Por Gabriel Ramonet/Télam
Tierra del Fuego registra sofisticados planes de intentos fuga y maniobras logísticas destinadas a sortear los dos grandes problemas con los que se han enfrentado algunos presidiarios para escapar de la alcaidía o del penal de Ushuaia, la geografía y el clima, que han hecho de esta cárcel un sitio prácticamente infranqueable, legendario y resistente al paso del tiempo.
Algunos lograron soportar ambas inclemencias por días o semanas, y movilizaron despliegues inusitados de fuerzas de seguridad o militares, dando lugar a escenas dignas de ser inmortalizadas por la industria cinematográfica.
El historiador fueguino Hugo Santos recuerda que el Penal de Ushuaia, que funcionó entre 1902 y 1947, y que albergó presos peligrosos de la talla de Cayetano Santos Godino -alias el «Petiso Orejudo»- era el único establecimiento carcelario del país que no tenía un muro externo, sino apenas un alambrado.
«Ello se debía a que el ambiente y la meteorología contribuían a convertir a la cárcel en un establecimiento casi inexpugnable e imposible de huir de él. A ello se sumaba el desconocimiento que la mayoría de los reos tenían de la geografía del lugar», contó Santos a Télam. En ese sentido, el experto definió al penal de Ushuaia como «una cárcel natural, donde las posibilidades de fuga eran prácticamente nulas».
Acaso el intento de evasión más famoso de todos haya sido el de Simón Radowitzky, el anarquista ucraniano trasladado a Ushuaia tras haber dado muerte al jefe de la policía Ramón Falcón, lanzándole una bomba al carruaje que lo transportaba.
Un año antes de su fuga, Radowitzky envió un mensaje al diario anarquista La Protesta, donde escribió: «Entre el 5 y el 15 de noviembre de 1918 me voy a fugar. Necesito que me saquen de Tierra del Fuego. Lo haré igual, aunque no haya nadie que me ayude».
Carlos Zampatti, autor del libro «Siete mil días en la Siberia Argentina» que recrea el escape del dirigente de la Federación Obrera Regional Argentina (Fora) sostuvo que esa organización envió a Punta Arenas (Chile) a uno de sus miembros, Apolinario Barrera, con la misión de contratar al célebre «Pascualín», apodado «el último pirata del Beagle», para que con su barco transportara a Radowitzky por el canal hacia territorio chileno.
Según Santos, para fugarse del presidio «había que tener un apoyo externo y había una sola opción: ir a pie o en barco hasta Chile, porque entonces todavía no existía el camino de montaña (hoy Paso Garibaldi) hacia el norte de la provincia, que se descubrió en 1936». Radowitzky «armó un uniforme de guardiacárcel con retazos viejos que le daban para usar como trapos. Se fabricó una gorra, un pantalón y consiguió un saco viejo. El 8 de noviembre de 1918 aprovechó un descuido del jefe del taller donde trabajaba, saltó por una ventana y se escapó», detalló Zampatti.
También mencionó que desde allí corrió hasta la costa y después «hacia el monte» para evitar los sitios más transitados de la ciudad. Después se encontró con Barrera, quien lo esperaba desde hacía días, y juntos llegaron hasta donde se encontraba escondido el cúter de Pascualín, llamado «Sokolo».
Tras dos días de viaje por el Beagle, los interceptó el «Yañez», un barco de la Armada chilena, por lo que Radowitzky le pidió a Pascualín que se acercara a la costa y luego se arrojó al agua. «Alcanzó nadando la orilla y en los días posteriores trató de llegar por sus medios a Punta Arenas pero fue apresado en una estancia y devuelto a Ushuaia, donde años más tarde recibiría el indulto presidencial», completó Zampatti.
El escritor también da cuenta de otras evasiones, algunas con ribetes insólitos como la de «el flaco de Mataderos», de quien ni siquiera se sabe su nombre verdadero (para algunos era Manuel Nievas y para otros Roberto García) pero sí que lo condenaron por hurtos reiterados en la década del 40.
El martes 14 de noviembre de 1944, «el flaco» era uno de los siete reclusos asignados a la construcción de la iglesia «Nuestra Señora de la Merced» cuando pidió permiso para ir al baño, se quitó la ropa de presidiario y escapó. Entró a un almacén donde compró «un kilo de chorizos, medio de mortadela, un peso de galleta, un queso, un litro de vino blanco y otro de tinto» y pidió prestada una bolsa en donde guardó lo comprado, «se encaramó al entretecho de la iglesia en construcción donde estuvo escondido seis días sin que nadie advirtiera su presencia. «Lo buscaron por todo el pueblo. Los pobladores trancaban sus puertas y ventanas temiendo que el convicto se les metiera en sus casas. Hasta que el 20 de noviembre, con más sed que hambre, bajó a pedir agua y se entregó mansamente a la policía», recordó Zampatti.
Quizá la única fuga exitosa del penal de Ushuaia haya sido la de un grupo de confinados políticos de origen radical, enviados al sur tras el golpe de Estado de José Félix Uriburu contra el gobierno de Hipólito Yrigoyen.
Como confinados, no estaban alojados dentro de la cárcel sino en casas de la ciudad y debían reportarse a las autoridades policiales una vez al día. Néstor Aparicio, un líder radical de Dolores, provincia de Buenos Aires, junto con Emir Mercader y Orestes Causanello decidieron poner fin al «encierro» el 15 de agosto de 1931 y huir a Chile. En este caso fueron ayudados por algunos vecinos de Ushuaia y disponían de un poco de dinero. «Mercader era médico y Aparicio abogado, por lo que el primero solía tratar a personas y el segundo facilitaba los trámites judiciales de algunos de los habitantes de la aldea. Con ello ganaron confianza y por eso recibieron ayuda en el momento de la fuga», reveló Santos.
Los confinados caminaron hasta el río Pipo y luego hasta el Lago Roca para alcanzar caminando la frontera con Chile. Una vez allí se encontraron con dos peones de la estancia Yendegaia que les facilitaron caballos y continuaron hasta una bahía.
«Los pasó a levantar una embarcación que los llevó a Punta Arenas junto con Santiago Peralta que se había fugado de Ushuaia a Navarino días antes que el grupo de Aparicio. Se menciona que quien los llevó fue el mismísimo Pascualín. Después algunos fueron a Santiago de Chile y otros a Montevideo, hasta que pudieron regresar al país tras una amnistía», indicó Zampatti.
Un caso más contemporáneo, aunque igual o más cinematográfico, fue el de Gumersindo León Medina, un misionero criado en la selva y con formación de infante de marina, que el 22 de enero de 1977, durante la dictadura cívico militar, se fugó de la Alcaidía de Ushuaia, en pleno centro de la ciudad y en el mismo sitio donde funciona actualmente.
Medina había solicitado su baja de la Armada dos años antes, y como recuerdo de ello tuvo la mala idea de quedarse con 15 proyectiles de fusil y 18 de pistola que fueron encontrados en su casa de Río Grande, por lo que fue detenido en junio de 1976 y trasladado a Ushuaia. Estuvo siete meses detenido recibiendo, según dicen, «tratos inadecuados de la policía» que además le sustraía la correspondencia y le interfería el contacto con su esposa y sus tres hijos. Para su fuga se asoció con otro interno, Carlos Rivas, y comenzó a aprovechar sus salidas esporádicas para hacerse de elementos como linternas, mapas, velas, herramientas y una radio portátil, que iba escondiendo dentro de la cárcel. También se preparó físicamente entrenando en el gimnasio y escalando cuando lo mandaban a trabajar a la zona de Lapataia.
Zampatti publicó «La fuga según León», un libro escrito en primera persona a partir de 17 horas de entrevistas al protagonista del escape, que duró 21 días en los que el evasor fue perseguido por cielo y tierra. El día de la fuga, León cortó los barrotes de la ventana del baño, disimuló su ausencia con una almohada en su cama y saltó a la calle desde los techos del edificio para encaminarse a la zona alta y boscosa de la ciudad.
El infante de marina eludió a sus perseguidores por la zona de Tierra Mayor, atravesó el Paso Garibaldi y llegó a Tolhuin luego de perderse y volver a hallar un rumbo y de pasar delante de las narices de sus perseguidores.
Ya muy hambriento consiguió cruzar a Chile, donde recibió ayuda de algunas personas, pero en Estancia Vicuña -cuando se disponía a subir a un camión que transportaba lana para llegar a Punta Arenas- fue sorprendido por un grupo de carabineros que le dispararon en una pierna y se lo llevaron herido. «Recién 36 horas después lo llevaron a un hospital y más tarde hasta la frontera de Monte Aymond, en Santa Cruz. En un vehículo policial llegó a Río Gallegos y desde allí hasta Ushuaia de nuevo, en avión. Por el tema de las municiones recibió una pena de 4 años y 6 meses de prisión que cumplió en Buenos Aires», rememoró Zampatti.
Medina retornó años después a Tierra del Fuego, trabajó como encuadernador en la Casa de Gobierno hasta su jubilación y sigue viviendo en Ushuaia. Su fuga no tuvo la rutilancia de otras huidas, pero fue de las más extensas y llevó al extremo la capacidad de supervivencia en el Fin del Mundo, donde las paredes de las cárceles resultaban insignificantes al lado de las casi siempre infranqueables barreras de la imponente naturaleza austral.