Antes de empezar, vale la pena aclarar que lo que puede leerse en ésta página ya no existe y, aunque en el futuro las cosas puedan cambiar y volver a producirse, ya no será lo mismo. Dicho esto contar la singular exhibición de Gastón Miranda que tuvo lugar en la galería Richieri (Richieri 452).
Allí, con curaduría de Clarisa Appendino, se estrenó Avant Premiere, una serie de trabajos audiovisuales de Miranda que recogen los últimos cinco años de su producción: Relevamientos media manzana (2015), Paquete neoliberal (2013-2015), 37738.gastónmiranda y Paloma muerta (2010), y La internacional (2013).
Dividida en tres instancias concretas, en Avant Premiere Miranda propuso un quiebre en su forma de mostrar arte apoyándose en tres cimientos que lo ayudaron a tal efecto: exhibición, tiempo y mensaje a comunicar.
Los dos primeros ítems fueron resultados de una emergencia que observa como artista: “Exponer videos es un problema porque no terminan funcionando” dijo en un encuentro con El Ciudadano posterior a la primera función.
Las producciones de Miranda “están situadas en un estadio distinto de capitalismo” escribió la curadora en el catálogo y describió: “el trabajo aparece camuflado de confort en el marco de estrategias ubicuas de control, máximo rendimiento, flexibilidad…”.
Ni en salas de cine donde el espectador se apoltrona, ni en la pared de un museo por donde la velocidad de su tránsito opaca la atención sobre el contenido, Miranda logró ubicar al espectador en un lugar inestable e incómodo que funcionó como lo más atendible de la propuesta.
Aunque las obras en su unicidad siguen existiendo, la exhibición planteó una experiencia efímera por el carácter de su vínculo con la inmediatez de ver en partes y en movimiento, pasando de un espacio a otro.
A partir de la problemática de pensar cómo mostrar videos, el artista diagramó dos funciones diarias de cuarenta minutos y para unas treinta personas que serían conducidas por los espacios de la casona del barrio de Pichincha.
Para muchos, la experiencia fue “consumida” como un juego. La propuesta era tantadora: un tránsito entre salas mientras whisky, vino tinto y castañas eran ofrecidos a los visitantes. La risa nerviosa de algunos sumó a la infrecuente propuesta; el silencio respetuoso y atento de otros se combinó con el asombro y la repulsión provocados por los primeros planos de un almuerzo salvaje en Paloma muerta.
“Nos parecía interesante guiar al público y que sean distintas instancias donde el cuerpo del espectador tomara una posición ante lo que estuviera viendo”, contó Miranda.
En un collage poético sobre las desigualdades del capitalismo, la primera sala, por ejemplo, planteó una tensión con la perspectiva de las miradas combinadas. “Quería lograr un mareo donde la gente piense que estaba siendo rodeada. Se podía dar una situación tensa ya que el espectador tenía que estar de pie”, dijo Miranda.
El artista se obsesiona con los tiempos y roles del que muestra y observa, haciéndose cargo de las distintas formas de expandir su goce, proponiendo elementos que conduzcan las miradas de una forma personal y caprichosa pero también excitante y renovada.
Los materiales de Miranda ponen en juego su mirada, y en parte apelan al que mira haciéndolo parte de sus emergencias, casi como pidiéndole que sea mucho más que un espectador. Busca que la perspectiva de la observación contribuya con otras posibilidades de entender la realidad. Pero más que ponerse en el lugar de.., trata de cuestionar formas y fondos con la misma intensidad. “Juego con la idea de si estoy construyendo o no un personaje”, dijo al tiempo que concluyó: “Trato de lograr que haya una identificación, que la gente, de alguna manera, se reconozca con lo que ve”.