Por Miguel Passarini
De la mano de Pablo Fossa y Juan Pablo Giordano, talentosos creadores de la escena local, en 2008 se puso en marcha una saga teatral apuntada a recorrer, revisar, reproducir y ficcionalizar momentos de la historia argentina de los últimos 50 años que, con resultados positivos, concretó el estreno de las obras “El secreto”, “La transa” y “La timba”, agrupadas como un corpus denominado Argentina arde.
Con algo de aquel procedimiento de escritura y puesta en escena, pero ahora apuntado a dar un giro a la impronta política apelando a un hecho concreto y real, el regreso de Juan Perón en 1973 que derivó en la llamada Masacre de Ezeiza, el equipo estrenó recientemente Agentes del desquicio, una de las obras ganadoras de Coproducciones Municipales 2012, que cuenta con las actuaciones de Cecilia Lacorte, Jorge Ferruci, Ariel Hamoui y Gustavo Di Pinto, y que cada sábado a las 22, en La Morada (San Martín 771, planta alta), se da el infrecuente lujo de colgar el cartel de localidades agotadas, hecho que la convierte en un verdadero éxito del teatro de producción local que, al menos por el momento, seguirá en cartel los sábados de julio y agosto.
Agentes del desquicio, título ajeno a cualquier posible ingenuidad, que desde el punto de partida ensaya una crítica a aquél funesto momento de la historia argentina con el peronismo de izquierda y el de derecha enfrentados, cuenta además con vestuario de Ramiro Sorrequieta, imágenes de Prometeo Contenidos Audiovisuales, dramaturgia de Giordano y Fossa y dirección general de Pablo Fossa.
La obra, que tuvo su estreno formal en La Comedia con una función multitudinaria para luego iniciar su temporada en La Morada, aborda un momento intenso, contradictorio y trágico de la historia política del país. Perón vuelve, luego de 18 años de exilio, y en las inmediaciones del palco de bienvenida se organiza un dispositivo de seguridad que tiene como finalidad detectar infiltrados comunistas en el movimiento peronista para sacarlos de juego. Las habitaciones del hotel Internacional de Ezeiza (lugar en el que se desarrollan los hechos narrados en la obra), se transforman en lugares de detención y tortura, y en una de ellas Leonardo Favio, militante peronista, irrumpe y salva la vida de ocho jóvenes detenidos. En el trascurso de la obra, que no reniega del humor, estallan las contradicciones entre los personajes provocando la permanente sensación de que cualquiera puede ser un infiltrado.
“Esta obra es parte de la saga Argentina arde, pero la diferencia que tiene con las tres anteriores es que esta contextualizada, el momento en el que suceden los hechos que se narran es un tiempo definido e histórico: el día de la vuelta de Perón, el 20 de junio de 1973, a su regreso de España, cuando aconteció la Masacre de Ezeiza; a partir de este dato concreto de la realidad, la obra se basa en una anécdota que en su momento estuvo oculta por Leonardo Favio, quien tuvo una amplia participación y además fue el animador del acto, que después contó por qué lo habían involucrado con la derecha peronista”, adelantó en el marco de una larga charla el dramaturgo Juan Pablo Giordano.
“Esta anécdota –continuó–, tenía que ver con que, supuestamente, Favio vio gente torturada y no hizo nada; dos años después, explicó que no fue así, sino que se encontró con torturadores a los que conocía, y entonces pactó no denunciarlos a cambio de que dejen a todos vivos”.
Respecto del momento confuso que derecha e izquierda peronista se encargaron de entramar, el creador analizó: “Era un tiempo muy complicado, el que no participaba de la lucha armada, e incluso aquellos que lo hacían, eran considerados como que no se jugaban por la causa, y quizás no tenían otra forma de militar. No siempre la lucha armada es la solución, eso es algo que nos demostró la historia con el paso de los años. Había una división muy fuerte y muy violenta entre ambos grupos”.
Planteando una analogía con el presente, Giordano cuestionó: “A veces escuchamos que ahora estamos divididos como país y yo digo que no es así; siempre propongo que lean un poco de historia, porque en aquel momento estábamos realmente divididos. Un sindicalista señalaba a quien no lo era o se señalaban entre los compañeros de trabajo, y la cosa se complicaba”.
Respecto de las derivaciones de la trama de Agentes del desquicio a partir de esta anécdota fundante, el creador detalló: “Los personajes son de ficción, y son, supuestamente, parte de la organización del acto. El montaje de aquel encuentro se lo dividieron, en parte, militares retirados que eran leales al viejo peronismo, que eran comandados por el teniente coronel Jorge Osinde, el jefe del operativo; policías también retirados que habían sido reincorporados a la fuerza por López Rega, y la juventud sindical comandada por Rucci. Esta gente, después de la muerte de Perón, fue parte de la Triple A. todos estaban retirados, ya no eran empleados ni nacionales ni provinciales, sino que habían sido reincorporados tanto por López Rega como por Osinde para ser parte de la seguridad del acto. En la ficción, ellos son: Almada, un policía retirado; Almirón, un militar separado del Ejército, y Aguirre, un chofer de sindicato. El cuarto personaje es Gutiérrez, una joven militante universitaria que se encuentra secuestrada junto a otros militantes en el hotel, sospechada de ser una infiltrada comunista en el movimiento peronista”.
Respecto de aquello que se buscó ficcionalizar en el contexto de una trama teñida por lo histórico, Giordano explicó: “El personaje de Cecilia (Lacorte), Gutiérrez, es una militante que cae herida por la confusión que se genera a partir de los disparos. Lo que estamos ficcionalizando tiene que ver con que estos tipos que disparan, disparan tanto que no saben a quién le están disparando. Eso es parte de la obra, pero también es real que en su momento fue muy difícil reconocer cuál era el verdadero enemigo. De hecho, ideológicamente, la línea era muy fina, muchos montoneros militaron en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), que también una parte se fue a Tacuara que era de derecha. Definir cuál era la derecha y cuál la izquierda, en algunos militantes, era casi imposible. No había forma de saber quién era cada uno y cuáles eran sus objetivos, y en eso está basado este trabajo, que se revela como crítico de aquél momento que vivió el país y que nos marcó para siempre”.