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Una vacuna para atender a pacientes infectados con covid sin miedo al contagio

Melina es técnica extraccionista del sistema público de Salud y el miércoles recibió la primera dosis de la Sputnik V. El pinchazo la hizo repasar en un segundo lo fue estar casi un año en la primera línea en la batalla contra la pandemia, con el temor de propagar el virus entre sus seres queridos

Faltaban apenas dos días para que el 2020 terminara y Melina recibió el pinchazo en el brazo izquierdo. Sintió que la dosis de la Sputnik V le dolía más que otras vacunas, pero no se quejó. Tal vez porque por su cabeza pasaban miles de imágenes consecutivas, sin un orden que pudiera identificar. Se vio a sí misma repitiendo, una y otra vez, ese protocolo que de marzo hasta ahora se le hizo ritual: rociar todos los elementos de trabajo con alcohol, lavarse las manos, ponerse la bata, dos barbijos, las gafas por encima de sus lentes, la máscara de protección facial y entrar a la habitación para extraer muestras de sangre a los pacientes infectados con covid-19. Se vio discutiendo para que en el hospital les dieran los elementos para poder cumplir con las normas sanitarias, o por una cama para poder descansar durante las guardias de 24 horas; le pasó un escalofrío por el cuerpo cuando recordó el temor de poner en riesgo a sus seres queridos. Recién cuando se sentó en el sillón de su casa y abrazó a su perra, la tensión de haberle puesto el cuerpo durante casi un año a la pandemia como trabajadora de la salud pública, se le fugó en forma de lágrimas. La promesa de la vacuna se había vuelto realidad y le circulaba por las venas.

Las primeras 300 mil dosis de la vacuna Sputnik V, provenientes de Rusia, llegaron a la Argentina el 24 de diciembre pasado, en el vuelo  AR1061 de Aerolíneas Argentinas, proveniente de Moscú, con el objetivo de realizar la mayor campaña de inoculación en el país. En la provincia de Santa Fe, las primeras dosis se aplicaron el martes 29 de diciembre y hasta el mediodía de este sábado se habían colocado más de 2.300 a personal de salud de todo el territorio provincial.

La vacuna viene en ampolla con cinco dosis, que deben ser colocadas en el transcurso de los 30 minutos posteriores a ser abierta. Por eso, la campaña requiere de una organización precisa: se otorgan turnos en grupos de a cinco personas para evitar desperdicios. La colocación de la vacuna no es obligatoria. Melina, técnica extraccionista de 34 años que trabaja en el Hospital de Niños Zona Norte de Rosario –uno de los centros de salud donde se centralizaron casos de covid– se anotó como voluntaria y recibió la primera dosis el 30 de diciembre. La segunda será a fines de enero.

“Mi vacunación fue más emotiva de lo que yo me imaginaba”, dice Melina a El Ciudadano con la voz entrecortada, mientras espera que el termómetro digital haga el bip que le indica que ya puede mirar la temperatura. 36,5 y algunos dolores en las articulaciones: nada fuera de lo esperable. “En el momento en el que me vacunaron una compañera, dijo: «después de todo este año que pasamos llegó el momento». Y ahí empecé con un flashback de lo que fue el año desde el principio de la pandemia hasta ahora. En el hospital me contuve, pero llegué a mi casa y lloré un montón”, cuenta.

“Fue un año muy duro, muy heavy, creo que para todos. Pero en lo personal, haber estado sola tantos meses y a la vez trabajando en salud y tener que enfrentarte con este desafío tan grande, se me hizo pesado”, resumió. Esa pesadez tomó, por momentos, la forma del miedo más extremo, con ataques de pánico que se hicieron más frecuentes al mismo ritmo que los aplausos de las nueve de la noche se desarticulaban y se transformaban en mensajes de odio de vecinos con carteles en ascensores que amenazaban a médicos y a enfermeros. A ella eso no le pasó, pero sí le afectó la potencialidad del castigo social sólo por cumplir su responsabilidad como personal esencial de salud.

«Si sos médico, farmacéutico o personal de salud andate, nos vas a contagiar a todos»

Para Melina, el año estuvo marcado por los nuevos ritmos del trabajo, que debió reorganizarse en grupos reducidos y rotativos para evitar contactos. No dejó de trabajar ni un día, salvo las tres veces que debió aislarse por contactos estrechos con personas con covid. Las licencias de todo tipo se suspendieron por orden de las autoridades y ahora les comunicaron que sólo podrán acceder a cinco días de vacaciones, estrictamente en enero. “Nosotros, los que trabajamos en contacto directo con los pacientes, no redujimos ni una hora de trabajo en ningún momento”.

Trabajar y reclamar por elementos básicos de trabajo, como camas para dormir durante las guardias de 24 horas, que recién se adquirieron tres meses después del inicio de la pandemia (hasta ese momento tenían colchones en el piso), o elementos de protección personal, como las batas necesarias para estar en contactos con los pacientes infectados, que deben descartarse después de un único uso. “Un día mi familia cayó con 30 batas para que tuviera en stock por si no me daban suficientes”, recuerda.

La familia, las amigas, los seres queridos. Otro factor de miedo. “Fue muy pesado saber que si cometía cualquier error, si me descuidaba en algún paso de protocolo, me podía contagiar y contagiar a otros. Me daba terror hacerle daño a la gente que quiero”. Por ese temor, pasó meses sin ver a nadie, incluso luego de que se habilitaran las reuniones afectivas. “Mis amigas terminaron diciéndome que me querían ver igual, que se arriesgaban, y me  visitaron”, cuenta.

“Unos de los mayores cucos que tenía era que se contagiara mi familia. Y pasó”, dice Melina. El contagio no fue a través de ella sino de su papá, que hace cuatro años fue despedido de Acindar y hoy se gana la vida haciendo trabajos de herrería por cuenta propia, y debió seguir saliendo a trabajar en pandemia con sus 62 años para generar un ingreso. “En mi familia hay cuatro miembros con comorbilidades (todos convivientes), asique cuando mi papá empezó con síntomas los separamos en distintos lugares y yo me hice cargo de los cuidados”. Aplicó los mismos protocolos que en el trabajo. Todos se recuperaron y ella no se infectó. Por unas semanas, no asistió al hospital para poder atenderlos, y por eso le descontaron uno de los magros bonos que el gobierno otorgó al personal esencial de salud pública.

“Porque a todo esto hay que sumarle la realidad económica. Hace un años que no se nos ajusta el sueldo, a duras penas nos dieron un par de bonos que no son remunerativos, siendo que estuvimos al frente de todo esto, poniendo el cuerpo y la vida. No conozco una sola persona que trabaje en salud pública que no tenga otro laburo. Ni hablar si tenés una familia. Yo vivo sola y tengo dos laburos más para compensar y que el sueldo me alcance a fin de mes y poder darme un mínimo gusto”, cuestiona.

Para la técnica, la vacuna vino a representar una tranquilidad enorme. “Voy a moverme un poco más en paz, más tranquila, sin pensar que  puedo contagiar a alguien que quiero sólo por acercarme. Porque estamos todo el tiempo en contacto con pacientes con coronavirus. Siempre supimos que tenemos que darlo todo para que los pacientes se salven, pero hacerlo este año tuvo un plus que antes no estaba”, el del alto nivel de propagación y la tasa de mortalidad del covid-19. «No puedo ni pensar en vivir otro años como el que pasamos. Agradezco hacer terminado el 2020 con la primera dosis de la vacuna».

Murió Marleni, una enfermera del Heca que se había contagiado de covid 19

En esta primera etapa, en Santa Fe se colocarán 12 mil dosis al personal de Salud, incluso a quienes ya se hayan contagiado, porque los anticuerpos que genera el virus duran poco tiempo en el organismo.

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