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Una estrella autopercibida argentina, el ajedrez y la política, claves para mirar «Gambito de dama»

El trabajo Anya Taylor-Joy protagoniza una de las grandes series del año en Netflix, una ficción sobre una ajedrecista prodigio en los años de la Guerra Fría

Carlos Polimeni – Noticias Argentinas

Una historia fuerte inspirada en personajes reales, que narra la lucha de una joven superdotada para triunfar en el mundo machista del ajedrez durante la Guerra Fría, explica el fuerte impacto mundial de la serie televisiva Gambito de dama, pero para la Argentina existe un ingrediente especial, vinculado al protagónico de Anya Taylor-Joy, que se auto percibe como argentina, pese a que nació en Estados Unidos.

Los publicistas de Netflix usaron con habilidad, aunque antes eso mismo ocurrió con el estreno de algunas de sus películas en Hollywood, lo que podría llamarse “el efecto Vigo Mortensen”: al público y los medios argentinos les encanta que una actriz famosa en el mundo tenga un toque de acento porteño, diga que ama los churros con dulce de leche y las empanadas e incluso se ponga la camiseta de la selección de fútbol, si es necesario. “Vengo de muchos lugares diferentes”, explica la actriz, hija de un argentino de familia escocesa y de una española de familia inglesa, en el video promocional Gambito de dama Anya Taylor-Joy: desde adentro para agregar de inmediato: “Pero creo que mi calidad y mi actitud ante la vida es argentina, agradezco mucho esa parte de mi historia y me siento orgullosa de venir de la Argentina”. Anya, que tiene un estilo muy anglosajón pero habla con los típicos modismos porteños –“me morfé el libro” original de la serie, afirmó- y recién aprendió a hablar en inglés a los ocho años, cree que el éxito de su trabajo en este difícil papel también tiene que ver con una identificación con el personaje, que se inicia con una sensación compartida de ser “diferente” y sentirse “aislada” del mundo y se completa con una necesidad posterior de cuidar su psiquis tanto como su cuerpo.

La actriz nació en Miami, vivió sus seis primeros años en la Argentina (suele volver para las fiestas de fin de año) y aprendió inglés por obligación, aunque lo notable al respecto es que a la hora de hablar en castellano conserva una serie de modismos que le causan al público local una empatía natural, y a ella una relación de pertenencia, pese a que está siempre de viaje en viaje y empezó su carrera profesional en Londres, como modelo. El asunto principal debería ser, sin embargo, el talento de Anya, que parece tener un imán para las cámaras en este trabajo consagratorio, siete capítulos estrenados en el país el 23 de octubre, en el marco de un proyecto del director y guionista Scott Frank adaptando una novela homónima del estadounidense Walter Trevis, que varias veces pudo haber sido convertida en película –lo intentaron Berando Bertolucci y Walter Hill- luego de su publicación en 1983 Tevis, quien jugó de joven al ajedrez y vivió apenas 56 años entre 1928 y 1984, editó seis novelas, entre ellas cuatro que fueron adaptadas para el cine transformándose en películas, de las que sobresalen El color del dinero, que dirigió Martin Scorsese, con Paul Newman y Tom Cruise como figuras y El hombre que cayó a la tierra en que Nicholas Roegg le concedió un raro protagónico al astro rockero David Bowie.

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Gambito de dama fue definida por Trevis como “un tributo a todas las mujeres inteligentes del mundo”, pero la serie parece inspirada, además, en las vidas de varios jugadores varones, entre ellos el famoso Bobby Fischer, su antecesor en Estados Unidos en el siglo XIX, Paul Morphy, y tal vez, el actual campeón mundial, el noruego Magnus Carlsen, que ganó el título a los 22 años, en 2013, tras haber sido Gran Maestro desde los 13. Acaso porque enseña a elaborar estrategias complejas no siempre visibles para el público común, el ajedrez tiene un cruce fuerte con la política: grandes figuras de la historia fueron devotos, entre ellas Napoleón Bonaparte, que hasta tiene una apertura que lo homenajea, George Washington, que solía planificar batallas utilizando un tablero con piezas de marfil y José de San Martín, que lo consideraba imprescindible para entender la lógica militar. La relación fue sintetizada así en un texto de León Trotsky, que tal vez resulte también una explicación posible del temperamento ruso: “Para Maquiavelo, la pugna por el poder era un teorema de ajedrez. Para él no había cuestiones de moralidad, como no existen para un jugador de ajedrez. Su tarea consistía en determinar la política más factible en una situación y en explicar cómo había que ejecutarla en forma despiadada y dura”. Pensando en el tablero de la política en la Argentina, en que brillan los enroques sorprendentes, y hay peones, torres, alfiles y caballos, como bien se sabe, además de las piezas principales, la reina y el rey, vale la pena recordar que el “Gambito de dama” es uno de los principales sistemas para jugar una apertura cerrada, pero con una característica llamativa: se ofrece el sacrificio inicial de un peón a cambio de posibles ventajas en el desarrollo de la partida. Cuando en una partida se practica un “Gambito de dama aceptado”, siempre en el marco de las docenas de posibilidades que quedan abiertas después de cada jugada, las negras podrán atacar el flanco de la reina, aprovechando su mayoría de peones, pero las blancas tendrán más oportunidades de llegar al flanco del rey negro, realidad que podría disparar un festín de comparaciones a los analistas políticos de hoy, si se animaran, miraran la serie y supieran algo del juego.

La serie desarrolla sus casi siete horas de historia como un mecanismo de relojería, utilizando una serie de recursos muy del cine -empezando por un gigantesco flashback- para pincelar el retrato de Beth Harmon, una niña estadounidense que aprende en un orfanato, gracias a un portero, a jugar ajedrez en los años 50 y se consagra a nivel mundial a fines de los 60, con la ayuda de una psiquis hiper competitiva, aunque compleja, apoyada en el consumo excesivo de alcohol y medicación no recetada. Para la actriz de 24 años, el tono del relato de la que podría considerarse la mejor serie de 2020 tiene que ver con la reivindicación de las pioneras en la lucha por la igualdad de oportunidades, aunque su mundo sea casi un coto, el de los ajedrecistas de nivel. “Va a llevar tiempo deconstruir una sociedad sexista por gran parte de su historia”, dijo. “Creo que hoy las mujeres tenemos una voz más fuerte y ahora la sociedad entiende la desigualdad”. La elección para el protagónico de una joven que venía de trabajar a destajo en la industria, en algún caso en productos vinculados al cine de suspenso y terror, como La bruja y Vampire Academy, pero también en series notables, como Peaky Blinders, se justifica apenas empieza a perfilarse ante los espectadores la psicología de un personaje repleto de problemas emocionales, que depende de los consumos que nadie recomendaría para “normalizar” su existencia y de las lealtades del pasado para sobrevivir. La estupenda ambientación, que remite a películas de época, así como la inclusión de personajes reales del mundo ajedrecístico refuerza la sensación de que se trata de una biografía, no de una ficción, aunque el punto fuerte de Gambito de dama sea, más allá del tema de una niña y luego una joven prodigio en un universo machista, el telón de fondo: las fallas de un sistema repleto de hipocresía, que condena a los consumos y a la soledad a los que inevitablemente resultan diferentes. El tema del uso de la ambientación no es menor: el crítico de series Antonio Rivera anotó que “Frank salta de los naranjas que dominan el paisaje del hospicio a los verdes del suburbio residencial donde florecen las primeras visceralidades de la adolescencia, siempre recortadas contra el ultrarracionalismo del ajedrez, que no es sino una de las múltiples encarnaciones posibles de la necesidad dolorosa de Beth de hallar un sistema de coordenadas propio”.

La actuación de la chica con evidente formación en cuestiones de género que dice extrañar los panqueques de dulce de leche pero que se pondrá al día viniendo a Buenos Aires a fin de año a visitar a su familia es tan rica en matices que no extraña que haya filmado este año, a pesar de la pandemia otras cuatro producciones internacionales: todo indica que Gambito de dama es el trampolín a un estrellato universal, mientras se anuncia que habrá una segunda temporada. La serie, en realidad un trabajo cinematográfico extendido a un formato de siete capítulos que completa un total de casi siete horas quedará inscripta, sin dudas, como uno de los grandes hitos de la larga historia de relación de la industria audiovisual con el llamado juego ciencia, con puntos tan altos como El séptimo sello, de Ingmar Bergman, considerada una de las mejores películas de la historia del cine europeo. Esta famosa película, en blanco y negro y de 1956, es una gigantesca metáfora que narra la historia de un caballero medieval, qué al regresar de las cruzadas, encuentra a su país devastado por un brote de plaga negra y por si eso fuera poco, a la muerte, que está esperándolo, pero aceptará jugar un partido de ajedrez antes de completar su faena, en un contexto onírico. Hay muchos otros films sobre el mundillo de los trebejos, entre ellos Fuera de control (1984), de Richard Dembo, basados en los duelos por el título mundial disputados en 1978 y 1981 por los soviéticos Viktor Korchnoi-Anatoly Karpov y Jugadas Inocentes (1993) de Steven Zailian, a partir de la historia real del niño Josh Waitzkin, que fue Maestro Internacional de ajedrez y campeón de artes marciales. Para los interesados están a mano también los documentales, Game over: Kasparov y la maquina (2003) que abona la teoría de que IBM hizo trampas cuando tentó al campeón para que enfrentara a la computadora Deep Blue, y Bobby Fischer contra el mundo (2011), que ahonda en la problemática personalidad del jugador que puso fin a su carrera fulgurante a los 29 años, después de haber obtenido el título mundial al vencer a Boris Spasski en 1972.

A los que tengan nociones de la historia del juego en la Argentina les llamará la atención las veces en que en Gambito de damas se menciona el Gran Maestro Internacional Miguel Najdorf, nacido en Polonia, pero radicado en Buenos Aires (lo sorprendió aquí en 1939 el comienzo de la Segunda Guerra Mundial), o en rigor lo que técnicamente se llama “la variante Najdorf “de la defensa siciliana. La presencia de Najdorf –su vida merecería también una película—nutrió una escena argentina que hoy parecería historia antigua pero logró que en su momento el ajedrez tuviera una explosión de difusión que explica en parte por qué la famosa semifinal que Fischer jugó en Buenos Aires con el ex campeón mundial Tigran Petrosian, dándole una paliza ajedrecística, resultara un evento de masas. “Entre el 30 de septiembre y el 26 de octubre de 1971, una multitud, sin precedente en la historia del ajedrez, acompañó cada una de las nueve partidas del match”, recordó al cumplirse treinta años de aquel acontecimiento con sede en el Teatro General San Martín el diario La Nación, que vaya si tenía postura tomada en el choque político superior entre Estados Unidos y la URSS. “La sala de juego, el hall principal, las escaleras de acceso y la vereda del Teatro fueron los distintos refugios que la grey ajedrecística utilizó para seguir las partidas, provista de los inseparables juegos de bolsillo”, mientras otros observaban los comentarios que “los maestros Herman Pilnik y Miguel Najdorf realizaban a viva voz sobre los enormes tableros murales”. La trascendencia del match incluía la cobertura en la sala de “una docena de periodistas europeos, otros tantos norteamericanos, seis sudamericanos y quince de la Argentina” que además le dio espacio en los diarios y los noticieros de radio y televisión a un juego con una fortísima carga de contexto político, como fue todo el recorrido solitario de Fischer ante los colosos del ajedrez soviético.

Lo que Gambito de dama consigue con su mirada apasionada sobre la belleza del al ajedrez, relacionándola con la soledad del jugador talentoso, tiene que ver con permitirle al espectador espiar la trastienda de un mundo mitológico, el de los pocos que pueden anticipar en su cerebro hasta 15 jugadas del adversario, capacidad que siempre tendrá relación con el talento de los grandes de la política y también con la posibilidad del desequilibro mental. Cuando le preguntaron al cineasta Stanley Kubrick (El resplandor, Espartaco, Lolita, La naranja mecánica, 2001. Odisea en el espacio, Barry Lindon) la razón de su pasión, respondió: “Te sientas frente a un tablero y repentinamente tu corazón salta. Tu mano tiembla al tomar una pieza y moverla. Pero lo que el ajedrez te enseña es que debes permanecer ahí con calma y pensar si tu jugada es realmente una buena idea o si hay otras ideas mejores”. El ajedrez pasado a números es asombroso: dice la leyenda que el rey Sheram, que le había pedido a un sabio que inventara un juego que lo sacara del aburrimiento, tardó un rato en darse cuenta que la recompensa pedida -un grano de trigo por la primera casilla del tablero, dos por la segunda, cuatro por la tercera, ocho por la cuarta, y así, sucesivamente, doblando el número cada vez, hasta llegar al casillero 64- escondía una trampa, que equivalían a lo casi imposible. Los cálculos del grano de trigo que debía desembolsar en la India su Majestad fueron resueltos luego por la ciencia: con ese procedimiento habría en la casilla 64 9.223.372.036.854.775.808 granos de trigo, que sumados a los del resto del tablero darían un resultado final de 18.446.744.073.709.551.615, lo que equivale a más de 18 trillones de granos de trigo. El experto en Leontxo García hizo el siguiente cálculo, en su obra Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas: “¿Cuántos barcos de 100 mil toneladas harían falta para transportar todo ese trigo? Pues nada menos que 3.689.348 barcos. ¿Y cuánto espacio ocuparían esos cargueros en el mar si los pusiéramos en fila, uno detrás de otro? Darían 17 vueltas al planeta”. El tema de la relación con el cálculo matemático del cerebro del ajedrecista es clave para entender las características de la genialidad, y la alienación que supone: luego de que dos oponentes concreten su primer movimiento, puntualizó el experto catalán Sergio Parra, se abren 400 posiciones posibles en el tablero, después del segundo hay 197.742 posible y luego del tercer movimiento 121 millones.

El ajedrecista y matemático Max Euwe, recordó Parra, calculó qué si doce mil ajedrecistas estuvieran ocupados constantemente en la búsqueda de las mejores jugadas en todas las posiciones imaginables y en cada una de ellas invirtiera una décima de segundo, necesitarían más de un trillón de siglos para analizarlas todas. Morphy que luego de haberse retirado a los 22 enloqueció, fue el único campeón mundial de Estados Unidos hasta la aparición de Fischer, en una época –aquella que aparece en el contexto de Gambito de dama– en que la política del país sufría como una humillación el largo predominio de los jugadores soviéticos, parte de una estrategia diseñada y vigilada por Moscú, destinada a demostrar la supremacía del modelo socialista sobre el capitalista. Las menciones a Morphy, y al único latinoamericano que llegó a la élite de los diez mejores jugadores de todos los tiempos, el cubano José Luis Capablanca, son frecuentes en Gambito de dama, sobre todo porque la jugadora de la ficción tiende, como ellos dos y Fischer, a progresar mediante una dosis mayor de inspiración que el resto de los grandes nombres, más estructurados. La última gran rivalidad política en el ajedrez, quizás la mayor de todas, fue la que enfrentó a dos soviéticos representantes de modelos que terminaron antagonizando: Karpov era militante comunista amigo del “antiguo régimen”, mientras Kasparov, que era cercano a Boris Yeltsin, representaba el cambio que venía de la mano de la Perestroika de Mijail Gorbachov, aunque cayó en desgracia en la era de Vladimir Putin. Fischer, acosado primero por sus propios demonios, y luego por los servicios de inteligencia, terminó siendo un enemigo declarado de Estados Unidos, que lo persiguió hasta acorralarlo luego de que elogiase desde su exilio el atentado a las Torres Gemelas, obligándolo a un peregrinaje que acabó con su muerte en Islandia, donde su cuerpo fue enterrado en 2008, en una sencilla tumba en Selfoss.

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