El secretario de Estado, John Kerry, había amenazado con imponer sanciones contra Venezuela, pero retrocedió ante la gestión de Unasur.
Las gestiones de los cancilleres de la Unasur para acercar al gobierno y la oposición en Venezuela llegan en el momento más necesario y, acaso, en el único contexto que podría hacerlas viables. No se trata sólo de la necesidad de encarrilar un conflicto cruzado por una violencia inquietante, sino de la urgencia de dos contendientes exhaustos por darse una tregua y tomar algo de aire.
Nicolás Maduro está debilitado y lo sabe. No porque acceda a un diálogo con adversarios que hasta desconocen su legitimidad democrática (al fin y al cabo él mismo los había invitado a un cara a cara); más que eso, el hombre que no muestra reparos en responder cualquier crítica de modo incendiario calló cuando la Iglesia local lo acusó la semana pasada de llevar al país al totalitarismo. La inédita contención apunta a no quemar todos los puentes hacia uno de los pocos actores que, aceptable para unos y otros, podría intentar una mediación formal en una segunda instancia diplomática. La presencia del nuncio apostólico en la próxima reunión marca un avance en ese sentido.
Las protestas opositoras han perdido ímpetu, pero penden como una espada sobre su cabeza ante cualquier complicación nueva de una situación económica, política y social de por sí explosiva. El estancamiento productivo, la inflación y el desabastecimiento alteran fundamentalmente a la base electoral más popular y propia.
En lo político, el oficialismo comienza a mostrar fisuras y su liderazgo, va de suyo, no está blindado como el del “comandante eterno”: debajo de él, todos son mortales. Dirigentes del PSUV admiten que simpatizantes del chavismo participan de las protestas, y, en medio del conflicto, el ala militar que responde a su principal rival interno, el titular de la Legislatura, Diosdado Cabello, se siente imprescindible para la estabilidad del gobierno.
La oposición, por último, no ha podido ganar una elección nacional en quince años y sufrió un reflujo fuerte en las municipales de diciembre, después del virtual empate que había arañado en las presidenciales de abril. Con todo, se reveló capaz de disputar la calle y de desquiciarla, algo que puso en entredicho como nunca antes, incluso ante aliados de Miraflores, la imagen internacional de un chavismo que es señalado como responsable de una represión inaceptable.
Maduro debería ver como una tabla de salvación la gestión de los cancilleres sudamericanos, el argentino Héctor Timerman y sus pares de Brasil, Ecuador, Bolivia, Chile, Colombia, Uruguay y Surinam. Sólo la ventana diplomática que éstos han abierto hizo que EE.UU. llevara al freezer un abanico de sanciones anticipado días atrás por el secretario de Estado, John Kerry.
“Apoyamos mucho los esfuerzos de mediación de un tercero dirigidos a tratar de parar la violencia y ver si se logra un diálogo honesto. Es un momento muy delicado en la posibilidad de una negociación”, dijo ayer. ¿Y las sanciones sobre las que había advertido? “No quiero hacer algo que les dé pólvora para usarla contra mí o EE.UU. como excusa”, añadió. “Que la reunión se produzca, luego veremos qué pasa”.
La revolución del gas y el petróleo no convencionales (recursos como los que la Argentina tiene también en abundancia) está por hacer de EE.UU. un país autosuficiente en materia energética, un dato que, si bien no terminará de concretarse en el plazo más inmediato, debe ser muy tenido en cuenta por sus proveedores, desde Caracas hasta Riad. La gran potencia no sólo se plantea lograr la “independencia energética”, sino incluso convertirse en exportador neto de gas en cinco años y de petróleo en diez. El rasgo, estructural, tiende a fragilizar a Venezuela.
Pero la debilidad de Maduro no supone una paralela fortaleza en la oposición. Al contrario, la escalada callejera de sus elementos más radicales (el encarcelado Leopoldo López, la diputada desaforada María Corina Machado y el alcalde metropolitano Antonio Ledezma) abrió una brecha profunda con moderados como Henrique Capriles y expresa el dilema de una coalición que no ha sido capaz de tomar el poder ni a través de los votos ni de la insurrección.
Sin elecciones este año, la oposición pierde la única amalgama que la mantuvo unida en los últimos años. Además, la posibilidad de un referendo revocatorio por las vías legales (que no son “La Salida” insurreccional ensayada desde febrero en las barricadas) podría concretarse recién en un remoto 2016.
La grieta en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) se expresó ayer una vez más cuando Machado y Ledezma denostaron a los dirigentes dialoguistas y tacharon a Unasur de mero brazo del régimen.
Hay condiciones propicias, como se ve, para que Venezuela encuentre algo de paz. Una calma que, garantías internacionales mediante, le permitiría a Maduro deshacerse de la tutela de sus aliados militares y dedicarse a gobernar. En tanto, también liberaría a los elementos más razonables de la oposición de un vaciamiento del centro político que deben ocupar para aspirar a gobernar el país y de una ofensiva oficial que amenaza por asfixiarlos por años.
Con un tono más propio de Suiza que de la Venezuela que conocemos, anoche se anunció un avance importante y que aísla a los ultras, pero nada puede darse por seguro en un país tan obsesivamente centrado en sus pasiones. Cualquier chispa puede hacer saltar por los aires las mejores intenciones. Y son muchos, demasiados, los actores interesados en encenderla.