Con antecesoras recientes como Zodíaco (2007, David Fincher), donde un grupo de periodistas busca develar la identidad de un asesino serial que actuó durante los años 60 y 70, o Buenas noches, y buena suerte (2005, George Clooney, en su segunda película como director) en la que se buscó echar luz sobre los picantes enfrentamientos entre un medio de comunicación y las infamias del temible senador McCarthy durante la tristemente célebre “caza de brujas”, o la más lejana Todos los hombres del presidente (1976, Alan J. Pakula), sobre el sonado caso Watergate, En primera plana aborda una situación similar a la de sus parientes fílmicas, esta vez poniendo la lupa, la mirada reveladora, los mecanismos de investigación de una suerte de grupo de élite periodística, nucleados en la sección Spotlight –título original del film, que remite a “destacado”– del diario Boston Globe, sobre los abusos sexuales perpetrados por curas contra niños que asistían a escuelas religiosas desde hacía por lo menos un par de décadas pero que comienzan a salir a la luz –merced a esta investigación– en los primeros años del siglo XXI.
Nominada a mejor película para los Oscar 2016, En primera plana fue dirigida por Tom McCarthy, un realizador ecléctico si los hay que firmó productos tan disímiles como el guión de la animación Up, una aventura de altura, o la dirección de The Secret Agent, que en Argentina sólo pudo verse en video, un film de bajo presupuesto y aceptable factura sobre las vicisitudes de un enano. También actor, Mc-Carthy encarnó a un periodista corrupto en la primera temporada de la serie televisiva Wire, y evidentemente el tema periodístico lo preocupa al punto de declarar que con En primera plana quiso reflejar un tipo de periodismo y de medios más vinculados con ciudades más chicas –la acción de este film, claro, transcurre en Boston– que tenían la posibilidad de trabajar de modo más independiente y sin tener que rendir demasiada cuenta a las corporaciones económicas o políticas, o, como se dice en el film, de ir “contra el sistema”.
En este sentido, la historia de este film –y los hechos reales en las que está basada– se mete con una de las instituciones más intocables, la Iglesia Católica que, se sabe, vino protegiendo a sus miembros durante mucho tiempo de las denuncias de toda laya que terminaron implicando a sus más altas autoridades por encubrimiento. Y si algo hay que “destacar” por sobre otros aspectos en este film es que revela cómo aquella investigación levantó el telón sobre la diócesis de la ciudad norteamericana de Boston, posibilitando que en muchísimas otras ciudades del mundo donde esta Iglesia tiene predicamento pasara lo mismo, incluyendo la Argentina (antes de los créditos finales, en un extenso listado, pueden leerse los nombres de estas ciudades).
Con un tratamiento austero y de poco despliegue visual –planos cortos, predominancia de interiores– En primera plana va forjando su trama alrededor de los cuatro periodistas integrantes de Spotlight, un jefe y tres redactores, que consiguen vía libre de un Ceo-interventor que llega desde Miami (ya comenzaban a cobrar estatura los multimedios con apetencias sobre medios más chicos a los que buscaban tragarse) para lanzarse sobre la punta del ovillo de un caso de abuso ya ventilado en tribunales pero rápidamente silenciado. De este modo, tendrán lugar las escaramuzas del ejército de abogados de la Iglesia y de las máximas autoridades eclesiásticas por proteger a los victimarios de las denuncias en su contra, ocultándolos o enviándolos a otras diócesis donde permanezcan más ocultos. Y al mismo tiempo, tendrá lugar el empeño de los periodistas por descubrir una verdad que va creciendo en número de víctimas y en la cadena de complicidades que la ocultan. Todo en el relato tiene un tono justo, casi medido; los periodistas de calle cuentan con los tics habituales con que suele caracterizarse este oficio y sus preocupaciones están signadas por cierta heroicidad, a la que, justo es decirlo, le faltan pliegues, es decir, falencias y renuncios, y que –en este caso y en el de Todos los hombres del presidente, no tan así en los films de Fincher y Clooney–r esponden inevitablemente a un motor ético siempre encendido que sólo se apagará cuando los resultados de su trabajo estén “en primera plana”.
El funcionamiento de la redacción, las presentaciones en estrados judiciales de los representantes legales del medio para que los expedientes de esos casos sean públicos amparados por enmiendas constitucionales, los testimonios de las víctimas, la cercanía del jefe de redacción con uno de los casos investigados y la insistencia para que se calibre la dimensión de esos delitos son los componentes narrativos que atraviesan esta historia demasiado ceñida a premisas, como si fueran los recursos obligados con que deben contar los Films de este tipo, desdeñando otras singularidades un poco más lábiles que permitirían ensanchar los conflictos planteados en su dimensión dramática, sobre todo tratándose de gente violada por curas y de su subsistencia a partir de allí –un hallazgo, es verle la cara a un sacerdote violador que sostiene, a modo de descargo, que en esos encuentros no tuvo goce sexual–.
Si bien el resultado de la investigación demuestra lo sistemático de los abusos y pone el dedo en la llaga de una institución corroída desde sus cimientos, todo funciona muy calibrado en el film, y si el espectador entra en el relato con interés obedece más al carácter del tema y a una estructura ya consabida en su planteo estético que a la libertad e imaginación con los que debe contar toda obra de ficción que se precie.