Elisa Bearzotti
Especial para El Ciudadano
En estas crónicas siempre hemos vinculado la crisis sanitaria mundial provocada por el coronavirus a un contexto mucho más amplio y de resolución compleja, como es el modo de producción que rige la contemporaneidad. El capitalismo, con su búsqueda del lucro incesante y la exaltación de la competencia como herramienta privilegiada de ascenso social, guarda dentro de sí la semilla de la expoliación desenfrenada de recursos… destinada al beneficio de unos pocos. Entonces, no resulta raro que un planeta herido comience a sangrar por sus llagas… ni que un sistema incompatible con la vida que pretende cobijar, termine haciendo colapsar la salud de sus habitantes. Esta parece ser también la opinión de algunos dirigentes mundiales, como Antonio Guterres, secretario general de la ONU, quien calificó de “fracaso mundial” y “vergüenza global” los 5 millones de muertos por el covid-19, atribuyendo ese número a la inequidad reinante en el planeta. El secretario general ha calificado como una vergüenza mundial que mientras los países ricos están lanzando terceras dosis de la vacuna, solo alrededor del 5% de las personas en África están completamente vacunadas. “Necesitamos poner las vacunas en los brazos del 40% de las personas de todos los países para finales de este año y del 70% para mediados de 2022”, ha declarado Florencia Soto Nino-Martínez, portavoz adjunta del titular de Naciones Unidas. Sin embargo, la cercanía del invierno europeo brinda pocas esperanzas al respecto. Más bien, los países del norte intentan blindarse contra una nueva ola del virus, que ya amenaza con hacer estragos otra vez sobre sus habitantes y sus economías.
En los últimos días han muerto en Europa más de 24.000 personas debido a la pandemia, un 13% más que la semana precedente. Rusia, Ucrania y Rumania están a la cabeza. Rumania, que se enfrenta a una virulenta cuarta ola de la pandemia, está trasladando a los pacientes con formas graves de covid-19 a Alemania. También ha transferido algunos pacientes a Hungría, Polonia y Austria. En los Países Bajos vuelven las restricciones para intentar frenar el aumento de infecciones, ya que los positivos subieron un 45% respecto a la semana anterior. Y Grecia está registrando más de 5.000 nuevos casos diarios. Mientras tanto, China, ante la cercanía de los Juegos Olímpicos de Invierno que se desarrollarán en Pekín en febrero de 2022, está pidiendo a sus ciudadanos que almacenen comida, una medida que remite a escenarios ficcionales y apocalípticos. Según informó la agencia de noticias AFP, un aviso publicado en la web del Ministerio de Comercio chino invita a los hogares a “almacenar cierta cantidad de productos básicos para hacer frente a las necesidades cotidianas y a casos de urgencia”. El mensaje no detalla el motivo de este llamado ni si el país se encuentra amenazado por la escasez alimentaria. Las autoridades chinas solicitaron además a los comercios y cadenas de suministros que faciliten el abastecimiento de alimentos, se beneficie la producción agrícola, se vigilen las reservas de carne y verduras, y se mantengan los precios de la canasta básica.
Tampoco el papa Francisco dudó en vincular esta terrible experiencia global con los daños producidos en los últimos siglos sobre el planeta y la ecología, y en una reciente intervención en la conferencia climática COP26 manifestó que los daños por la pandemia y el cambio climático son similares a “un conflicto global”. “Nuestro mundo postpandémico será necesariamente diferente. Es ése mundo que debemos construir ahora, juntos, y debemos empezar reconociendo nuestros errores pasados. Algo similar podría decirse de nuestros esfuerzos para enfrentar el problema global del cambio climático. No hay alternativa. Podemos alcanzar los objetivos planteados por el Acuerdo de París sólo si actuamos de manera coordinada y responsable”, sostuvo el Papa. Y agregó: “Estamos frente a un cambio de época, un desafío cultural que demanda un compromiso de parte de todos, pero particularmente de aquellos países que poseen más medios. Esos países deben tomar un rol de liderazgo en las áreas de financiamiento climático, descarbonización del sistema económico y las vidas de las personas, la promoción de la economía circular, como así también dar apoyo a los países más vulnerables que trabajan para adaptarse al impacto del cambio climático, respondiendo a las pérdidas y daños que causó”.
En este sentido, podríamos decir que la pandemia provocó un positivo e inesperado efecto al golpear donde menos se esperaba: la economía global. Por eso, a pesar de las reticencias, los dirigentes de más de 100 países reunidos en la Cumbre de la COP26 –que albergan el 85% de los bosques del mundo– comenzaron a avanzar por el camino de la sensatez y firmaron un compromiso para frenar y revertir la deforestación del planeta para 2030. Bosques y selvas absorben casi un tercio del dióxido de carbono emitido por la quema de combustibles fósiles, pero cada minuto se pierde una superficie forestal equivalente a 27 canchas de fútbol. Al disertar ante la Cumbre, el primer ministro británico, Boris Johnson, dijo que para lograr el acuerdo sobre los bosques se dispondrán 19.200 millones de dólares de fondos públicos y privados, y agregó: “Estos grandes ecosistemas abundantes son los pulmones de nuestro planeta y esenciales para nuestra propia supervivencia”, mencionando también que se trataba de un “acuerdo histórico” y una “oportunidad única para crear puestos de trabajo”.
Luego del anuncio, los ambientalistas tuvieron reacciones diversas. Algunos lo consideraron positivo, aunque advirtieron que un acuerdo previo de 2014 no logró detener la deforestación en absoluto, y que es imperioso cumplir con los compromisos. Otros, en cambio, como la organización ecologista Greenpeace, denunciaron el acuerdo como una “luz verde para otra década de destrucción forestal”. Sin embargo, no queda otra que ser optimistas y aferrarnos a la esperanza de un mañana que no depare tanto sufrimiento humano. El “juego del calamar” capitalista nos condujo hasta acá, y sólo la regla número 3 podrá salvarnos. Pero para ello es necesario despertar conciencias, destronar la competencia innecesaria, encontrar placer en el actuar colectivo aunque el resultado no responda estrictamente a nuestros anhelos, bajar expectativas, abrirnos al otro, generarnos de nuevo: más libres, más solidarios, más humanos… Más parecidos a los poetas locos que andan por la vida pateando baldosas y cantando “Imagine”. Un mundo así no es una utopía… más bien es la diferencia entre el Cielo y el Infierno.