La Scaloneta está cerca, araña el campeonato del mundo, tuvo una performance impresionante luego de la derrota inicial ante Arabia Saudita –que a esta altura parece haber actuado como una compuerta para dejar salir la energía y la calidad de juego– y nadie puede decir que es imposible llevarse la copa después del triunfo en semifinal ante Croacia. Por lo que cierta “maldición” a la que muchos aludían –incluyendo periodistas deportivos, especialistas, hinchas– cuando no sabían a quién echarle la culpa por la suerte que corría la selección nacional en los sucesivos mundiales posteriores al de 1986, podría estar a punto de cortarse.
Esa “maldición”, de la que comenzó a hablarse veinte años después de aquel mundial, tuvo un origen y se remonta justamente al año en que la selección nacional se llevó la copa en el Mundial de México. Se relaciona más precisamente a la práctica que llevó a cabo el equipo comandado por Carlos Bilardo en Tilcara, la hermosa localidad jujeña –con no tanta fama turística por entonces–, antes de viajar al país del norte y pensada para probar a los jugadores en altura, puesto que los partidos que irían a disputar ocurrirían en estadios de ciudades mexicanas situados a más de 2500 metros.
A partir de esa pretemporada de diez días, de lo experimentado por jugadores y equipo técnico, se instaló una leyenda que, sin solución de continuidad, llega hasta estos días. Se trata de una supuesta promesa hecha por los jugadores a la Virgen de Copacabana, protectora de la región, para que pudieran llevarse la copa de ese mundial, algo plenamente logrado. Pero ese manto de protección y aliento “surgido de la virgen” tenía una contraprestación, es decir, “una promesa”, que no era otra que la de volver a agradecer los dones otorgados, algo que nunca sucedió tal como se habrían comprometido esos “creyentes”.
A partir de 2006 comenzó a circular mucho material periodístico remitiendo a la promesa incumplida, incluso en medios extranjeros, surgiendo con más fuerza en cada mundial que la selección perdía. Hace apenas un par de meses el periodista porteño Juan Ignacio Provéndola condensó esa experiencia en un libro al que llamó Operativo Tilcara 86. Diez días que valieron un mundial, publicado por la editorial Suedestada, donde da cuenta de aquel viaje y de lo vivido por el equipo en circunstancias tal vez inéditas a excepción de otro episodio, datado en 1973, en el que Omar Sívori armó el que se conoció como “Equipo Fantasma”, en el cual revistaban el Pato Fillol, Mario Kempes y Ricardo Bochini, entre otros grandes, y lo hizo entrenar en La Quiaca para un partido decisivo de cara al mundial 74 que jugaría contra Bolivia como visitante.
El método dio resultado y la selección argentina derrotó a su par boliviana por uno a cero. Todo hace suponer que Bilardo se entusiasmó con esa experiencia y se llevó al equipo para el norte –¡en enero, cuando el sol del norte da miedo!–, en ese momento integrado por el arquero Luis Islas; Oscar Ruggeri, José Luis Brown, José Luis Cucciufo, Néstor Clausen y Oscar Garré; Ricardo Bochini, Ricardo Giusti, Claudio Borghi, Sergio Batista y Carlos Tapia; y Sergio Almirón, Oscar Dertycia y Jorge Comas, los que, salvo los dos últimos, jugarían en México junto a los tres que no estuvieron por integrar clubes europeos, Maradona, Valdano y Burruchaga.
Las andanzas del Narigón y una mística palpable
Operativo Tilcara 86 narra con precisión algunos de esos momentos vividos en esa tierra perteneciente a la Quebrada de Humahuaca, asentada a 2500 metros de altura. El desconcierto inicial de los jugadores; los casi potreros que oficiaban de canchas; los equipos de jujeños amateurs que vivieron el sueño de medirse con la selección –Bilardo cuenta que a cualquiera que le ofrecía un equipo para un picado, él le decía que lo traiga–; las andanzas del Narigón queriendo pasar desapercibido vestido de coya; las adversidades para practicar cuando los futbolistas estaban habituados a correr “al nivel del mar”; el fuego amigo y enemigo recibido por el técnico desde que la selección había clasificado casi azarosamente en un partido contra Perú.
Para armar todo este relato de contundentes escenas, Provéndola rastreó publicaciones jujeñas y nacionales y obtuvo una vasta información sobre cómo el hecho fue calando en los mundiales. También entrevistó a tilcareños que estuvieron allí y a Bilardo y a algunos jugadores. Con ese material, el periodista fue dando forma a breves capítulos que logran transmitir algo de esa mística que fue apoderándose del grupo en vistas a lo que vino después, nada menos que alcanzar la copa del mundo.
La prueba que Bilardo haría en Tilcara tenía como objetivo superar los ahogos y los mareos provocados por la falta de aire, y timonear las altas temperaturas del verano mexicano. Si no se tenía en cuenta la escasa infraestructura –ningún campo de juego profesional, alojamiento austero–, el difícil acceso y la falta de comunicación fluida (¡había un solo teléfono!), la localidad jujeña era ideal para conseguir el rendimiento que el Narigón buscaba para sus muchachos.
Algunos pasajes del libro tienen el relieve de lo trascendental que ese hecho resultó para los lugareños. “Ir a trabar con Ruggeri o con Batista me quedó para toda la vida. Y cuando hacíamos algún gol lo gritábamos. Pero ellos también, ojo”, cuenta un oriundo de Maimara –localidad cercana a Tilcara–, a quien Bilardo reconoció su calidad integrándolo a la selección en un picado.
Desopilante es el capítulo donde Provéndola cuenta cuando Bilardo le dio franco a la selección para que participaran en una jornada de fiesta popular con desfiles, peñas y bailes. Pero el Narigón era celoso de la conducta de sus pupilos y sin decirle a nadie, se disfrazó de mujer coya para vigilarlos de cerca. Bilardo lo menta del siguiente modo: “Una chica del hotel me pintó los ojos, los labios, todo, ¿y sabés que no me reconocieron? Me puse a bailar con ellos en el medio de la pista…incluso bailé con un tipo de ahí, hasta que vi a uno de los míos y me deschavé, «salí de ahí pelotudo», le grité…”.
Pura convicción religiosa o pura leyenda
En el prólogo de Operación Tilcara 86, el también periodista Gustavo Veiga dice que Provéndola rescata una expedición que hubiera filmado el realizador alemán Werner Herzog, seguramente por lo audaz y alocada que fue, y apunta el seductor fundamento que lo motivó: “…Una historia que tuvo final feliz por el último título mundial en México, pero que provocó decepción en Tilcara porque nadie se hizo cargo de la supuesta promesa a la virgen. Dice el mito que Argentina no sale campeón desde el 86 porque aquel equipo de Bilardo nunca regresó a agradecerle a la Virgen de Copacabana…Cuestiones de fe que solo los creyentes comprenden”, dice Veiga cerrando el prólogo.
Sobre el final Provéndola cuenta: “Antes de Rusia 2018 ya era noticia una bandera que circulaba por los partidos previos de la Selección (con) la siguiente leyenda «Campeones del 86, cumplan su promesa y vuelvan a Tilcara»”, y reproduce un artículo que una periodista que ahora vive en Tilcara publicó en Clarín en 2006, donde en un fragmento puede leerse: “En Tilcara aseguran que la delicada imagen de piel morena y manto celeste y blanco es la dueña del destino del equipo nacional. Será pura convicción religiosa o tan solo una buena leyenda. Pero en este pueblo…es cosa seria”. Verdad o no tanto, los cabaleros podrían decir que algo del incumplimiento de esa misteriosa promesa podría haber resultado cierta a la luz de la “mala suerte” de los últimos mundiales jugados por la Selección Nacional en sus diferentes versiones.
Chocarían seguramente con los argumentos racionales de los que arremeten contra técnico y jugadores y ensañados con la víctima de turno. Ahora, a escasas horas de la final del mundo a la que la Selección Argentina arribó con méritos de sobra, con un Messi de estirpe similar a la del otro capitán del 86, será el momento de comprobar si el mito se perpetúa o la destreza, habilidad y coraje del equipo nacional demostrados hasta el momento, logra ¡que la virgen los perdone!
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