La Sala de las Banderas, en el vientre del Monumento, recibía a cincuenta estudiantes de 10 años. Formaban fila y compartían el silencio. Hacía frío porque era junio. Sonó una banda militar y empezó el acto. Retumbó un “sí, prometo” desfasado y así finalizó la primera promesa de lealtad a la bandera que alojó la construcción diseñada por Ángel Guido. Hasta entonces, la ceremonia se cumplía dentro los patios de las escuelas argentinas o en la colimba, por ejemplo.
En ese 1993, los alumnos en la Sala de las Banderas no eran rosarinos, ni siquiera de la provincia de Santa Fe. Habían viajado 700 kilómetros desde el Instituto Santa Catalina, en San Luis. Los directivos estaban felices porque habían podido acercar a los chicos al lugar donde Manuel Belgrano izara por primera vez el símbolo patrio. No lo sabían todavía, pero habían dado inicio a una tradición que ya pasó la mayoría de edad. Más de veinte mil estudiantes de todo el país juran ahora ante la celeste y blanca en el Monumento Nacional a la Bandera cada año. Liliana Fiorito, directiva de la institución puntana y a quien se le ocurriera hacer la promesa en el emblemático espacio de Rosario, explicó a El Ciudadano cómo creció la iniciativa, mezcla de pedagogía, patriotismo y deber legal del nivel inicial educativo.
De afuera
El instituto Santa Catalina –por la mártir de Alejandría, protectora de la educación–, es una escuela laica, la primera de San Luis. No fue sencillo que esta privada naciera en 1976.
La dictadura y la Iglesia apretaban lazos y Fiorito junto a su esposo soñaban con una escuela que prescindiera de la catequesis. En cambio, incluirían un natatorio. La pareja venía de Capital Federal y en pocos años su familia estaría conformada, al igual que el instituto, que hoy cuenta con unos 400 alumnos.
A principio de la década del 90, Fiorito, junto a otras dos directoras ya jubiladas, pensaban en viajes de estudio a los sitios históricos: a Tucumán por el 9 de Julio, a las islas Malvinas para el 2 de Abril y hasta a la isla Martín García, escenario de episodios navales en la guerra contra el Brasil. Buscaban darle carnadura a la historia atrapada en los manuales Kapelusz. A la par, debían cumplir con la obligatoriedad de hacer la promesa de lealtad a la bandera a los alumnos de 4º grado, tal como lo dispone la ley de Educación. La idea fue viajar a Rosario y situarse en el Monumento para enseñar la historia del símbolo patrio.
Fue el esposo de Fiorito quien viajó a Rosario en 1993 y presentó el proyecto ideado por las maestras puntanas a las autoridades del lugar.
“Para ustedes es como ir al patio de su casa pero en este sitio izó la bandera Belgrano”, ríe a través del teléfono la mujer y luego se explaya sobre cómo los viajes y la presencia física ayudan a los alumnos a comprender la historia superando al libro. Hay orgullo en su voz cuando dice que durante veintidós años, desde aquel junio, la escuela puntana ha participado de la promesa en el Monumento con asistencia perfecta. Aún cuando la comunidad educativa del Santa Catalina lamentaba la muerte de padres de alumnos en un accidente aéreo hubo representación en Rosario. Y ni el corte de rutas de los productores del campo en 2008 impidió la llegada del colectivo contratado por la escuela.
Fueron seis horas de viaje por caminos alternativos pero pisaron la ciudad a tiempo.
Cambios
Algunas veces en la Sala de las Banderas, otras en el Patio Cívico o en las escalinatas; con buen o mal tiempo, camada tras camada de alumnos del Santa Catalina soltaron el “sí, prometo” en el lugar donde Belgrano hiciera izar el 27 de febrero de 1812 el pabellón que había ideado. Las visitas permitieron a Fiorito apreciar los cambios estéticos y protocolares ligados al Monumento. Hubo un tiempo donde el paseo con las estatuas de Lola Mora no amenizaba la caminata desde la Catedral.
“La sociedad cambió. Cambiaron las formalidades, la vestimenta de los concurrentes, los detalles de organización cambiaron. Lo importante es que la visita nos permite dar un tratamiento completo de los símbolos patrios y la historia”, señala Fiorito.
El viaje anual de los alumnos puntanos incluye una recorrida por el Campo de la Gloria en San Lorenzo, una visita a la Isla de los Inventos y una noche de estadía. Muchas veces son acompañados por los padres y siempre, según cuenta la mujer, cuando vuelven a San Luis algunos abuelos se reúnen en el patio de la institución para seguir el ejemplo de sus nietos reafirmando su juramento de fidelidad a la bandera.
La tradición del viaje a Rosario se mantiene en la provincia cuyana (no en vano fueron los puntanos de los primeros en acudir a la convocatoria para crear los ejércitos de la patria y testimonio de ello es la temprana entrega de las vidas de algunos de ellos en el combate de San Lorenzo) y los padres organizan las actividades para recaudar dinero para el viaje, antes del cual los alumnos hacen el recorrido virtual del Monumento a través de la página www.monumentoalabandera.gob.ar para ambientarse y, como señala Liliana Fiorito, salir del reduccionismo de que “Belgrano miró al cielo y creó la bandera”.
El orgullo de ser primeros
“Nos enorgullece que otras escuelas hayan seguido este camino. Y las vemos cuando viajamos. Así todos los años”, asegura Liliana Fiorito, madre de Verónica, la actual número dos en la cartera de Cultura Nacional y ex directora de Paka Paka.
Desde 1993, el boca a boca entre directivos hizo que las escuelas del país solicitaran a la dirección del Monumento un espacio en la ceremonia anual. Según la costumbre de los últimos años, los días 3 de junio juran las escuelas de la ciudad y el Gran Rosario. Entre el 4 y el 9 de junio lo hacen las de afuera. Todas, en grandes ceremonias en el Patio Cívico del complejo.
El promedio de alumnos que realizan la jura en Rosario es de 20 mil y según las previsiones del director del Monumento, Hernán Colautti, este año se igualará o superará esta cifra.
“Tenemos un pedazo de su ciudad”, dice Fiorito. Souvenir de aquella primera promesa de lealtad de los 90, ella cuida un cofre con tierra que le fuera entregada por autoridades locales y provenía de las barrancas del Paraná. Al año siguiente, la directiva correspondió con un cofre de tierra del Monumento al Pueblo Puntano de la Independencia, situado en San Luis y desde donde partió la campaña libertadora hacia Chile y Perú.