Esteban Guida
Fundación Pueblos del Sur (*)
Especial para El Ciudadano
El antecedente de la Pascua cristiana es el Pésaj de los hebreos, celebración que realizan por haber sido liberados de los egipcios, quienes los sometieron durante aproximadamente 400 años. En ese tiempo los judíos fueron esclavizados política y económicamente, lo cual significaba pesadas cargas de trabajo para todos y condiciones de vida que apenas les permitían sobrevivir. Esta situación implicaba tal opresión sobre la conciencia de los judíos que ya se habían acostumbrado a vivir indignamente, desistiendo incluso algunos de luchar por su liberación. Ésta finalmente se produjo por indicación del Faraón, que accedió a liberar al pueblo luego de sufrir siete duras plagas enviadas por Dios, la última de las cuales significó la muerte de todo ser vivo primogénito del imperio. Así y todo era tal la subordinación ideológica a la que había sido sometido el pueblo hebreo, que en el difícil y desafiante camino hacia su tierra prometida muchos renegaban del éxodo, anhelando volver a la miseria y la esclavitud que les imponían en Egipto.
Para los cristianos la Pascua recobra el sentido de la liberación, porque la muerte y resurrección de Jesucristo es la gracia que Dios extiende a toda la Humanidad para que ésta sea liberada de la esclavitud del pecado, cuyo sometimiento lleva a las personas a actuar en contra de su prójimo y de sí mismos. El pecado actúa, a su vez, como un velo que impide reconocer el verdadero estado de esclavitud y aceptar la propuesta de liberación que le permite actuar en término de sus convicciones y certezas, tanto por su bien como por el de toda la comunidad. Así y todo, muchas personas prefieren conservar su estado de prisión, negando los beneficios y privilegios de la vida abundante que ofrece el Redentor.
La analogía de ambas celebraciones no es una casualidad. La historia en sí se explica en la lucha de los pueblos por su liberación de todo aquello que lo oprime, sea político, material o espiritual. Relacionar el sentido de la Pascua con la situación actual de la Argentina no viene sólo al caso de la fecha, sino por la imperiosa necesidad de enfrentar las cuestiones de fondo que hacen al descontento y las frustraciones que se acrecientan día a día y que sufrimos como pueblo.
Aunque duela asumirlo, los argentinos vivimos un estado de subordinación ideológica, cultural y material propia de un pueblo esclavizado. Aunque ya casi ni se habla de ser esclavos, en la práctica se vive como tales. Por un lado creemos que somos políticamente libres porque cada dos años podemos participar de esta democracia liberal por el simple acto electoral, pero las decisiones que se toman sobre los intereses del conjunto terminan operando en sentido opuesto a la voluntad del pueblo, afectando seriamente las condiciones de vida presentes y limitando seriamente el margen de acción de las generaciones futuras. Si es que somos libres, ¿por qué es que estamos al margen de las decisiones importantes del país, pero somos los responsables de todos sus males?
Entronizamos la propiedad privada y defendemos la libertad económica a fin de que cada uno haga lo que quiera con su riqueza, pero ya casi no tenemos riqueza sobre la cual decidir. Resulta ser que trabajamos como esclavos por un salario que no cubre lo básico para vivir dignamente, mientras que un grupo cada vez menor de personas que tras las sombras manejan los resortes del poder, gozan de los beneficios y acaparan las riquezas.
La subordinación también se presenta como un velo que impide reconocer nuestra identidad, conocer nuestro patrimonio, saber quién se apropia de él y mediante qué mecanismos lo hace. Como un pueblo esclavo rendido, ya no nos preocupa quién entra a nuestra casa ni qué se lleva el intruso; lo peor aún es que muchas veces nos encontramos abriéndole gentilmente la puerta y dándole la llave de la casa para que disponga de todo con absoluta discrecionalidad.
El grado de confusión es tal que somos inducidos a buscar en las diferencias del prójimo (nuestros compatriotas) al enemigo opresor y a discutir acerca de cualquier cosa con tal de eludir la verdad de nuestra condición y la identificación del opresor. A tal punto llega la dominación que defendemos ideas que son contrarias a nuestras raíces históricas, atentando contra nuestro propio bienestar y obstruyendo las chances de desarrollar alternativas de liberación.
Si hablar de esclavitud pareciera exagerado, ¿cómo se califica la situación de aquellos argentinos que dejan su vida en un trabajo cuya paga no alcanza para ofrecer una vida digna a su familia, pero cualquier intento de cambio podría resultar en algo todavía peor? Las pretensiones de un pueblo libre no se hallan en la opulencia, los lujos ni las excentricidades; basta con una vida digna y en paz, con propósito y trabajo. Pero una persona que no tiene alimento, vestido, vivienda, salud y educación, podrá gozar milagrosamente de libertad espiritual pero padecerá la esclavitud material que significa no poder decidir nada sobre tal condición.
No se trata de una teoría conspirativa, porque al observar en nuestra historia encontramos antecedentes de un pueblo que tenía en claro esta lucha y la dio con dignidad frente a quienes, en reiteradas oportunidades, intentaron apropiarse de nuestro patrimonio y dominar nuestra voluntad para que sirvamos intereses extraños a costa de nuestra soberanía, libertad y bienestar.
Aunque las circunstancias se presenten complejas y parezca que las cosas ya no tienen reversión, la liberación es siempre un horizonte de posible realización. Como punto de partida requiere un deseo fervoroso por descubrir y conocer la verdad de los hechos pasados, base sin la cual se puede comprender el presente y mirar hacia el futuro con convicción y direccionalidad. Asimismo hace falta contar con la voluntad ferviente de ser libre y de enfrentar la responsabilidad que significa ser libre de verdad para hacer del futuro lo mejor posible, no sólo para uno mismo sino fundamentalmente para aquellos que nos sucederán.
La liberación no implica inmediata abundancia. Es cierto que requiere sacrificios, entrega y abnegación. Pero una cosa es hacerlo por la felicidad del pueblo y la grandeza de la Patria, y otra muy distinta para tributar ganancias y rendir pleitesías a quien mantienen los lazos de dominación.
Sea cual fuere la fe que nos enfrenta con estas Pascuas, todos los argentinos debemos vivirlas con el anhelo fervoroso y vehemente de nuestra pendiente y merecida liberación nacional.
(*) fundacion@pueblosdelsur.org