No es una novedad que las redacciones de los diarios tuvieron que afrontar mundialmente los embates de la tecnología. Si examinamos los cambios desde el 7 de Octubre de 1998 cuando sale por primera vez El Ciudadano hasta esta parte, todo, absolutamente todo, parece haber cambiado. Para quienes pertenecen a la “Generación X” (aquellas personas nacidas entre 1965 y1978), que realmente deberían tener un nombre más dogmático como “Los remadores en dulce de leche”, saben muy bien de qué viene todo esto.
Hijos de lo físico, lo analógico, lo cableado: la TV blanco y negro, el teléfono fijo, las cámaras con rollos (ya de negativo a color) y de los ordenadores que sólo la ciencia ficción mostraba. Los mismos que tuvieron que digitalizar sus profesiones en computadoras con sistemas operativos que hoy no podrían leer un posteo de redes sociales; como los mismos televisores, a los que antes se les debía orientar convenientemente la antena para captar la mejor sintonía y que ahora explotan en tecnología 4 K o recontra Full HD; o el fax, que transmitía y fue la prehistoria de Internet, y hasta el pobre y olvidado teléfono fijo desplazado violentamente por el celular.
Cuando antes los rollos de las cámaras se revelaban en la redacción y luego se escaneaban, nada hacía presagiar que en un futuro cercano cualquier persona tendría una cámara en su bolsillo al alcance de un solo clic.
Captar cada día un nuevo usuario
Todo cambió, ni soñando se diría que para peor. Sólo que puso en jaque a cada cabeza de estos remadores, los jóvenes de antes del diario, y que junto a los más experimentados “Baby Boomers” (1946–1964) son ahora los anfitriones de la nueva camada, los enérgicos “Millennials” (1979-1996). Su afán de instantaneidad, su exigencia para ser escuchados y aún más la naturalidad tecnológica con que esta generación examina cada medio, cada publicación, cada red social, son notorias.
Lo que antes era un diario de papel, único en su clase por la divulgación de la noticia solemne, táctil, cotidiana y acompañada por la TV y la radio, dio paso a la inmediata y flashera noticia web o de redes sociales, con la presión necesaria para producir un cambio significativo en el modo de informarse. Y ese fue el cambio más drástico. Había que reinventarse, rediseñarse, innovar.
Las fotos ya casi no se miden en valores de imprenta, ahora estallan los filtros y las saturaciones. La radio compite con podcasts escuchables en el momento del día que lo desees. Las noticias viajan a la velocidad de la luz y a veces se esclerosan de “fake news”. Cada smartphone rinde culto al portal de noticias que más le place al usuario sin moverse de su asiento o de donde se encuentre parado. Cada día se debe estar alerta para dar con un nuevo recurso que capte la atención de nuevos usuarios. De inyectar valor agregado a las publicaciones para que no caigan en el olvido de un posteo vacío. Y para eso los recursos comienzan a multiplicarse y a abrirse como ventanas del sistema operativo o de cuantas aplicaciones haya en la palma de la mano.
Vertiginoso, pero resulta un impulso suficiente para reinventarse, adaptarse y capacitarse. Saber que lo aprendido hasta acá puede transformarse en el inicio de algo más grande. Toda esta realidad nos interpela, nos jaquea y nos desafía. Y como ocurre con los ciclos de la vida, cuando antes estos remadores eran los que desafiaban a las generaciones anteriores, en algún tiempo más serán los experimentados que seguirán conjeturando para ponerse al día con lo que ni se imaginan que vendrá.