Elisa Bearzotti
Especial para El Ciudadano
Las noticias son cada vez más aterradoras: más de 6.000 muertos en Italia y sigue aumentando la tasa de contagios. En Estados Unidos, Nueva York se transformó en el epicentro de la pandemia superando los 20.000 casos (5.000 en un solo día), la mayoría de ellos jóvenes. Y en Argentina finalmente llegó la peor noticia: apareció el primer caso de transmisión comunitaria, es decir, cuando el contagio se produce sin haber estado en contacto con ningún grupo de riesgo. Y, para continuar alimentando el mito de nuestra peculiaridad, resulta que el 80% de los contagiados en el país corresponde a personas entre 15 y 59 años… ¿Es que siempre tenemos que dar la nota?
A esta altura, el argumento de que se trata sólo de otro “invento de los medios” ya no puede sostenerse, e incluso los “negadores” de siempre tendrán que levantar la guardia y pensar en alguna otra estrategia defensiva un poco más realista que la sugerida por su propio cerebro: “Esto no está ocurriendo”.
El hashtag #quedateencasa se viralizó, y ya nadie tiene dudas de que ésa resulta ser la única respuesta eficiente para enfrentar la dispersión del virus, pero hay una pregunta que sobrevuela la mente de todos: ¿será suficiente?
¿Será suficiente mantener la cuarentena para no enfermarnos? ¿Qué pasa si en alguna de las breves y escasas salidas para aprovisionarnos de elementos básicos como alimentos y medicinas nos contagiamos? ¿Y cuáles serán los efectos de la enfermedad en nuestros cuerpos? Los médicos dicen que el virus no impacta en todos los organismos del mismo modo, sino que depende de la respuesta del sistema inmune de cada uno. Pero, ¿cómo saber si mi cuerpo tiene la carga inmunológica adecuada para no morir?
Algunos epidemiólogos aseguran que es inevitable que todos nos enfermemos, o al menos se prevé que un alto porcentaje de la población mundial sea pasible de contraer el virus. En este contexto, el tan mentado objetivo de “aplanar la curva” sirve sólo para que no sucumbamos todos al mismo tiempo, y el sistema de salud se vea colapsado, tal como está sucediendo en el norte de Italia en este momento.
A propósito de eso, un prestigioso equipo médico del Hospital Juan XXIII de Bérgamo (epicentro de la zona más afectada de la península itálica) salió a decir en estos días que el coronavirus es “el ébola de los ricos”. Y, no satisfechos con semejante titular, señalaron además que se requiere un cambio de mentalidad en los sistemas de salud occidentales, demasiado concentrados en la atención al paciente. “En una pandemia, la atención centrada en el paciente es inadecuada y debe ser reemplazada por una atención centrada en la comunidad”, indican los médicos firmantes de un documento publicado por el New England Journal of Medicine de Estados Unidos. Y agregan: “Nuestro propio hospital está muy contaminado, y estamos mucho más allá del punto de inflexión”. Si faltaba algo para estimular aún más nuestras pesadillas, he aquí la opinión autorizada.
En cambio, en casa no hay peligro: los enchufes funcionan (por las dudas también tenemos disyuntores), las puertas cierran, no tenemos superficies cortantes, ni focos ígneos, y no es tan complicado mantener todo limpio con una solución de alcohol diluido a 70/30.
Sin embargo, temo que esto no alcance. Las paredes parecen ser de papel en estos tiempos, el virus viene de afuera y los amantes del Estado policial están a sus anchas: controles de todo tipo y la suma del poder público para las fuerzas de seguridad. Pero el virus es invisible… Ni los milicos lo pueden parar.