Marcela Isaías
¿Qué pasó con el cuaderno? ¿Por qué está manchado?
-Disculpe, señorita. Hice engrudo porque en casa no teníamos plasticola.
La respuesta le marcó una vez más dónde estaba parada en su lugar de enseñanza. Lejos de quedarse quieta, volvió al otro día a la casa de su alumno con plasticola y otros útiles. No sin antes valorar la voluntad de esa mamá por acompañar los aprendizajes del pequeño.
Esa es una de las tantas anécdotas que, una tras otra, narra Flavia Ruggieri cuando habla sobre cómo enseña a leer y a escribir en primer grado, en medio de una pandemia y en una realidad social donde lo que abunda es lo que falta. Es maestra en el Hogar Escuela N° 9020 Juan Domingo Perón, de Ganadero Baigorria.
Antes de que comenzara el año escolar, se propuso dejar el salón de 6° grado como nuevo. Y así lo hizo. Pero poco antes de que se suspendieran las clases presenciales le ofrecieron cambiar a un primer grado que se terminaba de habilitar. Saltó de alegría, porque trabajar en primer ciclo está entre sus preferencias.
Otra vez arrancó de cero y decoró el nuevo salón para primero con un gran arco iris.
Pero la alegría duró tres días. Llegó la cuarentena, luego el aislamiento obligatorio. Por ser un grado nuevo para la escuela, apenas llegó a conocer cara a cara a un puñado de sus alumnas y alumnos. Era marzo y tenía por delante contactarlos para decirles que ahí estaban la maestra y la escuela presentes.
La primera pista de que esto no era tarea sencilla la tuvo cuando tomó la lista de su primer grado y empezó a comprobar que los números de teléfonos “o no eran o no existían”.
“Algo tenía que hacer. Tenía que llegar de alguna manera a los chicos. Sabía que corría riesgos; pero, con todos los cuidados necesarios, me subí a mi auto y empecé a ir casa por casa.
No conocía ni a las familias, ni a ellos, no tuve tiempo de nada. Solamente conocí a cinco chicos. Iba con el guardapolvo, porque no era muy normal que una loca te tocara a la puerta en plena pandemia”, repasa Flavia sobre la decisión que tomó en los primeros días.
El arco iris del salón lo multiplicó en cartelitos que preparó con los nombres de las nenas y los nenes de su primer grado. Y ahí empezó la ronda –primero semanal, luego quincenal– de recorrida casa por casa.
Con cada visita llegan las tareas que requieren “del apoyo de las familias”. Son rimas, adivinanzas, los textos más diversos para favorecer el acercamiento a la lectura y a la escritura.
Sin pantallas
A diferencia de otros contextos de enseñanza, en el de Flavia no corren las pantallas, ni siquiera el uso corriente del whatsApp: “En mi teléfono, el grupo de whatsApp de primerito es el más silencioso que tengo.
Existe para que ellos le saquen el teléfono a los papás y me digan ‘Seño ¿cuándo venís?’ Y eso es un cuchillo que te parte al medio”.
Así planteado el panorama, cada tanto graba videos para el grupo de primer grado. También recurre a los cuadernillos de los ministerios de Educación de la Nación y la Provincia (muchas veces llegan con los bolsones de alimentos que retiran las familias).
Pero lo que más utiliza son los materiales que ella misma prepara, fotocopia y reparte hogar por hogar.
Son ejercicios secuenciados, de práctica de la escritura, para que les lean en voz alta, para transcribir en los cuadernos. El objetivo es que en esta etapa aprendan los primeros números, a escribir sus nombres y apellidos solos.
Es que de ese aprendizaje amoroso, que es escribir el nombre propio, se fortalece un valioso camino para apropiarse de la lengua escrita.
“Considero que partiendo de esa base lo demás lo iremos construyendo de a poco el año que viene. No me aparté jamás de los textos, son lo más importante para ver el todo”, afirma.
“Trabajar en alfabetización es difícil, para sentirme más segura hice dos capacitaciones del Infod (Instituto Nacional de Formación Docente), de tres meses cada una”, dice respecto de los cursos de Introducción a la alfabetización inicial y El aprendizaje del sistema de escritura. Y marcando a la vez la formación como una de las patas clave del trabajo docente, aquí apoyada por el Estado.
Vínculo esencial
Uno de los desafíos que asumió la docencia en este tiempo es mantener el vínculo pedagógico, con creatividad y oficio. La manera que eligió Flavia es ir casa por casa, sosteniendo el cuidado colectivo (con la distancia, higiene de manos y barbijo).
Y siempre con algo más que las actividades: una golosina, pororó, alfajores o una porción de budín de pan que ella misma prepara.
Es una tarea –resalta– que no hace sola. Están su escuela, sus compañeras de trabajo y su familia. Sus hijos y su esposo, quien hasta se hace tiempo en su trabajo de peluquero para confeccionar barbijos para todo el primer grado. “A veces no he tenido ni diez centavos, pero siempre me guardo algo para los chicos”, dice Flavia.
Todo sale de su bolsillo, desde útiles hasta esos presentes. Incluso cuando estuvo dos meses sin cobrar el sueldo por el cambio de grado (situación de revista, se dice en la administración escolar).
Y de lo que además gana trabajando de cocinera dos veces a la semana en un restaurante.
“Ese vínculo no se puede romper bajo ninguna excusa. Cada una debe ir buscando una estrategia. Errada o no a mí me resultó la de ir casa por casa”, afirma.
Para esas visitas se armó una rutina: “A cada casa que llegaba me presentaba y les explicaba a las familias cómo orientarse con la tarea, desde poner la fecha hasta leer los textos”. El desafío de este tiempo es sostener ese vínculo creado, y que las nenas y los nenes de primero le reconocen cada vez que la ven llegar.