Juan Pascual / Periódico Pausa
En Argentina, las autoridades de la ciudad de Buenos Aires, una de las ciudades con más muertos por millón de habitantes en el mundo, detentan la conducción política de la pandemia de coronavirus, mientras que el gobierno nacional parece abandonar el barco a la mitad del río, publicando un video donde ni siquiera se sabe quién habla, a quiénes y ordenando qué. Ocho provincias del país, al borde de saturar el sistema sanitario, recibieron ese mensaje.
Este viernes se anunció la continuidad hasta el 11 de octubre de una cuarentena que ya es no es tal, desde hace rato. El gobierno nacional eligió comunicar el nuevo plazo con un videíto narrado por una locutora. Como pieza comunicacional tiene la misma jerarquía que el video de lanzamiento de un satélite o los diez mil anuncios del macrismo sobre asfaltado. La diferencia es que todos los días hay un Cromañón y medio de muertes por coronavirus y que absolutamente nada indica que esa cifra vaya bajar. Más bien: nada indica que no siga subiendo. ¿Cómo tomar con seriedad lo que se dice en ese videíto entonces? ¿Qué peso tiene como gesto simbólico ante la tragedia diaria que ya miramos como la vacas ven pasar el tren? ¿Un videíto más es el mensaje para que me cuide mientras mi negocio se está fundiendo?
Las terapias intensivas se van colmando, las omisiones y vaguedades del audiovisual de tres minutos son insultantes. Que haya proliferado el coronavirus en el interior del país tiene una causa evidente para buena parte de los habitantes de las provincias. No es algo que se haya dado naturalmente. El ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires, Daniel Gollán, lo dijo con todas las letras, el 7 de julio: “Si nosotros liberamos mucho el Amba te estalla Rosario, Córdoba, porque el 95% de los casos que aparecen en otras partes del país es porque pasaron por Amba”. “Si vos liberás son millones de personas que van a interactuar y terminan en Entre Ríos, en Córdoba y Santa Fe, y no son uno o dos, son 40 casos por día”, agregó. El 23 de mayo las provincias representaban un 7% de los nuevos casos, se relata. Muchas pasaron varias semanas sin casos, agregamos. Al 12 de septiembre, las provincias representan el 49,2% de los contagios. El mensaje del gobierno nacional no omite ese hecho, omite las razones por las que “el mapa cambió”, según los términos del videíto.
¿Qué pasó? El Amba jamás volvió a Fase 1 cuando tenía que volver –entre el 1º y el 18 de julio– y la hipótesis de Gollán –que todo provinciano mascullaba antes que él– se volvió realidad. No es que “el mapa cambió” es que el Amba cambió el mapa y siguió escalando con sus propios casos, como si nada.
Es obvio que un gobierno nacional no puede enunciar semejante cosa tan directamente y también es cierto que la expansión del virus tuvo particularidades que van más allá del efecto de expansión que produce el centro de toda la economía nacional, Buenos Aires. El caso jujeño, donde se volvió a importar el virus desde Bolivia, es el más conocido pero, también, es la excepción.
Lo que sí puede hacer el gobierno nacional es ponerse al frente y comunicar adecuadamente cuando el incendio está en el interior y no en el AMBA, porque antes –cuando la pandemia no se había expandido– sí había que fumarse en cuasi cadena nacional los anuncios para porteños y bonaerenses, con conferencia de prensa y todo. Ahora resulta que una desconocida locutora le avisa a todos los argentinos del interior que “Las autoridades locales van a ser las que determinen qué nuevas indicaciones van a disponerse en el territorio” y que “Desde el gobierno nacional recomendamos incrementar las restricciones en forma transitoria”.
Más de segunda clase difícil sentirse. Menos apoyo a las autoridades locales, difícil de encontrar. Qué manera de sacarle el cuerpo cuando peor está la situación. Le queda el fardo a cada uno de los dirigentes locales y la imprecisa recomendación de “incrementar las restricciones”. ¿Qué restricciones? ¿Sobre qué? ¿Cómo?
Todo muy lindo con la valoración de la institucionalidad federal y con que cada provincia tenga potestades sobre los sistemas de salud que, al fin y al cabo, son provinciales. Pero a la ciudad de Santa Fe le afecta que Paraná abra sus bares sin haber controlado la pandemia, tanto como Victoria debe respirar con cierto alivio porque Rosario entró en una cuarentena más estricta. La circulación de personas es un problema de alcance interprovincial y no puede seguir abordándose sólo con el municipalismo de gimnasios sí o gimnasios no. Sino pregunten en todas las localidades del sur de Santa Fe, que van pasándose el virus una a la otra y con el sur de Córdoba y el norte de Buenos Aires.
La vaguedad, además, abre la puerta al reclamo infinito: ¿por qué escribanías sí y estudios de abogados no?, ¿por qué gimnasios no, pero peluquerías sí?, ¿por qué salir a pescar no, pero sí caminar 500 metros? ¿Cuáles son los negocios de cercanía para las personas que viven en el centro? Y así indefinidamente, sin criterio común unificado, los reclamos coinciden con los miles de escenarios posibles. Sobre todo si la conducción política queda en manos del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que incentiva las aglomeraciones de personas y la disolución de todas las restricciones con amplificación mediática nacional.
Un cerco de cadáveres
A nadie le importa si en Tucumán se abren los bares. A todos importa si en ciudad de Buenos Aires dicen que van a abrir escuelas. Y no es porque se menosprecie a los tucumanos, es porque hasta sabés cuál es el clima diario de los porteños o qué acceso tiene demasiado tráfico vehicular.
Nunca Horacio Rodríguez Larreta fue para atrás con las restricciones, desde la Fase 1 inicial de marzo siempre –siempre– fue para adelante con la liberación. Es imposible desde Santa Fe saber cuál fue el enforcement real que tuvieron las medidas de restricción cuando estuvieron, lo que sí se puede saber es que se alentó en su momento a los runners y que, luego, se fomentaron las salidas a los bares. ¿Contagian más o menos esas actividades? Cualquier acción social implica, en pandemia, aumentar el riesgo. Pero más allá de la cuestión epidemiológica estricta, de nuevo estamos ante una cuestión de comunicación: Rodríguez Larreta siempre apuntó a la flexibilización, con total independencia de la curva de muertes y contagios. La salida masiva de runners inexpertos y los tumultos de porteños en cervecerías de Palermo tienen que leerse mucho más como gestos políticos de oposición a la cuarentena que como otra cosa.
Esta política de flexibilización fue replicada por todas las pantallas nacionales y la gestión Rodríguez Larreta se convirtió en ejemplar por sencillo machaque y ocultamiento. Del lado del machaque queda todo el sector privado del interior, la ñata contra el vidrio viendo cómo en la Capital la gente sale alegremente a gastar guita.
Del lado del ocultamiento está el resultado de la jarana, en cantidad dura de cadáveres. El sistema de salud de la Ciudad de Buenos Aires no se saturó porque la Capital Federal es una aspiradora de recursos con 200 años de funcionamiento pocas veces interrumpido. Sólo así se comprende que la coqueta París sudamericana tenga una tasa de muertos por millón de habitantes propia de los países donde la pandemia reventó las terapias intensivas por estallar de golpe.
Los números son variables, porque el virus evoluciona, pero al 31 de agosto, la ciudad de Buenos Aires tenía 693 muertos por millón de habitantes. Es muchísimo. Roma tenía a esa fecha 149 muertos por millón de habitantes, Berlín 62, Viena 114. Más acá, Quito tenía 277 muertos por millón de habitantes, Bogotá 657. Por supuesto que se pueden encontrar ciudades con peores resultados, Chequeado hace esos servicios. Compara a Buenos Aires con Santiago de Chile o Nueva York: la primera explotó por no hacer cuarentena, a la segunda el virus la agarró sin que llegue a levantar defensas. En las dos las imágenes fueron dantescas.
A nivel nacional, Argentina al 18 de septiembre, último dato, ronda los 275 muertos por millón de habitantes. La glamorosa Capital Federal está en 919 muertos por millón de habitantes, cerca de Perú, el país con más muertos por millón de habitantes. Literalmente, es casi un muerto cada mil personas. Es difícil ser porteño y no conocer a alguien que haya muerto de covid 19.
El tratamiento de la pandemia de Rodríguez Larreta es desastroso si se mira desde la contabilidad de muertos. Las cifras de muertes en Jujuy son también pavorosas, pero lo de Capital Federal, por su cantidad de recursos y riqueza, no puede compararse con ninguna otra región del país. Sin embargo, en pantalla, los conductores de la TV y de la angustia del sector privado del interior hablan de lo lindo que está para ir a tomarse una cerveza o de cuánto extrañan los cafecitos, como si una cosa no tuviera relación con la otra.
Vamos por la mitad
El verano no hizo demasiado para frenar el virus en Estados Unidos. El norte de Brasil, que es tropical, sufrió el feroz avance de la pandemia. Con suerte habrá vacunación cerca de marzo de 2021 por lo que recién estamos en la mitad de este bailongo, dicho con un optimismo idiota. Falta mucho para el balance, pero todo el esfuerzo hasta ahora, que fue mucho y muy valioso, un salto sin precedentes en el sistema de salud, se va a ponderar por el resultado final.
Es imposible que cualquier Estado tenga la capacidad de aplicar medidas de restricción a través de la pura autoridad de su mano. Y está visto que no queda otra: todos los países que llevaron adelante otras estrategias cayeron, apretados por la suba de contagios sin control, en la cuarentena. La cantidad de ejemplos abruma y se superpone con los países que utilizaron como casos los críticos de la cuarentena: Australia, Israel, el Reino Unido, por nombrar los más recientes. En Argentina se suma, además, los problemas básicos de presupuesto para poder asumir una estrategia masiva de detección y rastreo (que una vez superada por el aumento de casos, termina cayendo en cuarentena pura y dura).
Las restricciones a la circulación no se cumplen por policía y multas, sino por convencimiento y billetera. Comunicación, IFE y ATP. De lo último hubo mucho, pero nunca es suficiente en el marco de la crisis más grande que se haya visto. Y la tarea de demolición sobre la cuarentena fue brutal y constante desde principios de abril: este periódico hizo su última tapa sobre eso. El negacionismo generó un daño incalculable.
Pero el gobierno nacional, con el video de ayer, parece haber tirado la toalla en el sexto round de la pelea por cómo se define qué es el cuidado y cuál es la estrategia para enfrentar al virus. Cualquiera le matonea a tres minutos de audiovisual en redes sociales. Y el paso seguido, en la pantalla de la tele, fue la conferencia de prensa del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, con Horacio Rodríguez Larreta a la cabeza y ministra de Educación al lado, avanzando otra vez con su planteo de abrir escuelas en las calles… copando la parada y la agenda. La lenta y sistemática forma en la que Horacio Rodríguez Larreta se fue ubicando como el conductor de la pandemia tuvo una sutileza mucho mayor que la de los alaridos de las marchas anticuarentena. Sus efectos marchan en paralelo. En el interior no hay capacidad sanitaria para abrir tanto como en Capital Federal: nos hacen falta esos 200 años de unitarismo material para poder cumplir con esa suerte de federalismo ideal que plantea el video del gobierno nacional.
Faltan otros seis rounds todavía, quizás más. La suerte no está echada, pero al momento se ve que los casos no bajan en ningún lado. Suben o se mantienen tan altos como para llevar al colapso, en un mediano plazo. Cuando la realidad era otra y la pandemia parecía controlada, el gobierno nacional gustó de referir al éxito de la política sanitaria –que era real– y a cómo, por ello, pasábamos del aislamiento al distanciamiento. El viejo adagio reza que no hay lugares vacíos en el poder. Ahora, cuando las cosas se ponen picantes, es cuando la conducción más se nota.