Es en los márgenes donde vive Juan Carlos Jambrina. Atrás del cementerio La Piedad, sobre la calle Brasil al 2700, se levanta su humilde casa de chapas. Con él conviven cuatro caballos. El lugar es, en realidad, un establo: su cama y su desvencijado ropero están a metros de los fardos y el cajón de maíz y avena para los animales. Calandria, su yegua preferida, relincha y avisa que tiene hambre. Jambrina carga con 80 años y una vida sobre el carro, recogiendo la basura de la ciudad.
“Siempre me gustó la calle y la libertad, no molesto a nadie, busco y siempre encuentro algo”, dice, mientras agrega unas maderas al fuego improvisado en un tarro de metal. “Tengo calefacción central”, agrega con una carcajada. El hombre quedó viudo hace 25 años, y tiene hijos y nietos. “Pero ellos hacen su vida y yo la mía, no quiero molestar, me gusta estar solo. Soy un viejo huraño”, aclara.
En 1979 comenzó a pagar los lotes donde vive: “Toda esta cuadra es mía”, se jacta con orgullo y señala las precarias viviendas que lo rodean. Su casa está rodeada de cartones apilados, envases plásticos y un par de carros: “Con patente y todo el papelerío de permisos”, aclara.
Jambrina nació en Córdoba y Colombres, en Fisherton, donde su padre tenía una verdulería. Él lo acompañaba en el carro a buscar frutas y verduras a las quintas cercanas. “Tenía ocho años y ya manejaba el carro, siempre me gustaron los caballos. Después de terminar la escuela primaria y atender el negocio con mi familia, conseguí ingresar al Jockey Club, cuidé caballos de polo en Country y también en el Hipódromo los de carrera. Eso fue unos años, luego ingresé a la Municipalidad como carrero para recolectar la basura, eso fue en el 56, hasta que llegó (Luis Cándido) Carballo y en los primeros años de la década del 60 reemplazó los carros por camiones… Yo seguí igual por mi cuenta”, recuerda.
“Lo del chip está bueno”
“Estuve 20 años trabajando para la 9 de Julio, llevaba la basura a sus terrenos que tenía en Godoy al 8000 y también vendía a las chancherías, siempre alguna chirola tengo. Ahora con lo que saco es para comprara el fardo y el afrecho para los caballos, hay que tenerlos bien cuidados”, relata mientras se queja porque todavía no pudo llevar a sus animales a colocarles el chip. “Hace mucho frío…”, se disculpa. “Pero cuando pueda, voy: está bueno eso porque así no te los roban. Me llevaron a la Calandria y a la semana apareció. Nosotros nos conocemos todos y los datos te los pasan, la encontré, estaba bien cuidada”, asegura.
Jambrina admite que sale dos o tres días a la semana y con eso le basta. Tiene su territorio que conoce como la palma de su mano: “Río Negro, Provincias Unidas, Rouillón y de Montevideo hasta Mendoza, por ahí me muevo. El secreto es llegar primero, antes que los camiones, y trabajar rápido. Mi hijo también se dedica a esto y con los cartones le va bien”, afirma.
Pero también dice que cuesta. “Rosario no es como antes, cambió mucho, antes dejabas una bicicleta en la vereda y no pasaba nada, ahora a los cinco minutos no la ves más”, señala el ciruja. Y por otra cosa que tampoco es como antes, Jambrina está preocupado por sus nietos: “Es que la droga está haciendo desastres y nadie hace nada, están matando a los pibes que son los que después los matan a ellos”, asegura el veterano que subraya un “ellos” que en realidad podría ser cualquiera. Detrás del cementerio La Piedad, no hay pavimento, no hay luz y mucho menos cloacas. “Acá no viene nadie, ni en tiempo de elecciones. Ni siquiera promesas tenemos por aquí… Una vez hace mucho vino Reviglio y nos dio permiso para estar enganchados de la luz”, dice, recordando al ex gobernador justicialista Víctor Reviglio. Y la luz hace falta: “Esta calle ahora en invierno, a las siete de la tarde es una boca de lobo, hay mucho raterito dando vueltas…”, confiesa su temor Jambrina.
Pasión por los caballos
Jambrina cuenta orgulloso que su padre fue uno de los que fundó el Club Fisherton. “Me acuerdo que jugábamos al fútbol con la camiseta de Newell’s y de ahí que me hice leproso, después que falleció mi madre y vendimos la casa, con lo que me tocó compré aquí. Pero cuando me casé me instalé en Oroño y Dr. Riva, había un terraplén, después vino un ingeniero y me dio 20 mil pesos para que me vaya, porque había que hacer la Autopista. Después me fui al Bajo Ayolas en la zona sur y me compré un rancho. Tenía tres o cuatro carros, había que darle de comer a los hijos.”, rememora viejas épocas.
Tanto le gustan los caballos a Jambrina que cuando quedó solo después de la muerte de su mujer, se contactó con el centro tradicionalista El Redomón. Se levanta y busca en su ropero una carpeta con viejos recortes, fotos de su juventud: en todas aparece montado a caballo. También, prolijo, doblado en una bolsa de plástico, guarda un impecable poncho salteño, rojo y negro. “Me lo pongo cuando voy a alguna cabalgata. Con una de mis hijas me fui a Luján, seis días a caballo. También he desfilado en el Monumento para el 20 de Junio”, agrega, mientras, henchido, muestra un pergamino con la salutación del intendente Miguel Lifschitz del año 2004 y otro del Fogón Centro Entrerriano por su participación a caballo en Victoria.
En una pared de la casita hay unos estantes con copas, trofeos, objetos raros: “Son cosas que la gente tira y a mi me gustan y los pongo aquí”, y muestra la foto de una revista: es la jefa del Estado, con la banda presidencial. “A mi me gusta Cristina…”, dice. “¿Y a quién vas a elegir?”, completa. “Hizo muchas cosas, a mí me dicen que aquí tenemos el 82 por ciento móvil, pero en mi recibo no lo veo…”, resume práctico Jambrina, mientras va a levantar una bolsa con pan fresco que trajo su hijo. Lo dejaron en un restaurante: “Después dicen que en la Argentina hay pobreza”, reflexiona.
Cartón por kilo
“Yo viví de esto, crié a mis hijos con esto y sigo con esto”, afirma Jambrina, orgulloso de su condición de ciruja. Junto a un par de carros, el hombre señala a los caballos que mantiene en buena forma, bajo techo, con doble ración diaria de fardo, maíz, avena y afrecho. Tiene un overo, un percherón, una zaina oscura y su preferida, la Calandria, una alazana. “Yo le hablo y me entiende, me escucha y me relincha de una manera especial. Cuando me la robaron moví cielo y tierra hasta que la encontré, cuando me vio se paraba en dos patas de la alegría”, sostiene. Y habría que creerle.
Asegura que le pagan 60 centavos el kilo de cartón y dice que el Programa Municipal Separe, “está bien, pero hay muchos sucios, los que andan en bicicletas con los carritos son sucios dejan la mitad afuera y eso no se hace”.
“Los contenedores para separar la basura está bien, a mí me joroba un poco porque no me puedo agachar tanto ahí adentro, pero es más prolijo. Cuando se me cae la basura del carro la levanto con la mano. Un día estaba por calle Gálvez, antes de Ovidio Lagos y había un auto que me miraba. Yo estaba levantando unas cajas del suelo y el hombre pasa y me dice: «Lo felicito, porque levantó todo», y para mi es algo normal, porque es mi obligación”, finalizó el hombre que a los 80 años sigue siendo un rosarino que hurga en lo que otros rosarinos tiran, “para hacer la diaria”.