Sergio Molina García (*) / Especial para El Ciudadano
El pasado domingo 28 de mayo se celebraron elecciones al Parlamento europeo. Se llegó a las urnas con más incertidumbre que nunca. El Brexit, la emigración y el auge de partidos euroescépticos marcó la agenda de Europa de los últimos años. Ese convulso contexto se ha reflejado en los resultados pues, siguiendo la dinámica de algunos países miembros de la UE, se ha roto el bipartidismo tradicional. El Partido Popular Europeo (PPE) y Partido socialdemócrata (S&D) tendrán que tener en cuenta a de los liberales (ALDE&R), los ecologistas (Verdes/ALE) y las formaciones de extrema derecha (eurófobas) para la toma de decisiones. La lectura de los resultados electorales ofrece datos para el optimismo, para la cautela y también muestra cambios sustanciales que pueden tener repercusión en el futuro.
En primer lugar, la campaña electoral fue planteada como una lucha entre los defensores y los críticos de la UE. Hasta el momento, desde 1979 la batalla por el control del Parlamento había estado dividida entre conservadores y progresistas, pero todos eran partidarios de la Unión Europea. Esta vez, el temor era que los partidos euroescépticos aumentaran su representación y pudieran bloquear el Parlamento. Pese a algunas encuestas que vaticinaban un auge de la extrema derecha, finalmente no han conseguido el 33% necesario para obstaculizar las labores de la eurocámara. La suma de todas estas fuerzas políticas ha rondado el 25%, un dato similar al de 2014. De esta manera, los partidarios del reforzamiento de Europa han podido celebrar que la sociedad comunitaria ha apostado por la UE.
En segundo lugar, la euforia por el estancamiento de los eurófobos tiene algunas excepciones preocupantes. Aunque a niveles generales no han logrado sus objetivos, en ciertos países han superado sus expectativas. En Francia, el Rassemblement national (RN) de Marine Le Pen se ha consolidado como la fuerza más votada por encima del partido de Emmanuel Macron. En Italia, Matteo Salvini ha doblado sus resultados de las elecciones nacionales del año pasado, situándose como la fuerza italiana más importante en la eurocámara. Y en Gran Bretaña, el Brexit Party de Niger Farange ha vuelto a demostrar que los británicos mantienen su pulso a la UE. La fragmentación del partido conservador (evidenciada en la dimisión de Theresa May) y la indefinición de los laboristas les ha permitido consolidarse como primera opción británica. Por tanto, pese a la contención del antieuropeismo en el cómputo global, en algunos escenarios nacionales se mantiene la preocupación.
En tercer lugar, los verdes se han convertido en la alternativa progresista de gran parte de los países europeos. La crisis de algunos partidos socialdemócratas, junto con el auge de movimientos ecologistas (Friday for future) han permitido la consolidación de este grupo parlamentario. En Francia, en Alemania y en Austria las organizaciones verdes han superado a los partidos socialistas tradicionales.
En cuarto lugar, las consecuencias de los comicios europeos han provocado cambios en las dinámicas internas de algunos países. En Italia, Matteo Salvini ha salido reforzado, ya que planteó las elecciones en clave nacional. En Francia ha dimitido el líder de Los Republicanos (Laurent Wauquiez) y en Alemania ha sido la representante de los socialdemócratas del SPD (Andrea Nahles) la que ha dejado su puesto de responsabilidad. Por último, en Grecia, el triunfo de la derecha ha vuelto a cuestionar al gobierno. Alexis Tsipras, presidente del país y líder de Syrira, ha decidido adelantar las elecciones helénicas ante el descenso de su popularidad.
En definitiva, la situación del Parlamento Europeo presenta luces y sombras. La gran movilización de los europeístas ha conseguido minimizar los términos absolutos aumento del euroescepticismo. Sin embargo, en ciertos países han presentado un incremento importante. Francia, que hasta el momento había sido uno de los pilares del proyecto comunitario, ha apostado por una visión antieuropeísta. Por tanto, la defensa de los valores europeos debe continuar más allá de la campaña electoral. El nuevo Parlamento electo debe construir un proyecto que sirva para demostrar que la UE es una oportunidad para sus miembros.
(*) Seminario de estudios del franquismo y la transición – Universidad de Castilla – La Mancha