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Una extraña entidad fantasmal que anuncia el día y hora de la muerte…y se cumple

“Rumbo al infierno”. la serie creada por el director de la magnífica “Tren a Busan” es una rareza que propone eventos aterradores a partir de una secta que hace uso del miedo y de los medios tecnológicos para establecer nuevas formas de control social

Esto podría comenzar de este modo: la megaindustria cultural surcoreana le salva las papas a Netflix. Ahora bien, si esto, en algún sentido, podría resultar prometedor, ¿supone el avance de esa industria cultural surcoreana una verdadera alternativa situada frente al histórico predominio cultural norteamericano, o por el contrario no es más que el síntoma de una profundización de su crisis y un oportunismo inocuo y pasajero?

K-pop, videojuegos, cine, series; un mercado que poco a poco, pero vertiginosamente, está siendo atravesado por esa industria neo-hollywoodense que se propone ya no combatir situadamente, sino, y apenas, utilizar creativamente lo establecido para continuar, con tenacidad y no sin osadía, en la misma dirección, para sostenerla sin discutirla.

Es decir, para perpetuar un mercado global e impersonal, más allá de toda filiación situada geográfica o históricamente. De todos modos, cabe recalcarlo, las series coreanas aportan,  cuanto menos en este momento, un aire que el norte de América es incapaz de respirar con sus anquilosadas y empobrecidas propuestas.

Rumbo al infierno (Hellbound) es uno de estos nuevos casos (mientras la plataforma de Apple estrena la también destacable Dr.Brain). Rumbo al infierno, conformada por nueve capítulos realizados bajo la tutela de Yeon Sang-ho (que hizo el atendible film de zombies Tren a Busan), no es, en primera instancia, El juego del calamar. No apuesta por su fácil efectismo, y tal vez por eso pase un poco más inadvertida, injustamente.

Rumbo al infierno es oscura, y sin cinismo. Es compleja, a pesar de los trazos gruesos. Es sorprendente, pero sin caprichos. ¿Hace concesiones?, sí, las hace. Pero de ningún modo eso aliviana la fecunda incomodidad de la propuesta y de su singular abordaje. En muchos sentidos, y a pesar de su poco lograda espectacularidad algo clase B, Rumbo al infierno es una rareza que reaviva el universo de las series, en particular, en lo relacionado con el género fantástico y el terror.

La indeterminación del horror

Es mejor no adelantar demasiado, pero el inusual acontecimiento que sirve como disparador del relato es el siguiente: en distintos lugares del mundo una extraña entidad fantasmal aparece frente a una persona y le anuncia el día y la hora de su muerte. Llegado ese momento, tres criaturas monstruosas harán su aparición para despedazar brutalmente a la víctima.

Desde ya, tal aterrador evento desata consecuencias insospechadas. ¿Se trata de un castigo de dios a los pecadores? Lo inexplicable deja el campo abierto a la especulación oportunista, y no tardará en aparecer una iglesia de raíz cristiana con un nuevo dogma (La Nueva Verdad) que haga uso del miedo y de los medios tecnológicos para establecer nuevas formas de control social.

Lo más interesante de la propuesta tal vez sea la perspectiva asumida para abordar el conflicto de base. Milagro o maldición, sea lo que sea que suponga tal delirante evento, aquí ya no importará tanto la explicación racional de ese acontecimiento inexplicable, sino la dimensión (irracional, plenamente “humana”) de sus consecuencias atroces.

Lo inexplicable, así, permanecerá como tal. Más allá de toda explicación mundana peligrosamente disponible. Y es en ese punto, en esa disponibilidad de lo inexplicable, en esa indeterminación del horror, susceptible ahora de ser apropiado con diversos fines, que la magnitud de los daños se dispara. El miedo es un instrumento fatal, y la ausencia de lógica explicativa abre el campo para lo impensable o inaudito. Y lo inaudito, en Rumbo al infierno, sucede.

Otro mundo radicalmente diferente

Rumbo al infierno, narrativamente, apuesta fuerte en cada paso, y lo que sorprende gratamente es que lleva cada decisión de la historia narrada hasta el final de sus consecuencias impensadas.  No hay (casi, y remarcado esto, el “casi”) ningún paso atrás en el desarrollo. Lo que sorprende entonces no es la arbitrariedad de algún que otro giro insospechado, sino, por el contrario, el hecho de acometer sin pruritos con la consecuencia lógica de cada acontecimiento sin temor al riesgo de la mutación.

¿Cómo seguir con la historia planteada cuando uno de los acontecimientos sea televisado mundialmente, cuando el evento se vuelva de conocimiento global? El mundo debería cambiar, no hay un después que pueda sostener lo hasta entonces desplegado. Y así sucede, el mundo será otro, radicalmente, arrastrando a los personajes establecidos a un nuevo estado de cosas distópico en el que habrá que comenzar de nuevo. No sólo el mundo, sino, en cierto modo, el relato también.

Una advertencia: solamente hay que pasar el impacto negativo de la escena de apertura, con unas criaturas digitalmente monstruosas rompiendo autos en plena calle que parecen sacadas del agotado imperio Marvel. Tal endeble espectacularidad, afortunadamente, pasará a segundo plano enseguida.

Esta primera temporada va por otros carriles más movilizadores. Y no sólo lleva hasta el extremo sus premisas iniciales, sino que, en el final, juega una fantástica carta no prevista que lo cambia todo nuevamente. Habrá que esperar hasta la siguiente temporada, pero ese “gancho” de cierre funciona como una arista sorprendente del acontecimiento que podría dar las claves, hasta ahora suspendidas, de su causa.

Rumbo al infierno (Hellbound) / Netflix / 1era. Temporada / 6 episodios

Creación y dirección: Yeon Sang-ho

Intérpretes: Yoo Ah-in, Park Jung-min, Kim Hyun-joo y Won Jin-ah

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