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Una maestra rural recibirá por Santa Fe distinción nacional

Susana Enrique es directora de la escuela “Narciso Laprida”, de Colonia La María, un paraje de 90 habitantes. En esta entrevista cuenta cómo es vivir y dirigir un establecimiento al que concurren 18 alumnos.

Colonia La María es una zona rural tan pequeña que hasta cuesta que Google pueda encontrarla en el mapa. Tiene cerca de 90 habitantes y está ubicada en el distrito de Alejandra, en el departamento San Javier, en el centro norte de la provincia. Se accede por un camino de tierra de 35 kilómetros desde el pueblo más cercano.

Hace 68 años que en ese paraje se creó la escuela Francisco Narciso Laprida N° 1009, que actualmente tiene una población de 15 alumnos en primaria y 3 en el nivel inicial. También tiene un maestro y una directora, la profesora Susana Enrique, quien fue propuesta por el Ministerio de Educación de la provincia para que en septiembre reciba el premio a los “Buenos Educadores de la Argentina 2016”, que otorga el Ministerio de Educación de la Nación.

Esta distinción se entrega cada año a 24 maestros de nuestro país, uno por cada jurisdicción, y cuya mención es en “reconocimiento y justicia para aquellos que a diario se entregan por el crecimiento humano de quienes le son confiados a través de una de las tareas más nobles y gratificantes: la de enseñar”.

El docente premiado debe tener una reconocida trayectoria, destacado desempeño frente a los educandos, inserción en la comunidad educativa, reconocimiento académico y compromiso con la escuela.

Susana Enrique es una de las maestras santafesinas que reúne esas condiciones. “Este premio es una caricia a mi alma –dice la profesora–, aún creo que es un sueño, es confirmar que la igualdad de oportunidades existe de forma real, que el trabajo, la dedicación, la constancia y el amor a lo que hacés siempre te permiten cosechar buenos frutos, y esto no sólo hace referencia a esta experiencia personal, sino también a los logros que tienen nuestros alumnos y ex alumnos en las distintas aéreas donde se desempeñan”.

En 1977 ingresó como docente en la escuela y se quedó para siempre. “Tengo mis raíces en este lugar y desde siempre sentí la vocación de ser una maestra rural, de luchar por la revalorización de la educación rural, de preparar niños que cuando vayan a seguir sus estudios en el medio urbano no sientan discriminación y que los que siguen el camino del trabajo sean reconocidos por su desempeño. El saber te permite ocupar un lugar, te hace importante”, sostiene Enrique.

Susana es directora desde hace 20 años y dice que no faltó un solo día. Al principio recorría los 12 kilómetros que la separan de la escuela a caballo o caminando, pero ahora vive en la escuela de lunes a viernes.

—¿Qué implica para un docente vivir en la escuela?

—Vivir en la escuela te posibilita sentir el placer del deber cumplido, de desarrollar una tarea constante y de enseñar con el ejemplo a los alumnos la responsabilidad de asistir a diario a la escuela. Ellos saben que aun cuando los caminos se tornan intransitables por las lluvias, muchas veces varios días seguidos, su maestra los está esperando. Estar en la escuela rural te permite conectarte con el medio, aprendés a amarlo y a pensarlo de manera reflexiva. Te interiorizás, aprendés sus códigos y podés actuar en consecuencia.

—¿Qué significa para usted ser la directora de la escuela en la cual comenzó su carrera?

—La escuela es todo para mí, es mi vida, me gusta pensarla, hablar de ella, gestionarla y avanzar hacia el logro de metas que muchas veces parecen una utopía y cuando menos lo pienso se hacen realidad. Entonces comienzo nuevas búsquedas, que abran nuevos horizontes, que hagan más felices a los niños y a sus familias, que sientan orgullo por su escuela rural y que más allá de donde la vida los lleve, recuerden con amor sus raíces.

La escuela llegó a tener 120 alumnos y cuatro maestros más, pero con el transcurrir del tiempo las familias fueron migrando como consecuencia del exterminio de las nutrias, que era un recurso natural que proporcionaba abundante mano de obra. También influyó el avance de la tecnología, tanto en la agricultura como en la ganadería.

En la actualidad la Francisco Laprida tiene 15 alumnos que vienen de zonas diversas. Algunas relativamente cerca y otras a más de 10 kilómetros de distancia. Es una población con carencias: algunas familias no tienen trabajo y muchas madres son solteras que dependen de planes sociales.

“La mayoría de los niños son descendientes de aborígenes –señala Susana–, algunos son hijos de madres solas, por lo que se constituye una gran familia en la casa de sus abuelos, donde el abuelo pasa a ser el papá. Otros viven con mamá y papá, pero más allá de la conformación familiar son niños que reciben mucho afecto”.

—¿Cómo se conjuga lo curricular con las condiciones concretas de la ruralidad?

—Abriendo la escuela, complementando esfuerzos, compartiendo herramientas, plantines y conocimientos, fue posible llegar a cada hogar para motivar y hacer  que se concienticen de los beneficios de una huerta y se dispongan para desarrollar en cada casa esta maravillosa tarea de hacer producir la tierra, con resultados muy exitosos. Una vez logrado que cada familia tenga su huerta, nos dimos cuenta que el consumo de las verduras se limitaba a las ensaladas por desconocimiento de otras recetas, por lo que en coordinación con Pro huerta los alumnos de séptimo dictaron talleres de comidas con hortalizas de la huerta. Es difícil cambiar los hábitos de alimentación de las familias, sin embargo, los niños con su accionar, lograron crear conciencia de una correcta alimentación.

—¿Entonces es importante trabajar con un currículo rural?

—Trabajar un currículo rural contextualiza y otorga significado  a la enseñanza. Los niños se motivan y aumentan su sentido de pertenencia al medio. El entorno se presenta como un campo de ensayo de la teoría aprendida en las aulas, desde las matemáticas, la lengua y las ciencias, dándoles la posibilidad de aplicar en sus casas lo aprendido en la escuela y ser agentes multiplicadores de prácticas que mejoran la calidad de vida.

—¿Cómo se concientiza sobre la cultura del trabajo en una localidad donde se pierde el empleo?

—Con un programa integral en el cual desarrollamos la producción orgánica, la educación ambiental, el cooperativismos y la cultura del trabajo. Bregamos para que cada niño, futuro ciudadano comprenda que cada uno es artífice de su destino, que todo dependerá de cada uno. Que todo puede lograrse siempre que estén dispuestos, con ganas, esfuerzo y dedicación.

“Trato de que no haya un solo día en que los niños se vayan de la escuela sin haber aprendido algo nuevo, revalorizando constantemente los saberes que traen de sus padres para desde ahí ir incorporando nuevos conocimientos,  acompañando para que armen una valija de herramientas que le sirvan en cualquier circunstancia, haciendo mucho hincapié en la formación de valores. Mostrándoles que las cosas pueden cambiar, desde un aprender a hacer y a ser, ya que los niños no se motivan con simples promesas de que las cosa les van a ir bien”, concluye Susana que en septiembre recibirá el premio a los “Buenos Educadores de la Argentina 2016” pero que, como muchos maestros santafesinos, hace tiempo que son buenos educadores.

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