Adela no quiere ser una santa. Quiere ser honesta. Aún si significa enfrentar rumores que dicen que ella, una mujer que eligió usar los hábitos y entregarse a Dios, le hace propaganda a la marihuana. Desde hace más de un año ella también usa 9 gotas de aceite de cannabis por día para calmar la artrosis bilateral que tiene en las rodillas. Adela encontró a través de kinesiólogos que podía calmar el dolor que sentía cuando camina al consultorio que ella comparte con su sobrina y donde atiende a sus pacientes. Es que además de haber elegido la vida religiosa, la jubilada es psicoanalista y dio clases de psicología durante décadas en una escuela del centro. “En la congregación hubo resistencias hasta que aprobaron el uso en Uruguay y los casos de madres con chicos con epilepsia demostraron que, como toda herramienta, tiene un buen uso: mejorar la calidad de vida”, explicó a El Ciudadano Adela.
El camino
Adela es hija de italianos, estudió en la escuela Dante Alighieri y aprendió a jugar en el patio de un oratorio de una iglesia. Trabajó como administradora en una empresa importadora de avionetas hasta los 22 años, cuando decidió entrar a la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). El mismo año entró a la congregación. Cada día de clases durante 5 años caminó hasta la Facultad con el hábito negro y contó que nunca tuvo problemas. Los años de universidad se repartieron entre los libros de Sigmund Freud, la práctica solidaria en el instituto religioso y un hombre del que se enamoró, pero nunca frecuentó. Le gustó la idea de dar clases y pudo hacerlo en una escuela del centro de enseñanza religiosa. Dio clases de psicología.
Para Adela, no hay conflictos entre la religión y el psicoanálisis. Aprendió de maestros que no ponían el eje en las diferencias entre las disciplinas sino en cómo podían ayudar a su manera. “En una de las últimas conferencias Freud dijo que estaba feliz de morir y pertenecer a la religión israelita. La ciencia no debe reñir con la religión. Son niveles distintos”, explicó a El Ciudadano. Además de formarse en pedagogía y psicología, Adela abrió su consultorio que hoy comparte con su sobrina, también psicoanalista. Cuando se jubiló las rodillas le quitaron el placer de caminar. La operaron de los meniscos y empezó los tratamientos tradicionales: pastillas y kinesiología. Cada año notaba que las cuadras le costaban más. Hace casi dos años un kinesiólogo le aconsejó tomar el aceite para calmar los dolores. Consiguió aceite de cannabis y en la actualidad toma tres gotas tres veces por día.
Adela empezó a ir a las reuniones de la Asociación Rosarina de Estudios Culturales (Arec). Entonces empezaron los rumores en la congregación de que la monja hacía publicidad a la marihuana. “Nunca me castigaron. Al principio me pidieron que no hable, pero la legalización de Uruguay y los avances de la medicina con las mamás de chicos con epilepsia hizo pasar todo”, recordó Adela.
Además de los problemas en las articulaciones, Adela tenía mareos esporádicos que pudo controlar con el tratamiento a base de cannabis. “No llevo una vida de altar. Es una vida digna. El aceite me dio energía. No cultivo y mi tratamiento lo complemento con otro más tradicional. Siempre es mejor sumar la opinión de los profesionales de la medicina que no resisten el aceite”, explicó la mujer.
Para el referente de Arec, Pablo Ascolani, el aceite de cannabis mejora la calidad de vida de los adultos mayores porque si bien no resuelve una enfermedad, ayuda contra un conjunto de síntomas que la medicina tradicional no puede abordar y que, en algunos casos, hasta las empeora con las pastillas. “El aceite de cannabis mejora el descanso, el ánimo, el apetito y no tiene efectos negativos en personas que pasaron años haciendo terapias medicamentosas que les comprometieron el aparato digestivo”, opinó Ascolani.
La misión
Un documental de la BBC de Londres describe la actividad de un grupo de monjas de la comunidad de Las Hermanas del Valle de California, Estados Unidos, que viven en una granja donde cosechan y venden marihuana para usos medicinales. No dependen de ninguna orden religiosa, cultivan las plantas de cannabis con las que elaboran una gran cantidad de productos medicinales que luego son comercializados.
Según publicó Rosario 3, la fundadora de la organización es Christine Meeusen y las monjas hicieron votos basados en la conexión con la naturaleza y las plantas. Son veganas, visten hábitos y tienen como principal propósito aliviar a las personas que sufren dolores crónicos. Las hermanas de la Orden pretenden curar al mundo a través de medicina alternativa basada en la planta de cannabis. Los productos, entre los que se encuentran aceites, jabones, cremas y ungüentos, son enviados por correo a todas partes del mundo y según se pudo saber en 2016 sus ventas superaron los 750 mil dólares.
Resguardo
Al igual que en anteriores ediciones el nombre real y demás detalles de la entrevistada se preservaron ya que hasta hace poco la Justicia persiguió a un jubilado que usó cannabis de forma medicinal.