Debo admitir que estoy un tanto nervioso por la cercanía de los partidos decisivos del Mundial. Es que la otra noche soñé que llegábamos a la final y que ya nos aprontábamos para jugar…¡contra Francia!, nosotros que se la hemos jurado tantas veces a los galos desde Napoleón en adelante –mucha gente cree que no dejamos pasar a los nazis solamente, pero más de un siglo antes hicimos lo mismo con el gran general francés– y, sobre todo, por su rol colaboracionista durante la Guerra Fría, donde ellos pudieron infiltrarnos por su gran dominio del ruso, ya que allí fueron a parar muchos de nuestros exiliados y les enseñaron muy bien.
Así pudieron aplastarnos en un partido de fútbol que se promocionó como amistoso pero que en realidad fue una contienda bélica ya que los franceses se valieron de una serie de trucos para derrotarnos que incluyó mentirnos acerca de quiénes eran los jugadores. La comitiva francesa llegó a San Petersburgo en un gesto de amistad hacia los países detrás de la cortina de hierro. El final, claro, era Rusia. No tuvieron mejor idea que desafiar al Dynamo diciendo que traían jóvenes de la reserva de varios clubes parisinos. Y como el mundo occidental estaba vedado para nosotros, al menos en la televisión, no conocíamos demasiado las caras de las grandes figuras del fútbol francés.
El encuentro tuvo lugar en el estadio Krestovski, y nos aprestábamos a vencer a ese equipo de improvisados para dejar en claro que seguíamos siendo impenetrables. Pero la picardía francesa, su arte del engaño fue letal para nosotros. A los 20 minutos nos habíamos puesto adelante por dos goles, pero al poco tiempo ellos comenzaron a dominar el mediocampo de una manera que nos llamó la atención y cuando logramos vencerlo, antes del tiro al arco en una posición privilegiada, nuestro número 9, Popov, escuchó una voz en perfecto ruso que le pedía la pelota. Popov se desconcentró y los franceses aprovecharon y en un santiamén llegaban y dejaban pagando a nuestro arquero.
La escena, desde distintos lugares de la cancha se repitió no una, sino seis veces, los llamados en un ruso coloquial desviaban la atención de los nuestros y perdían la pelota apenas levantaban la cabeza. El partido terminó 6 a 2 y los franceses ni siquiera se quedaron al agasajo con caviar negro. Luego nos enteramos que la mitad del equipo francés lo integraban figuras futbolísticas y que el ardid utilizado por ellos no podía ser objeto de ninguna sanción diplomática. Lamentaría que los hermanos uruguayos perdieran con los galos pero…¡que nos los dejen a nosotros!
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