En el marco de producciones generadas a través de Espacio Santafesino, y habiendo resultado ganadora del Concurso de Proyectos de Producción y Realización Audiovisual 2008, otorgado por el Ministerio de Innovación y Cultura de Santa Fe, se presentó anoche en el cine El Cairo el film Detrás de la línea amarilla, dirigido por Arturo Marinho y producido por Pablo Romano.
Detrás de la línea amarilla es un relato sobre un regreso temporario, sobre un viaje, como señala su director, y sobre cómo se mueve el protagonista en un paisaje –humano, físico– que es parte de su pasado. El protagonista, Lalo, un exiliado, vuelve a Rosario tras la muerte de su padre; allí tendrá algunos encuentros y experimentará diversas sensaciones. Para dar cuenta de este contexto, Marinho se vale de la mirada de su protagonista y desde allí abre un juego de significantes que estimula las interpretaciones. “Tuve presente esa idea de metamorfosis y confrontación que le sucede a casi cualquiera que regresa a su lugar de origen”, señaló Marinho en un tramo de la conversación que sigue junto con otras cuestiones alusivas a las motivaciones que impulsaron este relato.
—¿Cómo aparece la idea de este film?
—La idea de este film comienza cuando soy testigo, casual como todo testigo, durante la internación del padre de Lalo, de una conversación entre él y su padre, ambos sentados en la cama y además ellos tenían un enorme parecido físico, lo cual me produjo una fuerte impresión. Ese diálogo padre–hijo en un hospital al atardecer tuvo en mí el efecto, la sensación, que era algo que debía ser contado; el proyecto comenzó como la idea de desarrollar esa charla, al fin y al cabo, de poner en marcha una máquina narrativa muy arquetípica, una conversación entre dos personas en una situación extrema. Yo había realizado un documental en Barcelona con distintos exiliados, y Lalo iba a ser uno de los protagonistas de ese relato coral, pero a último momento decidí dejarlo fuera de ese proyecto y de alguna manera resultó ser una anticipación a este trabajo que realizamos mucho después con Lalo protagonizando una historia en solitario.
—En ese viaje al que decís que invita tu película, y que tiene lugar con el regreso del protagonista a su ciudad natal, puede verse un deseo de reencontrar algo de lo perdido en un pasado y algo de autenticidad que podría haber en los sujetos y sus relaciones (las escenas del club y del baile); ¿lo pensaste de este modo o te lo fue imponiendo el devenir del relato?
—En el afiche de promoción de la película hay una frase, un fragmento, del poema Fui al río de Juan L. Ortiz que dice: “Regresaba. Era yo el que regresaba?”; durante casi todo el proyecto, el rodaje duró dos años ya que dependíamos de los regresos y partidas del protagonista a Barcelona, tuve presente esa idea de metamorfosis y confrontación que le sucede a casi cualquiera que regresa a su lugar de origen, uno en realidad tiene una imagen congelada del sitio del que se fue, y es una operación compleja admitir que ese sitio no existe más tal cual se lo recuerda, el tiempo es una flecha que se dispara en ambos mundos, el original y el nuevo, así que en todas las relaciones, los encuentros, los paisajes, traté que apareciera esa pátina de sorpresa melancólica pero al mismo tiempo festiva, del regreso, hay siempre un doble movimiento en el trabajo, también fue lo que propuso el protagonista en sus trayectos, sus encuentros personales y sus trayectos por la ciudad.
—Hay una verdad en el personaje de “Detrás de…” que acerca el relato a lo documental, y hay también un estatuto de ficción que confronta con la lógica del primero. ¿Cómo surgió esta estructura narrativa, y cómo la fundamentarías?
—La verdad tiene una estructura de ficción, no lo dije yo, sino Jacques Lacan, y a mí me capturó la lógica de lo real en la vida del protagonista, que conocí en la investigación de aquel proyecto con exiliados de distintas nacionalidades realizado en Europa, y también un email que Lalo envía a todos sus amigos desde Europa el día que fallece su padre; luego, creo que a la verdad, hay que ponerle trampas para ayudar a que algunos acontecimientos sean más potentes desde lo visual y lo narrativo; en la realización de esa sutura, verdad y ficción, a mí me pareció que el proyecto encontraba la posibilidad de ser algo diferente de un documental de seguimiento u observación. El modo de producción también impuso ese modelo de narración; sólo teníamos una o dos semanas por año para lograr que apareciera el “mundo Lalo”, y basado en sus relatos reconstruimos trayectos, tiempos muertos, relaciones y paisajes entrevistos por el protagonista y un “otro” que siempre está cerca, desde atrás, como protegiendo o siguiendo, quizá su padre, quizá su idea del mundo perdido, ésa fue la manera como traté de incorporarme al relato; yo mismo viví fuera mucho tiempo y eso creo es también una base documental que el trabajo destila.
—¿Con qué dirías que se va el personaje luego de las peripecias de ese recorrido entre nostálgico y concreto, donde deben organizarse las pertenencias y la propia identidad?
—La identidad es una construcción cotidiana, el mundo de un exiliado siempre esta dividido en mitades, y eso es algo que porta de manera indeleble, las migraciones son el fenómeno por excelencia de buena parte de la humanidad a lo largo de la historia reciente y no tanto, ya el exilio era una pena más cruel que la muerte en el mundo antiguo, así que nuestro protagonista creo que atraviesa con dignidad y con alegría su regreso, pero no sé si elige regresar o quedarse; el mundo de un exiliado se compone de fragmentos mucho más definidos que los que viven siempre en un mismo sitio y no pueden ver con tanta claridad la fragilidad de la vida cotidiana, salvo cuando irrumpe la catástrofe; en este caso, en esta historia hay de las dos cosas.
—La puesta del film invita al espectador a recomponer con el protagonista lo que aparece de familiar en el regreso y a interpretar o imaginar su exilio; ¿es una actitud que tuviste en cuenta a priori?, ¿es el rol del espectador algo que te preocupe como realizador; lo considerás un interlocutor?
—El encuentro con el espectador es el que cierra todo trabajo, fatalmente soy el primer espectador de la obra, mucho antes que haya una imagen rodada la historia está en mi imaginario, pero creo que el título y el afiche hablan desde el lugar del espectador, es una imagen subjetiva de un par de pies detrás de una línea amarilla; ¿migraciones?, ¿un banco?, no se sabe, es una invitación a cruzar, o lo último que uno vio antes de cruzar un límite, sus propios pies, en ese sentido y en el hecho que no propongo una estructura cerrada es que sí, que creo que lo mejor es que cada uno pueda colocar allí sus propios exilios, internos o externos, y finalmente cruce la línea amarilla.
—Ese reflejo deformado de la ciudad extranjera pasando en el casco del protagonista, ¿podría verse como alegórico en el sentido de que todo exilio se funda en una irrealidad, más allá de que pueda luego convertirse en opción de vida?
—Toda vida es en cierto sentido un reflejo deformado de lo que uno ha sido o ha imaginado ser, ya sea que viva en la misma casa hasta su muerte o sea un peregrino global, el relato de una vida, a mi juicio, siempre es fragmentario, irreal, mezclado, extraño a veces hasta para uno mismo, la subjetividad es cualquier cosa menos una línea recta; en esa narración fragmentaria la situación del exilio amplifica mucho las contradicciones y aunque se transforme en una opción de vida siempre está muy presente ese “otro lado” al que se puede o no volver. Para mí, la secuencia del casco en realidad surgió como una imposibilidad al momento de rodar la escena, técnicamente era complejo y luego de intentar varias opciones de pronto todo estuvo muy claro, había que rodar lo que todos veíamos pero a nadie se le había ocurrido, la escena era lo que pasaba por sobre la cabeza del protagonista, así que rodamos y quedó muy bien en el sentido de que era lo que atravesaba al protagonista pero al mismo tiempo rebotaba y no entraba en su cabeza; en cierta forma son los beneficios del rodaje documental: las soluciones visuales o narrativas vienen desde dentro mismo de la historia y sólo hay que permanecer alertas para cuando “ello” suceda, como el arte del zen en el tiro con arco.