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Una industria automotriz verdaderamente nacional puede resolver casi la mitad de la desocupación

"En la Argentina, de cada 10 autos, 7 se producen en el extranjero y sólo 3 en nuestro país", subrayó la experta Ayelén Salvi. Y alertó: "Mientras se suceden las crisis económicas por falta de divisas y aumenta la pobreza, anualmente se destinan más de 15 mil millones de dólares a importaciones"

Ayelén Salvi

Fundación Pueblos del Sur (*)

Especial para El Ciudadano

En Argentina de cada 10 autos, 7 se producen en el extranjero y sólo 3 se fabrican en nuestro país.

Mientras se suceden las crisis económicas por falta de divisas y aumenta la pobreza de la mano del desempleo, anualmente se destinan más de 15 mil millones de dólares en importaciones automotrices, lo que resulta un monto equivalente al salario de casi 2 millones de puestos de trabajo que se pagan en el exterior, en lugar de ser empleo argentino genuino.

En paralelo a esta situación, la industria automotriz dispone de una infraestructura de producción desaprovechada. El uso de la capacidad instalada, previo a la pandemia, era del 48%, con el cual se generaban más de 30 mil puestos de trabajo directos. Esto demuestra que, de existir la voluntad política de reactivar la industria, las plantas automotrices y pymes proveedoras cuentan con las instalaciones y medios disponibles para alcanzar una mayor capacidad productiva en poco tiempo.

La capacidad ociosa de la industria automotriz es del 52%, por lo tanto más de la mitad de los medios de producción ya están al alcance y se encuentran sin operar. Es alarmante que la actividad esté reducida en una patria de más de 4 millones de desocupados y en aumento. Duplicar la producción y el empleo en esta industria es completamente viable y necesario para el Pueblo argentino. Si la capacidad ociosa se mide con trabajo, equivale a una pérdida de casi 40 mil puestos directos, mientras que si se tiene en cuenta el reflejo social, serían en total casi 90 mil puestos de trabajo nuevos que se podrían generar con tan sólo reactivar los medios de producción vigentes. No hay impedimento técnico o económico que justifique la inutilización de la capacidad instalada total.

Teniendo en cuenta que enviamos más de 15 mil millones dólares en importaciones automotrices al exterior, ese mismo monto que hoy paga buenos salarios en el extranjero se puede utilizar para los sueldos argentinos en el rubro automotriz, generando trabajo y ahorrando divisas. Las pymes de producción nacional aún tienen gran calidad a nivel internacional. Basso SA, ubicada en Santa Fe, provee el 100% de las válvulas para los vehículos de calle de Ferrari y también para motores de F1. Oreste Berta fabricó para Ford en Turismo Carretera y produce para Honda, mediante cláusulas secretas. La alianza con Ford llevó a Berta en el TC 2000 a la categoría de excelencia en preparación de motores.

Algunos productos son de origen nacional, los provenientes de las industrias metálicas básicas, plásticos y químicos, autorradios, sistemas de climatización, asientos. Los motores, engranajes, neumáticos, carrocerías, entre otros, son principalmente importados. Además, la complejidad de una gran cantidad de productos extranjeros es muy baja, como por ejemplo tornillos, tuercas, pernos, arandelas, rulemanes, espejos retrovisores, cerraduras de metal para autos, ruedas, cinturones de seguridad, guardabarros, limpiaparabrisas, partes y accesorios de vehículos, y la lista sigue. Si comparamos con la capacidad de diseño y fabricación argentina, la importación es ridículamente humillante.

El quebranto económico y social es más grande que el que muestran inicialmente los números, dado que por cada puesto industrial se generan 1,4 puestos de trabajo por reflejo social, ya que los obreros de la fábrica consumen, y así sus salarios generan y sostienen otros empleos. Entonces, al importar 800 mil puestos de trabajo directos en la industria automotriz, el reflejo social también queda afuera, en el país de origen de producción, por lo que en realidad se importa alrededor de 2 millones de puestos de trabajo totales. Si el Estado realizara la sustitución de importaciones automotrices, resolvería casi la mitad de la desocupación de la Argentina.

La proporción entre autos nacionales y autos importados (sin incluir vehículos de otros tipos) desde 1973 en adelante era muy distinta a la actual. Entre el 73 y el 74, la producción nacional del auto era del 99,9% (dato elaborado a partir de Adefa, la Asociación de Fabricantes de Automotores). Eso se debió a que el entonces presidente Juan Domingo Perón, en 1952, creó Iame (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado), en donde trabajaron 10 mil personas. Una vez que Iame se desarrolló, invirtió y generó el mercado, en 1960, vinieron las transnacionales norteamericanas Ford, General Motors, Chrysler, y también las europeas Citröen, Renault, Peugeot. El camino inverso, tan divulgado por la ortodoxia económica liberal, de “esperar inversiones extranjeras” resulta inviable para esta parte del mundo. Sólo cuando el Estado Empresario da el primer paso, el privado acompaña y se desarrolla.

Luego, hace más de 40 años a sangre y fuego se impuso una lluvia de importaciones automotrices que comenzaron el declive de la industria nacional. En 1980, los militares cerraron IME (Industrias Mecánicas del Estado, ex Iame) y la producción nacional desciende a un 80%. Con Carlos Menem se terminó de consolidar la destrucción de la industria en general, y por supuesto la automotriz. El porcentaje de autos de origen nacional fue decayendo de a casi 10 dígitos de participación, resultando el valor más bajo de la década en 48%. Desde 2003 hasta 2014 el porcentaje de autos de origen nacional oscilaba entre un 31% el mínimo, a un 44% el máximo. El 31% se dio en el año 2009, tras la caída de la Bolsa de Lehman Brothers y la crisis internacional de 2008. En síntesis, desde la liquidación de IME en adelante no se revirtió jamás la situación.

Situándonos en la actualidad, recientemente el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, importó una flota de pickups RAM. Los vehículos utilizados por el Estado podrían comprarse en nuestro país para fomentar el trabajo argentino. Si se compra acá, alrededor del 30% sería nacional.

Con el objetivo puesto en comenzar a revertir la situación, y sustituir las importaciones automotrices, sería positivo que el Estado inicie por los vehículos de uso estatal, ambulancias, patrulleros e inclusive camiones de Bomberos. Es un imperativo comenzar por lo que ya tenemos a mano para generar trabajo: la calidad de mano de obra argentina y los desocupados. Así, una terminal automotriz del estado podría garantizar el mercado, la producción y el trabajo como lo hacía Iame, reactivando pymes proveedoras. A medida que la calidad y la cantidad se desarrolla, el mercado aumenta junto con las terminales estatales y del sector privado.

Las multinacionales que se encuentran en nuestro país, como Ford, PSA Group, Fiat Chrysler Automóviles Argentina, General Motors, Toyota, Renault, Mercedes-Benz, Volkswagen Argentina, Scania, Iveco y Honda Motor, podrían maximizar el uso de su capacidad instalada. Pero para eso suceda, la propia historia nos muestra que el Estado debe ser el encargado de dar el impulso inicial con su factor de escala.

Nuestro modelo argentino de desarrollo es por excelencia desde el Estado Empresario; funcionó acá y hoy en día a nivel mundial es la manera con la cual se desarrollan todos los países, no es para nada anacrónico.

En la industria automotriz, multinacionales como Volkswagen, Peugeot, Renault tienen una historia montada sobre el Estado Empresario; incluso hoy tienen acciones que pertenecen a los Estados donde nacieron. Renault de origen francesa, es una empresa estatal, nacionalizada en los 40. Fue expropiada de su fundador, Louis Renault, por ser un colaboracionista nazi: le vendió sus productos durante la Segunda Guerra Mundial a la Alemania de Adolf Hitler. Las automotrices europeas con participación estatal desparramadas por el mundo son inadvertidas, pero existen.

Los argentinos no instalamos sedes de una empresa estatal como lo hace el modo europeo de producción, aunque oportunidades no faltaron (caso YPF, Mosconi), repartimos libertad y replicamos métodos de liberación, nos corre por las venas el sentido antiimperialista, no sometemos a nadie ni queremos que nos sometan por medio de la desocupación. Ése es nuestro espíritu industrial y solidario que nos debe conducir en el futuro.

(*) ayelensalvi@hotmail.com / fundacion@pueblosdelsur.org

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