Por Silvina Tamous / Juan Aguzzi
En agosto de 1944 ocurrió lo que luego sería conocido como el Levantamiento de Varsovia, un hecho que no pocas veces se confundiría o quedaría un tanto oculto por otro levantamiento, en del Gueto de Varsovia, ocurrido un año antes, en 1943, cuando los nazis comenzaban la deportación masiva de los judíos hacia los campos de concentración. Pero ese levantamiento de 1944 tuvo otras características. Sobre todo que fue protagonizado en su mayoría por jóvenes polacos y que sería sofocado a sangre y fuego. También que durante el largo invierno comunista del país, el hecho estaría silenciado por sus componentes patrióticos, que no convenían demasiado al régimen. Buena parte de esa historia ahora puede leerse en Chicos de Varsovia, un libro de la periodista porteña Ana Wajszczuk, que reconstruye no sólo algunos pasajes de ese día sino que rastrea las historias de algunos de sus protagonistas, incluidas las de sus propios familiares, en Polonia, y en Argentina, puesto que una centena de sobrevivientes llegaron a esta tierra para volver a empezar.
Al mismo tiempo, Wajszczuk cuenta la parte que le toca íntimamente en esa reconstrucción y lo hace por medio de la relación con su padre, con quien viaja en varias oportunidades al país de sus ancestros buscando juntos las señales de ese pasado ominoso cuyas huellas marcarían el destino de ambos. En su reciente visita a Rosario para la presentación del libro, Wajszczuk hizo referencia a su génesis, que tuvo un texto anterior llamado El libro de los polacos, donde buceaba en su historia familiar, y un artículo periodístico que terminó convenciéndola de que había mucho pasto para cortar sobre un hecho soterrado que la involucraba directamente. “Creo que las historias nos pesan igual, las sepamos o no, siempre es mejor saberlas para ver qué hace uno con ellas”, dice la autora.
El germen
Hubo una mecha que se encendió y prendió el fuego de la curiosidad y luego el de la investigación que dio la forma a este libro. “No sabíamos de mis familiares que habían participado en el Levantamiento y mucho menos de la familia que había quedado en Polonia. Mi tío Waldemar investigó y armó una página con el árbol genealógico de mi familia y había primos míos jovencitos que participaron en el levantamiento y un tío bisabuelo que fue llevado al campo de Dachau y había muerto en la cámara de gas, pero esta historia era algo que venía desde el fondo. Siempre me interesaron las historias de la Segunda Guerra, y si bien mi familia no era judía me di cuenta que eran historias de horror, imposibles de olvidar. En 2014 se cumplían 70 años del levantamiento y me llevé a Polonia uno de los únicos libros que hay en español sobre el tema y se me ocurrió escribir un artículo. Empecé a investigar y me enteré que había cerca de 200 insurgentes en Argentina, y algunos estaban con vida, gente que hoy tiene entre 90 y 95 años y otros que habían estado allí siendo niños y tenían otro tipo de recuerdos y armé una historia. Mi editora del diario La Nación me dijo que no lo podía publicar porque daba para un libro. Cuando la corté para el artículo quedaron cosas afuera, entre ellas la historia de mi familia y me dije que tenía que escribir algo con eso y volví a Polonia con mi papá porque era una historia que teníamos que reconstruir juntos porque él tampoco la sabía”, cuenta la autora.
Una historia compartida
Un viaje al pasado con un padre no suele ser común si se hace de cuerpo presente y no sólo en la memoria. Acerca de cómo había sido viajar con su padre, Wajszczuk apuntó: “Era su patria, aunque nació en el exilio en Inglaterra, fue la patria donde se crió, su primera lengua fue el polaco y estaba tan emocionado que empezó a llorar allá y sigue llorando dos años después con el libro. Él es muy aventurero y cuando le dije que nos íbamos a Polonia aceptó enseguida. Llegamos en el aniversario y era emocionante ver todo lo que pasaba en la ciudad, encontramos una historia que compartíamos los dos y fue como devolverle ese mundo de la infancia. El círculo se cerraría cuando yo contara esta historia que estábamos descubriendo juntos”.
El mito y la verdad
El libro comienza describiendo un tanque de los nazis que es capturado por los insurgentes polacos. Esa acción gloriosa, como otras que aparecen en Chicos de Varsovia portaba una categoría de mito. Con la investigación, ese mito comienza a desarmarse y luego hubo otros mitos con los que pasó lo mismo. Wajszczuk lo explica así: “Uno tiende a cristalizar las cosas, no eran todos héroes, tuvieron errores como cualquiera y no me interesaba glorificar el heroísmo, quería mostrar que desde el tanque que los insurgentes hacen pasar sobre unos escombros, se cae un explosivo que hace volar todo y a los insurgentes que hoy viven es difícil decirles que el error fue de ellos. También me interesaba rescatar la relación entre judíos y católicos en Polonia y me encontré con que los polacos católicos eran todos antisemitas y por otro lado que todo eso era propaganda anti polaca, y no era ni una cosa ni la otra porque es cierto que hubo mucho antisemitismo en Polonia, es cierto que hubo colaboradores, pero también es cierto que fue el país que más judíos salvó, que el gobierno en el exilio generó las posibilidades para sacar chicos del gueto y los judíos que habían logrado salir del gueto se escondían dentro de la ciudad”.
En el libro hay una historia central, que es la de alguien que escapa del gueto, se alista en los insurgentes y luego termina en la Argentina, es la historia del que triunfa, del que se salva, pero él no lo cuenta desde el lugar del héroe. Sobre cómo vivió esta historia Wajszczuk cuenta: “Fue una de las joyitas que encontré. En Polonia estuve en el museo de los judíos polacos, porque fue muy difícil encontrar la historia de los judíos fuera del gueto, porque muchos estuvieron escondidos, se cambiaban los nombres. Por suerte ese hombre dejó una carta a sus nietas contando cómo había escapado del gueto gracias a sus contactos con la resistencia polaca. Cuenta que él lucía muy ario para los estándares de la época, lo que le permitía camuflarse entre la población y además hablaba polaco y tenía amigos católicos; luego su hija me contó las complicaciones que tuvo para llegar a la Argentina, porque había una circular del año 1938 que advertía que no podían darles visas a aquellos expulsados de su país, no decía judíos exactamente pero no quedaban dudas que a ellos se refería. Tuvo que llegar a Argentina vía Uruguay. Esa historia fue importante porque este hombre no se veía como un héroe. Muchos de los que entrevisté no hablaban del tema, somos las generaciones que venimos después las que rescatamos estas historias y creo que las historias nos pesan igual, las sepamos o no, siempre es mejor saberlas para ver qué se hace con ellas”.
El coraje de una niña
Hay testimonios impactantes en Los chicos de Varsovia, uno de ellos es el de Ana, una sobreviviente que pelea como insurgente y vive en Argentina. Wajszczuk comenta cómo fue esa entrevista.
“Primero me preguntaba ella a mí, quería saber por qué quería escribir esta historia, decía que ya habían pasado 70 años y para qué iba a hablar y yo me daba cuenta que al mismo tiempo ella tenía ganas de contar. Me dijo que a sus padres los habían enviado a un campo de concentración, a su hermano lo habían fusilado en la cárcel, tenía quince años, y se unió a la resistencia. Cuando ésta capitula, los alemanes les dan la posibilidad a las mujeres que habían combatido de mezclarse con la gente y ellas no quisieron y las mandaron a un campo que fue el primer campo de prisioneras de guerra y luego fueron liberadas por polacos; fue una historia muy linda dentro de tanto horror porque en la liberación se formaron muchas parejas y algunas vinieron a la Argentina”.
La ficción del pasado
En Chicos de Varsovia, la autora, se vale de ese recurso para contar algunos pasajes. Sobre si fue una necesidad, apuntó: “Mientras investigaba estaba leyendo libros de Javier Cercas, que está obsesionado con su familia que participó de la Guerra Civil Española, y él cita una frase de William Faulkner que dice que el pasado no pasa nunca, que está siempre presente y a mí también me parecía que el pasado no pasa, que es una ficción que uno construye, el pasado es inapresable, entonces meter poemas era rondar ese pasado para que me entregue algunos secretos y porque una historia con cosas terribles tenía que tener no sólo poesía sino cartas, canciones, emails, para que me ayudaran a hacer más liviana esta historia y para entender la situación política de ese momento y la poesía entró sola y fue para paliar tanto dato duro”.