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Una pareja no pudo robar frente a un club de La Florida y gatilló varias veces contra chicos y padres

No hay escape a la violencia. En el Club San Martín, una institución recuperada por los vecinos para deportes y encuentros, dos jóvenes en sendas motos pudieron haber causado una tragedia, pero las balas no salieron. En vez de perseguirlos, los agentes cruzaron el patrullero en la calle

El Club Social y Deportivo San Martín está en Valentín Gómez 3765, misma altura que el paralelo bulevar Rondeau, en La Florida. “Éste era un lugar que expulsaba a los pibes. Pero eso cambió y ahora está abierto para todo el mundo”, se enorgullecía hace dos años el joven abogado que preside la institución, Esteban Ortega. “Es una organización libre y comunitaria que funciona como un punto de encuentro”, la describía. Pero la violencia desbocada en la ciudad amenaza con arrasar el frágil tejido social que intentan reparar experiencias barriales como esta, iniciada hace una década con la reactivación colectiva de un espacio fundado en 1949. La noche de este viernes, pudo ser el escenario de una tragedia: sólo la evitó un arma de fuego que falló. Y la Policía, de nuevo, fue merecedora del reproche contenido de los vecinos por una actitud, cuanto menos, poco profesional.

Cerca de las 21, un chico y una piba, en sendas motos, intentaron robarle a un hombre que esperaba en el auto el final de la práctica de hándbol de su hija. La pareja irrumpió en el lugar pero encontró resistencia: hubo gritos, forcejeos, salieron varios jóvenes que jugaban al fútbol y en el ingreso del club se juntaron unas 20 personas que frustraron el delito. Lo peor ocurrió segundos después. La muchacha bajó de su rodado, lo dejó tirado y se subió al de su acompañante para escapar por Valentín Gómez. En la huida sacó un arma de fuego y gatilló varias veces directo al grupo de deportistas y padres. No hubo heridos ni muertos que sumar al registro criminal porque ninguna bala salió al percutar.

Lo que siguió, en medio del tumulto que congregó a otros vecinos, refiere a la fuerza de seguridad y a la impunidad para cometer delitos de todo tipo en la ciudad. Hubo un llamado al 911, pasó enseguida una camioneta que justo patrullaba la zona, cuyos ocupantes dijeron que salían en persecución de la pareja. Minutos después, quienes seguían en la puerta del club vieron, dos veces, cómo los dos pibes del intento de robo se asomaban a Valentín Gómez desde una calle perpendicular, a unas dos cuadras, para recuperar la moto que la chica había dejado tirada en la calle. En la segunda oportunidad, llegó el patrullero enviado tras la denuncia telefónica. Y aquí la sorpresa. O no tanto: en lugar de atender los pedidos para que salgan a perseguir a los frustrados ladrones, que además habían reaccionado con extrema violencia contra quienes les impidieron perpetrar el hecho, y estaban a pocos metros, los agentes cruzaron el móvil en la calle y se bajaron «a tomar datos».

Mascullando por lo bajo, varios de los presentes se alejaron del lugar para no exteriorizar la bronca por la actitud de los uniformados, inexplicable salvo que se la atribuya a la intención de dejar escapar a los sospechosos.

Si las consecuencias inmediatas del hecho no fueron graves por pura suerte, aunque esa no sea explicación razonable, lo que produce en profundidad, por acumulación con otros tantos y a largo plazo, es la desintegración de la trama social. Diluye la ya mínima confianza en las instituciones, como lo es la Policía, y pone bajo dura prueba la voluntad de quienes, por el contrario, intentan generar espacios de comunidad para recuperar esperanzas.

Contra las declamaciones de manual que proliferan en momentos como éste, de campaña electoral, las promesas mágicas de cambio y el revoleo en terceros de responsabilidades por la violencia y la ruptura del pacto social, otros ponen el hombro en serio, en el terreno, con resultados que no aparecen en los titulares, tapados por las malas nuevas cotidianas o por desidia de comunicadores.

 

El compromiso social amenazado

 

El grupo de jóvenes que desde 2011 comenzó con la tarea de recuperar el club fundado hace 74 años, que había quedado abandonado por reiteradas crisis y otras razones, consiguió en 2016 ordenar papeles y reconstruir instalaciones para que hoy sea una referencia deportiva y social más allá de La Florida.

Allí se practica fútbol femenino y masculino, patín artístico, hándbol, taekwondo, se juega a las bochas en la histórica canchita reflotada, hay clases de ajedrez, tango, cumbia cruzada y danza folclórica. También se organizan recitales de música y series como la «San Martín Suena», con presentación de las producciones de bandas nóveles. En una ocasión, la invitación a las jornadas estuvo a cargo de Diego Capusotto.

Las cuotas para asociarse son casi simbólicas. Además, la institución le cede el predio a la secundaria 540 «Camino de los Granaderos», que está a metros, sobre calle Salvat, para las clases de educación física. El buffet, que se había convertido en un reducto nocturno para dudosas reuniones, ahora es lugar de encuentro familiar, lo mismo que el sector de parrillas. Parte del compromiso social del club está reflejado, incluso, en su participación de las marchas del 24 de marzo por Memoria, Verdad y Justicia.

La tarea es dura. Lo de este viernes no fue algo aislado. Como le ocurre a otras instituciones culturales y sociales, merenderos, centros comunitarios, y en los últimos tiempos a escuelas, los sitios de construcción social son blanco de una violencia constante. A mediados de mayo de 2019, tres personas ingresaron al club San Martín violentando el ingreso, y tras amenazar y atar al sereno que cuidaba el buffet, se llevaron dinero, bebidas, un extractor de aire y otras pertenencias. Y así, como en otros espacios, lo que cuesta años y esfuerzos construir, se desvanece en segundos.

 

 

 

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