Hace ya 11 años, investigadores de la Universidad Nacional de La Plata detectaron en la localidad bonaerense de Berisso el inicio de una invasión que, proveniente de China y el sudeste asiático, usa como caballo de Troya el agua de lastre de los buques transoceánicos. Los biólogos avisaron, pero nadie los escuchó y ahora la colonización es imparable: los intrusos se reproducen y adaptan con asombrosa facilidad, y además de instalarse en la Argentina llegaron hasta Paraguay, Uruguay, Bolivia y Brasil.
Lo anterior no es uno de aquellos guiones de Hollywood que en tiempos de la Guerra Fría alertaban sobre el “peligro amarillo”, sino la descripción de una amenaza ambiental contemporánea de otro color, que abogados rosarinos pusieron de nuevo sobre el tapete hace unos días. Los protagonistas son unos raros polizones llamados mejillones dorados, los únicos conocidos de agua dulce y clasificados bajo el nombre científico de Limnoperna fortunei. La especie se está expandiendo velozmente en el Río de la Plata, el Paraná, el Paraguay, el brasileño Paranaiba y otras cuencas incluso desconectadas de esos cursos, como en Córdoba. Se asienta y reproduce sobre cualquier superficie sólida, tapona las tomas de agua para potabilización, complica a la industria, las centrales hidroeléctricas y hasta las nucleares, modifica los hábitats e incluso ya consiguió cambiarle la dieta a la popular boga.
Las consecuencias de todas estas modificaciones son por el momento desconocidas. Aunque se difundió la semana pasada, fue en abril último que el Instituto de Derecho Ambiental del Colegio de Abogados de Rosario reactualizó el tema cuando presentó ante la Defensoría del Pueblo de la Nación un “amparo ambiental”. El objetivo es que Prefectura Naval y otros organismos profundicen controles rigurosos sobre las embarcaciones ultramarinas para, a una altura en la que la prevención ya es inútil, al menos controlar la invasión de los mejillones dorados. El reclamo lleva la firma del presidente del Instituto, Enrique Zárate, además profesor de la Maestría en Ingeniería Ambiental de la Universidad Tecnológica de Rosario.
El molusco fue introducido en estas costas desde Asia de manera no intencional, en el agua de lastre de los buques ultramarinos que, antes de cargar cereales en los puertos, se vierte a los ríos sudamericanos sin ningún control biológico. La región bonaerense, y la santafesina por donde se exportan los productos de la agroindustria, son el eje geográfico de este desembarco. Y de ahí la preocupación de los abogados rosarinos. Si bien la batalla contra el intruso asiático está en parte perdida por años de distracción, esa mala experiencia debería servir para evitar los mismos errores con otras especies capaces de generar análogos riesgos. Es lo que advierte Gustavo Darrigran, licenciado en Biología, doctor en Ciencias Naturales y malacólogo (especialista en moluscos). Fue él quien en 1991 descubrió junto a su equipo la primera colonia de mejillones dorados en el balneario Bagliardi, de Berisso. Hoy dirige el grupo de investigación sobre Moluscos Invasores y Plagas de la Facultad de Ciencias Naturales de la UNLP, única institución en el país, y una de las pocas en el mundo, especializada en esta problemática.
“Es una especie de gran capacidad adaptativa y reproductiva. Ingresó en 1991 por el Río de la Plata, en un clima templado. Hoy se encuentra en el pantanal, donde llegó a través del río Paraguay, y de la misma forma, por el Paraná y el Paranaiba a San Pablo, Brasil. Está avanzando 240 kilómetros por año contra corriente, y eso que se trata de un organismo que vive asentado sobre sustratos duros, a los que se adhiere por medio de filamentos formando colonias. Su grado de adaptación a tan diversos climas es impresionante”, relata Darrigran.
El biólogo cuantificó en una entrevista con Radio Universidad de Rosario el violento crecimiento de las comunidades de este bivalvo –único mejillón de agua dulce conocido del planeta–: “Cuando lo encontré en Berisso, había entre cuatro y cinco individuos por metro cuadrado asentados sobre unas rocas. Volví al año pensando que iba a encontrar conchillas vacías, pero hallé franjas de 30 mil individuos por metro cuadrado. Al segundo año el conteo daba 82 mil. Y al siguiente alcanzó el pico, 150 mil”.
Para Darrigran se trata de “una invasión”, y “las medidas tiene que ser tomadas para ayer”. Recuerda que desde 1992, con su grupo, advierte a funcionarios, políticos y empresas, pero sin acuse de recibo: “Todos tratan de cuidar su quintita, solucionar en el momento el problema particular pero no el ambiental, que de eso se trata”.
Es que este pequeño mejillón de tres centímetros de largo no tiene depredadores naturales de fuste ni competidores por espacio o alimento en los ambientes a los que ingresó, por lo que sumado a su inusitada capacidad reproductiva –que se extiende nueve meses al año– exhibe el comportamiento de un invasor biológico. Es decir, aquí nada lo detiene, como sí ocurre en las regiones de donde es originario.
A esta especie ni siquiera se le descubrió, hasta ahora, una utilidad para el hombre que permita controlar su población: “Ni en China lo comen, porque tiene un gusto desagradable. Y no se lo puede utilizar para producir abono o alimentos balanceados. Es que los mejillones bivalvos, en general, filtran su alimento, y al hacerlo incorporan en sus tejidos hidrocarburos, biocidas (como los agroquímicos) y metales pesados. Así acumulan esas sustancias cuya concentración tóxica, si se intenta utilizarlos como materia prima, aumenta aún más”.
Aunque mueren con el cloro, ese método de exterminio lejos de ser una solución generaría alta contaminación ambiental y destrucción de especies autóctonas. Además, puede sobrevivir más de una semana fuera del agua, su hábitat natural. Y aquí aparece otra razón de su virulenta expansión territorial: “No es necesario que haya un contacto directo con la cuenca del Plata en la que primero se asentó. Los pescadores y quienes practican actividades náuticas por recreación o deporte no tienen por costumbre limpiar los cascos de sus embarcaciones. En los mismos quedan pegados manchones de mejillones que son transportados por carreteras a otros sitios. Cuando el casco toca otro espejo de agua, estos organismos que soportaron el viaje liberan gametas, que se fecundan, sale la larva y comienza de nuevo el ciclo reproductivo”. Es así que los mejillones bivalvos ya están en Río Tercero, Córdoba, “donde no sólo causan problemas en la usina hidroeléctrica, sino en la central nuclear de Embalse, al adherirse a los álabes de las turbinas y conductos de agua de refrigeración”.
Ni siquiera “los depredadores naturales locales son suficientes para controlarlos”, agrega Darrigran. Sí los hay, pero a baja escala e impredecibles consecuencias. “Detectamos que algunos peces, como las bogas, cambiaron su dieta, dejaron de comer lo que comían para pasar a alimentarse exclusivamente del mejillón dorado. Los pescadores, que según la tradición exageran, cuentan que las bogas salen más grandes y en mayor número en el Río de la Plata. Es que tienen disponible en cantidad al Limnoperna y ya no están obligadas a invertir energía en buscar su comida tradicional, por lo que la dedican a crecer y reproducirse. Pero ya no comen lo que comían, y entonces ¿qué pasa con ese límite para las especies de las que se alimentaban, que perdieron a su depredador y se empiezan a reproducir más? ¿Qué va a pasar a mediano plazo con ellas y otras?”, anota otro riesgo el biólogo. A su vez, esas bogas ingieren las sustancias tóxicas que el molusco incorpora por su particular método de alimentación, todo un tema de estudio planteado.
Esta amenaza no se vio a tiempo, y pasó la oportunidad de prevenirla. “El mejillón dorado ya está instalado. Lo único que se puede hacer es evitar que se siga dispersando a la velocidad con que lo hace hoy. Eso es educación, difusión y prevención, pero ahora sobre la posible llegada de otras especies, y por todos los vectores posibles. No sólo barcos, sino aviones, trenes, camiones”, advierte Darrigran. Un reclamo de medidas urgentes “para ayer”, más amplio aún que el cursado por el Colegio de Abogados de Rosario.