Guadalupe Carmona
Memoria del polvo, de Pablo Racca, fue el libro ganador de la primera edición del “Concurso de Novela Social Rosa Wernicke 2019” y se publicó hacia fines de 2020 por la situación pandémica que se vive. El objetivo de dicho concurso literario es premiar los textos que aborden aquellas problemáticas que generan un marcado desequilibrio en el tejido social con cada vez más excluidos y desposeídos.
La obra de Racca, quien se presentó bajo el seudónimo José Luis Borges, fue seleccionada entre otros 21 trabajos. “El texto encuentra el modo de narrar un conflicto social que nos interpela desde el presente, recreando las carencias y las necesidades básicas insatisfechas de una enorme parte de nuestra sociedad”, definió el fallo del jurado compuesto por Laura Rossi, Maia Morosano y Federico Ferroggiaro.
¿Cómo se dan las luchas en el contexto de lo social? Tal vez ésa es la pregunta que resuena a lo largo de esta historia. ¿Cómo cada uno de los personajes encara el día a día en el barrio? ¿Cuáles son las dificultades que implica y el lugar que cada uno de ellos ocupa?
El libro de Pablo Racca problematiza una realidad pero no busca emitir un juicio de valor; la intención es recrear las escenas que transcurren en la vida del barrio y si logra alguna interpelación, hacer reflexionar al lector, mucho mejor.
La realidad desordena
Racca escribe haciendo cuerpo una contradicción, como les sucede a los docentes de su relato: están frente a la dicotomía del “adentro” y el “afuera” –así lo definen a lo largo del texto–. ¿Cómo lo abordan sin asumir y dar por hecho, las voces de aquellos que viven en el barrio?
<Memoria del polvo< introduce en una realidad social periférica. Personifica las secuencias frente al lector casi como si se las pudiera ver brotar del libro. Dibuja el acostumbramiento que se vive allí por parte de quienes lo habitan, pero también de la sociedad que está más allá de “la avenida”. En cada escena aparece una nueva arista de la problemática: el hambre, la pobreza, las dificultades familiares, la violencia, la delincuencia, las drogas.
El rol de la escuela ante tales escenarios, su representación como refugio y espacio de escape. Se plantea un recorrido por conflictos que probablemente, quien no los comparta, no comprenda en toda su magnitud. Lo que más se aprecia es el amplio conocimiento del territorio, que hace pensar en un trabajo previo del autor en ese espacio.
Tal vez sin quererlo, el libro sacude ese hábito para ver esas problemáticas como “normales”, y a cada página hay un nuevo problema que se suma a la larga lista de dificultades: La desconfianza. El miedo. La esperanza. La satisfacción. El sentido de pertenencia. La comunidad. La muerte. La búsqueda de la supervivencia. El polvo que todo lo invade, que funciona como telón de fondo para el paisaje del barrio. Así es la vida en la marginalidad. “La realidad nos desordena”, se lee en el texto.
Un aporte al diálogo con uno mismo y con los compañeros
¿Qué es lo que debe tener una novela para que se pueda definir como “social”? Pablo Racca señaló: “No es que haya una definición tan clara, pero es la que directamente trata temáticas que consideramos sociales. En general la literatura trata sobre relaciones sociales en muchos sentidos, pero aquí se espera que el foco sea alguna problemática social que se considere así totalmente, que no sea algo tangencial del libro, sino que esté apuntado ahí”.
El nivel de conocimiento del autor acerca del conflicto social proviene de su largo recorrido por los barrios. “Hará unos 15 años más o menos que estoy en distintas iniciativas para abordar el trabajo en barrios periféricos desde distintos ángulos. Pasé mucho tiempo como apoyo escolar y espacios recreativos siempre enfocados a niños y adolescentes. Luego, a veces, con un trabajo más político. De alguna u otra manera yendo directamente al barrio y trabajando con los vecinos”, contó el escritor rosarino.
Al enterarse del concurso, Racca decidió volcar esos años de abordaje territorial en sus páginas. “A partir del concurso me surgió la inquietud e intenté ver si podía volcarlo en modo ficcional, como una novela”, dijo el autor, y agregó: “Esta fue mi primera publicación, mi primera novela también. Yo venía escribiendo cuentos hacía ya tiempo, escribo desde chico en realidad. Las temáticas venían siempre cerca de lo social pero no como foco. Haber escrito sobre el barrio, sobre estos personajes, fue la primera vez”.
“Lo que más tenía en mente era buscar que la novela muestre todas las preguntas que uno hace cuando está en un lugar como el mío. Escribir una novela social, siendo un actor que es externo al barrio, que llega desde afuera e intenta involucrarse y acercarse, de alguna manera tiene sus «trampas» porque uno cae muchas veces en asumir que comprende experiencias, que se puede poner «en el lugar de»”, explicó Racca en relación a la búsqueda de un lugar para poder narrar la historia.
Asimismo afirmó: “El libro intenta hacer un aporte al diálogo continuo que uno tiene con uno mismo y con los compañeros con quienes se acerca a los barrios, en los modos que uno ve y lleva la práctica”.
El “polvo” del barrio que se lleva puesto
La figura del “polvo” que da forma al título de esta novela nace de una característica que configura al barrio. “Sobre todo, tiene que ver con una escena, cuando ellos –los personajes– están en el hospital al final y se les forma estos charquitos de polvo alrededor de las zapatillas. Siempre fue esa observación del detalle colorido y a la vez inconcreto de volver lleno de polvo del barrio. Cuando uno va al barrio te lo llevás puesto. Es una alusión a eso. Cuando lo transitás y aparece el ojo de escritor que uno tiene, digamos, esos detalles se hacen grandes. De alguna manera hacen a lo que uno está viendo constantemente”, manifestó Racca.
En cuanto a si la literatura debe abordar temáticas como éstas, el autor opinó: “Las preguntas sobre la literatura me generan, a la vez, muchas otras preguntas. Yo creo que no hay que pedirle nada a la literatura ni esperar nada de ninguna disciplina artística. Desde algún tipo de militancia uno podría decir «si, necesitamos hablar de esto y aquello» y empezar a pensar una literatura más panfletaria, con objetivos más allá de contar las historias, y tener algún tipo de experiencia comunitaria alrededor de una temática. Pero cualquier cosa que sea la literatura tiene que ser lo que más profundamente uno tenga adentro, y creo que es lo único que podemos pedirle, que sea genuina en ese sentido”.
“Si hay literatura social, y creo que la hay –de hecho en Argentina constantemente encontramos referentes como (Gabriela) Cabezón Cámara, por momentos Juan Solá (escritor entrerriano)–, significa que efectivamente está dentro nuestro y emerge naturalmente, pero no como una búsqueda”, concluyó.