“Se trata de buscar espacios para acercar a las personas que en su momento no pudieron estudiar y hoy decidieron hacerlo”, explica Ariel Torres, director de lo que llama “un dispositivo del Ministerio de Educación” pensado y montado precisamente para incluir en el circuito educativo a quienes buscan concluir sus estudios. Para ello, el barrio La Cerámica tiene su aula radial, un circuito lectivo que cuenta con 24 alumnos adultos que buscan terminar sus estudios y postularse para un trabajo. Las clases se dictan en el aula multigrado en uno de los espacios del Centro Integrador Comunitario (CIC) de calle Molina 2850.
Torres explica a El Ciudadano que el proyecto que el grupo de alumnos está compuesto por 28 personas, con la singularidad de que entre ellas hay un solo varón. “La gran cantidad de mujeres se debe a varias cuestiones: por un lado que han sido madres desde jóvenes y no pudieron terminar sus estudios; o que ahora pueden hacerse un tiempo y asistir a clases”.
“Convengamos que la seguridad juega un papel importante en la designación del horario”, razona el director, quien destaca que “algunas alumnas dejaron sus estudios al quedar embarazadas, y hoy, con sus hijos un poco crecidos, lo intentan nuevamente con el objetivo de tener una mejor calidad de vida y poder insertarse en el ámbito laboral”.
En ese marco, el carácter multigrado del salón de estudios consiste en tener tres mesas, cada una con sus respectivos pizarrones. Una pertenece a un nivel primario (de primero a tercero); otra de cuarto a quinto, y la tercera de sexto a séptimo. En tanto, el término “radial”, se debe a que el ciclo se brinda fuera de la estructura convencional educativa: en este caso el aula está en un centro comunitario.
Otra oportunidad
“En muchas familias, al ser humildes y numerosas, los hijos mayores debieron salir a trabajar para ayudar en la economía del hogar”, agrega a su vez la docente del aula multigrado María Selene Paganini. La educadora suma a esa ecuación un nuevo problema, que está afectando a quienes debieron trocar trabajo por estudio. “Saben que en cualquier lado le piden el certificado de la primaria completa, y se han encontrado con ese freno para poder trabajar. Es más, hoy tienen a sus hijos adolescentes y éstos les piden ayuda para estudiar y no pueden colaborar porque no saben de qué les están hablando”, compartió Paganini.
A su vez, la docente manifestó sentirse “fantástica” frente al grupo de alumnos adultos. Durante la mañana Paganini brinda clases a la primaria convencional, y da cuenta de la diferencia con los adultos de la tarde: “Porque ellos tienen muchísimas ganas. Si bien muchas de las mujeres vienen y nos cuentan que tuvieron un día terrible con sus hijos y las cosas de la casa, y que se atrasaron para preparar la comida, manifiestan mucho interés por aprender. Es su hora del día, es un compromiso, su gusto. Y para mí es un placer trabajar con ellos”, se entusiasma.
Y también insiste en que cada uno de los 28 alumnos registrados asiste a clases por un logro personal.
Remontando vida
Gladys tiene 46 años y se animó a concretar su materia pendiente. “Me gusta estudiar. Tuve que dejar de hacerlo en sexto grado, porque tenía que trabajar para ayudar a mi familia. Y ahora tengo una nueva oportunidad”, se entusiasma. La mujer vive en el barrio La Cerámica y asiste a clases junto a su esposo: “Mis chicos están grandes, me levanto temprano, hago las cosas de la casa y después vengo a clases. En algún momento retomé en la nocturna, en el barrio, pero no pude seguir: mis hijos me necesitaban en casa a esa hora”, cuenta.
A Gladys le interesa poder trabajar “con chicos especiales, o con abuelos”, alguna vez. “Sé que desde el municipio, haciendo un curso de tres años y, al finalizarlo, te podés presentar y postularte para trabajar. Pero sin la primaria completa no hacés nada. Ahora puedo trabajar porque mis chicos están grandes”, se esperanza.
Pablo, de 43, es el marido de Gladys. Poco tiempo atrás sufrió un accidente laboral que le provocó una fractura de tibia y peroné, y mientras hace rehabilitación en el Centro Integrador, retomó sus estudios, en buena medida convencido por su esposa. “Tengo que terminarlos, de chico no pude porque empecé a trabajar y ahora quedo colgado cuando mis hijos me piden que los ayude con la tarea del colegio. Me gusta porque aprendo, y cuando podemos estudio junto a mi esposa”, relató.
Llegando a tiempo
La docente Paganini recordó que la idea inicial era comenzar las clases como toda escuela, pero la burocracia se tomó su tiempo y recién pudieron abrir los cuadernos el 4 de junio. Asimismo, se había realizado un censo, casa por casa, relevando potenciales alumnos, y muchos se mostraron a gusto con la idea. Es más, los del ciclo inicial aprendieron a leer y escribir con el programa de origen cubano “Yo sí puedo”.
Aunque frente al CIC existe una nocturna, que se da en la escuela Nª 1315, “las clases se dictan de 18 a 22, un horario en el que muchos no quieren ni pueden salir de su casa, sobre todo por cuestiones de seguridad”, confiaron la docente y sus alumnos, que, en cambio, cursan de lunes a viernes de 14 a 16.20.
El horario le sirvió también a Yanina, de 29 años, quien confiesa haber sido seducida por la idea cuando acompañó a una amiga a anotarse. Ella cursó sólo hasta sexto grado, pero ahora tiene mucho interés en poder ayudar a sus ocho hijos. “Y conseguir un buen trabajo”, agrega.
Por su parte, Mónica, de 41, recordó haber salido a trabajar en medio de una familia de nueve hermanos. “Trabajé hasta que cumplí los 18. En ese año me junté con mi marido, tuve a mi hija y me dediqué a la casa hasta hoy. Tengo una nena de 23 y otra de 20 que ya están casadas, y ahora tengo tiempo para mí”, cuenta. Ella también tiene ansiedad de seguir con los estudios secundarios, y su voz se quebró al mencionar que se sentía “mal, discriminada, hasta incompleta”, cuando en una entrevista laboral le preguntaron por sus estudios.
En tanto, María (28) recordó que a los 11 años decidió dejar séptimo grado a mitad de año. “Uno por la rebeldía de esa edad, y porque no tenía nadie que me dijera qué debía hacer. Me sentía una viva bárbara y decidí no estudiar más. Obviamente, no me gustaba a esa edad, aparte vivía sola, porque mis hermanos eran más grandes y se fueron a vivir con sus parejas, y mi madre vivía con su novio. Ya a los trece conocí a mi marido y a las 14 tuve mi primer hijo. Después, cuando uno tiene un cambio de mentalidad (y cuatro hijos), se da cuenta de que quiere un buen futuro para ellos, librarlos de quemar etapas, y de muchas cosas que le hacen mal. Yo no viví ninguna de las etapas de una vida normal, y ahora sé que cometí un error, pero no quiero que mis hijos hagan lo mismo. Les digo siempre que busquen su futuro, que tengan proyectos, que expresen qué quieren hacer, que estudien. Me hubiera gustado tener a mi madre presente, yo ahora lo soy, me hago tiempo para todo. Además, quiero recibirme y estudiar el secundario, mi sueño es trabajar como asistente social, y si no sigo mis metas, no puedo enseñarle eso a mis hijos para que lo hagan”, relata.
El grupo de alumnos también ha preparado algunos proyectos, entre ellos un té desfile y actividades para el Día del Niño con el fin de juntar fondos y colaborar con la escuela de la zona, la Nº 1315.
Actualmente el CIC cuenta con una biblioteca gracias a las donaciones de los vecinos y está a la espera de más alumnos. Quienes quieran retomar sus estudios, pueden inscribirse en el CIC, con fotocopia de su DNI.