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Una guerra en miniatura por la memoria colectiva nacional

“Soldaditos. Una batalla perdida de la industria argentina”, muestra el recorrido desde el granero del mundo a la globalización.

El origen de los “soldaditos” puede rastrearse con los egipcios que vivieron hace 4 mil años. Antepasados hubo en el imperio romano y hasta en las civilizaciones americanas previas a la conquista. Pero esas miniaturas de figuras humanas, la mayoría de impronta bélica, eran en aquellos tiempos disfrute exclusivo de las clases gobernantes, y destinadas a rituales. Fue mucho después que se transformaron en uno de los juguetes preferidos de los chicos y dieron pie a una actividad productiva que abarcó desde lo artesanal a lo industrial. Un heterogéneo ejército de estos hombrecitos a escala 1/35 se planta desde ayer en el Espacio Cultural de la Universidad Nacional de Rosario (ECU).

Pero no –o no sólo– para la nostalgia. Son unas 500 piezas de diferentes tipos de plástico y metal, nacionales e importadas, de excelente o pésima factura, que ofician como metáfora de la historia de la industria argentina desde las décadas del 20 y 30 del siglo pasado hasta el presente: las postrimerías del granero del mundo, el peronismo, el país desarrollista, la dictadura y la economía globalizada desfilan por detrás de esos muñecos, son su escenografía.

La exposición corre por cuenta del Museo Itinerante Refinería, que en el histórico edificio de San Martín 750 muestra desde ayer, y hasta el 2 de agosto, una colección armada con préstamos y regalos de vecinos de la ciudad. El título desnuda la intención: “Soldaditos. Una batalla perdida de la industria argentina”.

Soldados aliados o alemanes de la Segunda Guerra Mundial, cowboys y aborígenes yanquis, patriotas de la Independencia nacional fabricados en… Gran Bretaña, cañones de bronce que disparan balines con pólvora, fuertes del “lejano oeste” estadounidense y hasta una granja “argentina” con animales y todo, un tanto estereotipada pero –rareza entre los juguetes nacionales– con la representación de cinco centímetros de una mujer y de un indio “pampa”, se codean en las vitrinas dispuestas en el espacio que el Banco Nación cedió a la UNR.

Una centuria en 5 centímetros

La colección arranca temporalmente con miniaturas de las décadas de 1920 y 1930. “La idea es contar la historia de la industria del soldadito, que es análoga a la del resto de la industria argentina. En la primera etapa, a principios del siglo XX, se importaban: éramos un país agroexportador que no producía otra cosa, teníamos plata y los comprábamos afuera. Hubo series de soldados “patriotas” argentinos, la colección Argentine Infantry, que paradójicamente producía la fábrica inglesa Britains con figuras que representaban el imaginario del desfile más que el del combate, y que mucho después reaparecieron como copias. Alimentaron la particular visión del nacionalismo de ese momento. Cuando se derrumba ese modelo, en la década del 30, surge una industria nacional para reemplazar lo que venía del exterior, el Estado subsidia y empieza a ser común el sellito Industria Argentina en todos los productos”, rememora Gustavo Fernetti, uno de los armadores de la muestra. “Desde 1930 a 1960 es el boom del soldadito realizado en el país, pero también de todos los productos, como electrodomésticos o herramientas, una época dorada de producción liviana, en algunos casos artesanal, muy subsidiada por el Estado porque no había otra forma de competir con lo que se hacía afuera”, sigue el integrante del Museo Itinerante Refinería. Y menciona al Iapi (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio), desactivado por el golpe de Estado contra el gobierno de Juan Domingo Perón en el 55. Gran parte de la producción estaba basada en las famosas matrices alemanas Schneider, a escala artesanal y generalmente sin pintar.

En los 60, con el desarrollismo impulsado por el gobierno de Arturo Frondizi, la industria nacional se abre e irrumpen soldaditos realizados con nuevas tecnologías. El estaño y el plomo ceden su hegemonía. En Europa se cuestiona el plomo por su toxicidad y comienza a reemplazarse por plásticos de alta calidad. Aparecen entonces los soldaditos de varias piezas ensambladas de marcas inglesas como Britains y Timpo, con partes metálicas y plásticas. Frente a la amenaza del otro lado del Atlántico, los fabricantes nacionales recurren a la estrategia de la imitación. Fábricas como Oklahoma y Epopeya copiaban las matrices extranjeras pero abarataban los costos con materiales inferiores y menor tecnología. Los Heralds ingleses “se copiaron hasta el cansancio en la Argentina”, enfatiza Fernetti. Pero en muchos casos esos clones –dice– eran de muy baja calidad. Y algunos modelos, estadounidenses de la década del 30 –se asombra– se siguen produciendo aún hoy con las viejas matrices originales, ya baqueteadas, pésimos materiales y el ya vergonzante destino de cotillón para cumpleaños.

Convivieron durante un tiempo, así, dos grandes categorías: “En los años 70 se podía comprar un soldadito caro, importado de Inglaterra, por ejemplo en la juguetería Pinocho, o una copia barata argentina en cualquier librería o quiosco. Ésa era la defensa del empresario local, menos calidad y alta producción”, describe Fernetti, con título de arquitecto y oficio extra de historiador.

El comienzo del fin

Ya en 1976, con la irrupción de la dictadura, paradójicamente se revierte la presencia nacional en la industria del soldadito. Era la consecuencia de la apertura indiscriminada de importaciones, pero además, irrumpe el merchandising como estrategia comercial, con la pionera avanzada de la saga fílmica La guerra de las Galaxias. Del combatiente al robot y el transformer. A partir de entonces fue la “industria cultural” la que marcó el consumo de estos juguetes, que además crecieron en tamaño, precio y calidad. También, con esto, se transforma el juego: de compartirlo entre varios, armar ejércitos y escenarios de batallas con lo que había a mano, se pasó al disfrute individualista con un solo muñeco.

Los últimos soldaditos argentinos de consumo popular, lamenta Fernetti, son de la década de 1980. Las marcas locales que resistieron hasta esa época fueron La Huinca, Oklahoma y Pessot. A partir de entonces, lo que queda son los europeos y estadounidenses, de la mano del merchandising, pero, en muchos casos, fabricados en China, bajo licencias de editoriales de cómics o productoras cinematográficas. Siguen, sí, las miniaturas artesanales vernáculas, pero ya se escaparon del juego de los chicos y del bolsillo de la mayoría para recalar en los estantes de coleccionistas: del uso a la contemplación.

En la muestra del ECU se exponen ejemplares de cada etapa. Plásticos, metales y madera relatan, desde su miniatura, los vaivenes de la industria local, y no sólo la de los soldaditos.

La pieza única: una mujer en la granja

Los soldaditos argentinos, a diferencia de los europeos, que representaban incluso a civiles, rara vez incluyeron a mujeres. Una excepción, que se muestra en el ECU es la famosa “Estancia” de la firma EG Toys, que tuvo varias series con originales figuras de la china sentada, la pareja bailando zamba, el resero o el recitador. La empresa era de Ezio Guggiari, un italiano que se radicó primero en Paraguay para luego establecerse en la provincia de Corrientes. Desde allí, y luego en la ciudad de Buenos Aires, funda una de las mayores compañías de figuras de plomo de Argentina. Desde comienzo de la década de 1940, y hasta mediados de los 60, produce una gran cantidad de miniaturas huecas de plomo fundido. En 1945 presentó las primeras figuras de la “Granja de Don Fabián”, originalmente basadas en la Model Farm Series que la firma inglesa Britains manufacturaba desde 1920. La originalidad de los personajes y animales locales, aunque atravesada por el estereotipo, llegó luego de la mano de Natalio Avondoglio, diseñador y matricero de Guggiari, quien también lanzó las colecciones “El zoológico”, sobre matrices de Britains y Timpo, y “Figuras de Estación Ferroviaria”.

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