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Una lágrima, un recuerdo y un simplemente gracias

Ginóbili es él con sus números, sus títulos, sus acciones, su legado, su talento, su potencia, su gambeta indescifrable, su ejemplo, su inspiración, su rebeldía basquetbolera, su inteligencia sobrehumana, su hambre de victoria. Opina David Ferrara

Esto podía haber estado escrito desde hace tiempo. Tarde o temprano llegaría la noticia, porque un año más o un año menos, la carrera del más imponente deportista argentino de todos los tiempos se terminaría de manera inminente. Adivinar no valía la pena, y se hizo costumbre, sobre todo en esta tensa espera de 2018, chequear su cuenta de Twitter día a día para ver qué decía, qué contaba, si decidía regalar un año más de su talento al mundo. Pero claramente Manu ya no estaba pensando en el básquet, lo hacía en su familia, en disfrutar y en saber si podía soltar la pelota, dejar la que fue su vida durante más de 40 años para seguir con la otra, la de su alter ego humano. Algo así como cuando el héroe se saca la máscara.

Ahí comenzó el proceso de negación, de hacer caso omiso a las señales. Seguramente la misma razón por la que la hoja quedó en blanco cada vez que la lógica indicaba que había que tener algo escrito para la ocasión, para apurar una edición y no quedar pagando a la hora de las palabras emotivas, los elogios reiterados pero merecidos.

Pero no hubo forma y la noticia golpeó por sorpresa (con Manu nunca se podrá hablar de traición), un cachetazo de la realidad que no se quiere ver y que genera un cataclismo de emociones, recuerdos, alegrías, broncas e imágenes.

Porque Ginóbili es él con sus números, sus títulos, sus acciones, su legado, su talento, su potencia, su gambeta indescifrable, su ejemplo, su inspiración, su rebeldía basquetbolera, su inteligencia sobrehumana, su hambre de victoria.

Ginóbili es algo de Pepe, algo de Chapu, algo de Luifa y algo de Fabri. Pero también Ginóbili es Manu, y es cada uno de nosotros. Es dónde estábamos cuando hizo lo que hizo (y fue mucho), cuando enseñó que cosas imposibles eran posibles, cuando derrumbó las utopías y una vez más le mostró al país que de la nada se puede hacer todo sólo con convicción y esfuerzo para apuntalar el talento natural.

Ginóbili trascendió fronteras, no dio lugar a generar las malditas grietas en torno a él, y hoy el mundo le escribe y le rinde homenaje de todas las maneras que se puedan imaginar. Todo será poco, por eso el desafío de escribir algo original era imposible y la batalla estaba perdida de antemano.

Una lágrima, un recuerdo (cada uno elija el suyo, como yo verlo debutar en el Mundial de Grecia con la selección) y un gracias. Manu poco a poco dejó claro en este receso que podía soltar el básquet. Nosotros tendremos que aprender a soltarlo a él.

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