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Una pareja con destino incierto

Federico Tomé dirige a los talentosos Adriana Frodella y Matías Martínez en "Una versión de El Amante de H. Pinter", singular y evocativa versión del clásico del dramaturgo inglés.

Adriana Frodella y Matías Martínez, dos de los mejores actores rosarinos de su generación, en un pasaje de la obra.
Adriana Frodella y Matías Martínez, dos de los mejores actores rosarinos de su generación, en un pasaje de la obra.

elamantenotaArmar una cotidianidad como si fuera un ensayo; un juego de roles, la convención, lo pactado, un acto que se repite, una especie de analogía entre matrimonio y teatro con amantes inventados, con la lógica de una telenovela de los años 80, en la que el whisky (en realidad un te frío) se toma a toda hora.
Las coordenadas de la iluminada pieza El Amante, del dramaturgo inglés Harold Pinter (1930-2008), están presentes, aunque deliberadamente borrosas, en Una versión de El Amante de H. Pinter, obra ganadora del ciclo Coproducciones Municipales 2012, bajo la dirección de Federico Tomé, que por estos días ofrece sus últimas funciones (al menos en la presente temporada) en Espacio Bravo.
Tomando sólo los personajes principales (la pareja de Richard y Sarah, dado que hay un tercero que aquí no aparece), y el conflicto fundante que desnuda los “acuerdos” de una pareja hastiada de una rutina alienante, Tomé bifurca el camino. Por un lado, apela a ciertos elementos del texto original (acerca de los supuestos amantes inventados por ambos integrantes de la pareja para mantener vivo algo que no pueden definir qué es), y por otro, a los datos aportados por los actores en un proceso creativo que determinó un nuevo texto en el que se cuelan cuestiones ligadas con la más pura actuación que, de algún modo, si bien “traicionan” la lógica del original (con los riesgos que eso implica), develan un nuevo campo fértil para narrar esta pequeña tragedia de pareja que aquí se corre de los “sobresaltos” del texto primigenio, quizás porque ya no tengan el efecto que sí tenían en los años 60 cuando Pinter lo escribió.
En el montaje, según Tomé, “la ficción creada por un matrimonio para poder sobrevivir se convierte en la insoportable fantasía del morbo y la humillación”. Hasta allí, la cosa pareciera responder a la lógica psicoanalítica pinteriana que, sin embargo, en relación con las dimensiones planteadas entre marido y amante, apela a nuevos sentidos, atravesando el conflicto con recursos propios de un registro de actuación más contemporáneo, con la intención de que ese conflicto se revele, incluso, más verosímil, más allá de lo absurda que pueda resultar la inevitable repetición de los hechos.
De este modo, la obra adquiere una dinámica propia y atractiva, por momentos más dramática, en otros más cercana a un humor rancio, pero siempre apelando a la actuación, que en el trabajo de ambos actores busca distancia de la profusión del texto con acertados silencios que permiten al espectador algunos “primeros planos” (dada la cercanía del público) de Adriana Frodella y Matías Martínez, dos de los mejores actores rosarinos de su generación.
Así, con una elocuente y muy bella escenografía articulada que pareciera remontar su estética a los años 60 (del mismo modo que el vestuario), tiempos en los que la obra original fue estrenada, Tomé se apoya en los trabajos de los actores, sumando una cuidada, prolija y al mismo tiempo dramática puesta de luces con la que el creador pareciera homenajear a uno de sus maestros, el director y docente Rody Bertol, creador del Centro Experimental Rosario Imagina, donde Tomé tuvo un paso importante en su formación teatral.
Las transparencias, lo divergente y lo difuso del vínculo que buscan sostener los personajes, tienen su correlato en el criterio de puesta en escena: hay un efectivo diálogo entre los hechos y los elementos del montaje (escenografía, luces, música, colores, texturas), pero siempre buscando correrse de los lugares comunes, incluso en el final, con algunas licencias, para llevar el conflicto hacia un costado más evocativo y pictórico, buscando develar que más allá de la ficción pactada, no tiene demasiado sentido buscar devolverle la vida a aquello que ya está muerto.

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