Especial para El Ciudadano
La maldición de Bly Manor, nuevo proyecto del equipo que tiene en su haber la exitosa La maldición de Hill House, propone en esta nueva serie, a la saga de la anterior, una enésima aproximación a la novela Otra vuelta de tuerca, de Henry James.
Si bien parte en cierto modo de un acercamiento bastante literal, poco a poco expande su universo de forma algo insospechada y toma otros extraños rumbos para diferenciarse radicalmente de su fuente.
La anécdota es la misma. Una nueva institutriz es reclutada para hacerse cargo de una niña y de un niño huérfanos que habitan en una mansión (se sabrá) habitada por fantasmas.
Lo que en el libro es ambigüedad (y allí estaba su juego), aquí es certificación, sí, hay fantasmas, y varios. La historia está narrada por una mujer que cuenta esta historia a un grupo de oyentes durante una fiesta. Les aclara desde el comienzo, “miren que esto va ser largo”. Y claro, el relato dura nueve episodios (un primer gesto de autoconsciencia algo velado, como el resto).
En esa figura de la narradora que sobrevuela todo el relato, aparece de inmediato una suerte de primera discordancia. Resulta imposible que sepa sobre eso que cuenta; pero esto, desde ya, es irrelevante: la autoridad de la narradora no estaría dada en la comprobación de lo narrado, sino en la pericia narrativa y en el acto mismo de narrar.
Y allí estamos ya entonces ubicados: vamos a “escuchar” (otra vez) una tenebrosa historia de fantasmas.
Un sutil gesto autoparódico
Resulta curiosa y algo desconcertante la estrategia elegida para abordar el relato. La maldición de Bly Manor juega con los códigos de género en un cierto límite que no llega a mostrarse como autoparodia, pero que, siendo consciente de su gesto, no lo exacerba, y asume allí el riesgo de que su apuesta pase desapercibida.
Y es quizás allí, en la asunción de un riesgo que decide no iluminar del todo con la hipertrofia de la discordancia, donde se encuentra uno de sus juegos más fascinantes.
Presentándose como una historia de fantasmas de corte clásico, ya desde el inicio flirtea extrañamente con gestos melodramáticos y con una puesta en escena telenovelesca. Hay una proliferación desconcertante de estereotipos y de incongruencias en la caracterización de los personajes. Confesiones forzadas e innecesarias por banales, y diálogos sorprendentes por su ingenuidad.
Como un momento nocturno en que un personaje dice gravemente a otro: “Hay gente que confunde el amor con el dominio”, a lo que su interlocutora responde con risible ingenuidad, “¿es verdad?, ¿hay gente que confunde el amor con el dominio?”.
Líneas imposibles de sostener, salvo en un universo desquiciado y kitsch como el construido por David Lynch en Corazon Salvaje. Sailor y Lula podrían haberse dicho esas cosas, pero allí el gesto autoparódico era evidente y desaforado en el marco de una fábula bizarra.
Aquí, por el contrario, todo parece ser tomado con seriedad. Pero es así que este hecho, cabe resaltar, que esta aparente seriedad dada a lo insostenible de ciertos personajes y de ciertas situaciones, no es un defecto de la serie, es al contrario su apuesta, su riesgo, su gran virtud. El gesto autoparódico es sutil, pero existe.
Allí donde esperaríamos una exasperación de sus muecas burlonas, no hay más que una aceptación silenciosa del juego; una sonrisa tenue y triste a la vez que recusa de la mueca exagerada, una impostura algo velada que nos deja siempre fuera de lugar en el marco de la duda.
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Extraña existencia temporal de los personajes
Uno de los giros en los cuales se implica una de las más ricas perspectivas adoptadas por el relato, es aquel en el cual se presenta (desde el disruptivo capítulo 5) la extraña existencia temporal de los personajes.
En gran medida, no ciertamente todos, pero si una buena parte de ellos (lo cual, claro, involucra indefectiblemente al resto), viven atrapados en los vericuetos laberínticos de la memoria. Nada puede sostenerlos en el despliegue lineal del tiempo cronológico, nada los sustenta en la homogeneidad espacial del presente.
Por el contrario, arrastrados por un encantamiento insospechado, no hacen sino vagar por capas de memoria que desarman toda lógica espacio- temporal, yendo y viniendo entre situaciones diversas y gravitados incluso por algún momento pasado que funciona como imán, en torno al cual se dibujarán las coordenadas de los trayectos en los cuales permanecen prisioneros.
Algo de esto, y salvando distancias obvias, no deja de remitir a las propuestas de Alain Resnais en sus aproximaciones a las problemáticas de la memoria durante la década del 60, especialmente a su película Te amo, te amo. Y es que, de algún modo, la perspectiva asumida resulta en ese punto familiar.
Sin los desastres del siglo como fondo de la ruptura (Hiroshima, Argelia), y apuntando melodramáticamente a los infortunios del amor, La maldición de By Manor propone la imposibilidad del encuentro amoroso en la imposibilidad de construir un presente en común, es decir, en la inexistencia misma del encuentro.
Si cada cual habita su propio tiempo, su propia memoria, y si esas memorias se vuelven inconmensurables, imposibilitadas de coincidir en una vivencia en común, el resultado es la inexistencia radical de un presente en el cual pueda producirse un encuentro amoroso.
Si aquí los amores no se dan es, en cierta medida y en ciertos casos, porque estos se confunden con la voluntad de dominio y la violencia, pero también porque cada cual habita su propia historia, sus propios laberintos de la memoria, anulando lisa y llanamente la efectiva coincidencia en el punto de un encuentro.
Quienes no se encuentran apresados en los tejidos espesos de su memoria, viven el presente gravitados por el fantasma de los infortunios del pasado o por el otro fantasma del temor a lo trágico por venir. El presente, así, se hace imposible entre tanta fantasmagoría.
Cómo vivir finalmente juntos en el amor
Cuando, en el capítulo final, la narradora termina su larga historia, una de las interlocutoras le replica que lxs engañó, que no se trataba de una historia de fantasmas, que era una historia de amor. Y la narradora dice que sí, que tal vez sea cierto.
Y la serie se cierra poco después, mirándonos a los ojos con su amable sonrisa velada, diciendo también que sí, que era una historia de amor, pero que toda historia de amor es también una historia de fantasmas.
Y que todo relato, a fin de cuentas, se trata de lo mismo, de la misma promesa y de la misma imposibilidad. Es decir, del problema de cómo vivir finalmente juntxs en el amor.
La maldición de Bly Manor / Netflix / / 9 episodios
Creador: Mike Flanagan
Intérpretes: Victoria Pedretti; Kate Siegel; Oliver Jackson-Cohen;
Henry Thomas; Rahul Kohli