sectores conservadores.
El sueño comenzó en 1935, cuando fue designada directora de la Escuela Nº 69 Gabriel Carrasco de la ciudad de Rosario. El país era gobernado por La Concordancia, alianza de conservadores, socialistas independientes y radicales antipersonalistas que junto con sectores del Ejército representaban los intereses de la burguesía agraria. El gobernador de Santa Fe era Luciano Molinas, y a pesar de que la provincia cambió de signo político las grandes orientaciones educativas se mantuvieron, aunque no para siempre.
La política que sostuvo la experiencia de la también llamada Escuela Serena fue parte de la que tapialó la puerta que comunicaba la casa de las Cossettini con el patio de la escuela. La política y la educación nacieron siamesas y esto lo sabían las hermanas.
Entendieron que educar es una tarea política, al igual que la forma que uno elige para trasmitir el conocimiento.
“Sacar de la ignorancia” a un sujeto es una acción de gran compromiso social y como tal, político. Olga lo sabía y decidió correr el riesgo. Fue una docente normalista, una maestra de Sarmiento formada para enseñar a leer y escribir en un currículo riguroso, y a pesar de eso rompió amarras y creó una escuela sin formalismo, autorregulada, sin timbres, sin filas, que no hablaba de sanciones pero que funcionó como la más disciplinada.
Puerta abierta a la cultura
Cossettini acercó la cultura a la educación de una manera novedosa. Muchos artistas participaban de la vida cotidiana de la escuela, entre ellos, Margarita Xirgu, Alfonsina Storni, Gabriela Mistral, Javier Villafañe y Juan Ramón Jiménez. En este sentido, resulta posible pensar que la invitación cursada a artistas e intelectuales no era sólo para presenciar la experiencia, sino también para formar parte de ella. La cultura no era una espectadora de la educación, era educación en sí misma y así lo entendieron los referentes de la época.
Década y media intensa
La Escuela Serena se desarrolló durante 15 años y fue atravesada por gobiernos militares, conservadores y populares. En el año 1950, la profecía se cumplió: las hermanas Cossettini fueron exoneradas por el ministro de Educación Luis Rapela, de quien si no fuera por este hecho posiblemente nadie recordaría el nombre. La justa causa fue “no cumplir con los programas oficiales”.
La decisión fue avalada por el entonces presidente del Consejo General de Educación de la provincia de Santa Fe, el poeta Leopoldo Marechal. Pero Olga y Leticia ya estaban en el ojo de la tormenta; en el año 1944 se había suprimido el decreto que reconocía el carácter experimental de la escuela y unos años más tarde la Policía allanaría la escuela.
Además, fueron acusadas por no afiliarse al partido peronista y no enseñar la cadencia oficial a la que estaban obligadas las escuelas. Algunos hasta echaron mano del artículo 11 de la constitución del 49, por el cual las acciones de la señorita Olga –interpretaban– incurrían en “actividades antiargentinas”.
Sin legado
Olga y Leticia no dejaron descendientes directos, tal vez no le alcanzó el tiempo, tal vez nunca pensaron (a pesar de la advertencia de sus amigos) que sus días en la escuela Carrasco tenían fecha de vencimiento. Lo cierto es que la experiencia de la Escuela Nueva prácticamente declinó cuando las hermanas dejaron la institución. El carácter cientista de la pedagogía moderna no permitió siquiera soñar con la idea mágica de la reencarnación. Una flor en el patio de la escuela hubiese bastado para pensar en la posibilidad de que Olga estaba allí.
Cómo continuar la esencia
Algunos especialistas sostienen que hoy la experiencia sería imposible, que los niños y las niñas del 30 no son los niños y las niñas actuales, que las instituciones educativas no tienen la misma consideración ni son vistas igual por los padres y la sociedad, que la relación del adulto con el niño es otra. Replicar esa experiencia –sostienen– es trasladar situaciones que se dieron en otro contexto histórico. Es una lástima. “Sin embargo –destaca la licenciada María del Carmen Fernández– es importante difundir la experiencia no sólo por su valor histórico, sino porque muestra que las innovaciones son posibles cuando se tiene una visión a largo plazo y se las articula con lenguajes y narrativas culturales, dando lugar a experiencias escolares alternativas al formato escolarizado tradicional”.
“No se trata de cambios de horario y de programas –decía Olga–, era una reforma profunda de la vida de la escuela que con espíritu nuevo iba abrir de par en par las puertas de las aulas a la vida”.