Manuel Parola / Guillermo Correa
En una escena que replicó a lo que ocurría en decenas de calles y plazas del país, una descomunal columna de unas 20 cuadras se movilizó en Rosario desde los alrededores de la plaza San Martín hasta el Monumento a la Bandera para repudiar el golpe de Estado que encaramó la última y más sangrienta dictadura en la Argentina, del que este viernes se cumplieron 47 años. Decenas de miles de personas, la mayor parte bajo las banderas de sus organizaciones, le dieron sonido y color a la movilización, una de las más grandes de los últimos años, que se inició favorecida por el transporte público gratuito para quienes concurrían y concluyó en forma apurada, tras la lectura del documento final –y con un espectáculo reducido de las murgas Ojo al Piojo y Los Vecinos Recontentos–, cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a mojar a la multitud que se agolpaba en las escalinatas de la explanada. En el medio, la movilización se desplazó en perfecto orden, a paso lento, y sin roces entre las militancias, que dieron cuenta de la diversidad de organizaciones que trabajan en la ciudad por Memoria, Verdad y Justicia, por el juicio y castigo a todos los culpables de violaciones a los derechos humanos –incluidos los cómplices civiles del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional– y por cárcel común para quienes las cometieron. Las consignas –históricas– se matizaron este año con apelaciones que se denotaron en la movilización y se incluyeron en el documento final: una por el fin de la Justicia patriarcal y de clase, que incluyó el cese de la “persecución” a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner; la otra por basta de represión y de muertes en los barrios de la ciudad por balas que, más allá de quien las dispare, están ligadas al narco.
La marcha se inició, como estaba previsto, apenas pasadas las cinco de la tarde, encabezada por Madres de Plaza 25 de Mayo y Abuelas de Plaza de Mayo, Hijos, Nietes, Familiares, Ex Detenidos Desaparecidos y Presos Políticos, y los demás organismos de derechos humanos. Por detrás fueron desfilando con sus banderas centros de estudiantes secundarios y universitarios, y sus federaciones, y después los gremios y centrales obreras, organizaciones barriales, bibliotecas populares, asociaciones civiles y más, incluidas una columna de Rosario Central a mitad de la marcha y otra de Newell’s Old Boy al cierre. A partir de allí un sinfín de organizaciones le dieron colorido de pancartas, banderas y pecheras, y sonido de bombos y redoblantes, trompetas, silbatos, cornetas a un incesante desfile. La composición expuso un entramado social complejo, con fuerte presencia de barrios, de organizaciones de trabajadores desocupados y cooperativizados como la Utep, y de agrupaciones y asociaciones civiles vinculadas a víctimas de hechos de violencia, como una columna de familiares y amigos de Carlos “Bocacha” Orellano y otra de personas vinculadas a Jimi, el joven músico que se llamaba Lorenzo Altamirano y que fue secuestrado y asesinado para dejar en su cuerpo amenazas vinculadas a la guerra de bandas narco.
También la composición expuso la fractura expuesta y la dispersión por la que atraviesa la política santafesina, con columnas distintas –y repletas– del peronismo, que marcharon separadas entre sí por otras organizaciones: primero la de la Corriente Nacional de la Miltiancia, con el jefe de Gabinete, Agustín Rossi, y el titular del bloque oficialista de la Cámara de Diputados de la Nación, Grermán Martínez, a la cabeza; después la no menos voluminosa columna del Movimiento Evita, y más atrás otra de tamaño comparable, encabezada por La Cámpora.
La misma situación atravesó al Partido Socialista, que marchó en columnas separadas entre Bases, que no adhiere al “frente de frentes” con el PRO y la UCR, y otra del PS “oficial”.
En tamaño y concurrencia había algunas que tallaban fuerte, como las antes mencionadas: las de Ciudad Futura, en alianza con el Frente Social y Popular, las del Partido Comunista Revolucionario y la Corriente Clasista y Combativa, y las de Somos Barrios de Pie. Y el mayor colorido lo aportaron, como también es usual, las columnas ligadas a los feminismos y disidencias, y las que conformaron las organizaciones vinculadas a la lucha de los pueblos originarios.
Y otro dato saliente lo aportaron dos pequeñas pero ruidosas presencias radicales, la primera de Franja Morada y sectores del alfonsinismo, y en el cierre la agrupación Sergio Karakachoff, fundador de la Junta Coordinadora, asesinado por la dictadura el 10 de septiembre de 1976.
Las otrora voluminosas presencias radicales, sobre todo engrosadas por su brazo universitario, la Franja, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, con el juicio a las Juntas como ariete, esta vez brillaban por su ausencia, pese a la reivindicación planteada en el filme «Argentina, 1985». Acaso muchas presencias eligieron estar sin banderías, en medio de renovadas menciones al un supuesto «curro de los derechos humanos» que suelta con inoportunismo un sector interno de PRO, con el que la UCR tuvo alianza para alcanzar el gobierno y la mantiene hoy desde la oposición.
El muestreo es incompleto: lo cierto es que la nueva conmemoración del inicio de la dictadura que asoló al país rebosaba de militantes, buena parte de ellos muy jóvenes, y también de organizaciones territoriales vinculadas a distintas fuerzas políticas que marchaban agrupados por barrios, con carteles que los identificaban.
El tamaño de la movilización obligó a demorar la lectura del documento que acordaron todas las organizaciones presentes, cuyas cinco carillas dan cuenta de que no son pocas las consecuencias de la dictadura que hoy, cuando se van a cumplir 40 años ininterrumpidos de democracia, aún perduran, y que incluso han surgido nuevas, como la reciente condena y proscripción a la vicepresidenta Cristina. Y también de las situaciones a resolver hacia un futuro para lograr una democracia plena.
De igual modo el mensaje resultó claro: “La lucha continúa”.