Hasta hace un año, Mario Abal, un mecánico de 66 años, vivía en Las Flores. Había llegado al barrio de zona sur apenas asomaban los ‘90 para cumplir un sueño que con esfuerzos pudo concretar: abrir su propio taller. Cuenta que nunca le faltó una bicicleta que arreglar o algún que otro tornillo que ajustar pero que le llevó tiempo entender la lógica de un lugar donde la pobreza convive con las regalías de economías delictivas y la ley se inscribe a balazos. Bajo esas reglas terminó en la calle, luego de que su casa quedara en manos de personajes vinculados con el submundo narco. Según su denuncia, se trata de una modalidad común en ese territorio donde las viviendas son usurpadas con violencia o compradas aunque no estén en venta.
Mario reclama que le devuelvan la dignidad. Su pedido de reivindicación es también una postal de cómo es la vida en los suburbios rosarinos y en especial Las Flores, el territorio que dio origen a Los Monos, un clan al que se le atribuyó manejar gran parte del narcotráfico de la ciudad durante la última década y media.
“El mundo que se vive allá en Las Flores no lo conoce nadie. Cada vez que paso para acá, para la zona civilizada, hay gente que no lo entiende. Yo no lo entendía cuando fui a vivir ahí”, cuenta Mario durante una entrevista en El Ciudadano a la que llegó con las copias de un expediente judicial con el que intenta recuperar su vivienda, ubicada en Arrieta al 1500, a metros de Paraguay y Batlle y Ordóñez. “Yo me fui a vivir ahí hace mucho tiempo. Es una situación bastante compleja que la ciudad ignora. Las Flores no es como Villa Banana, Empalme Graneros o Villa Diego. Las Flores es un imperio. Y con una cultura en particular. Allá las cosas se arreglan a tiros. Así de sencillo”, dijo.
Si bien reconoció que la mayoría de los vecinos vive de su trabajo, describió que hay una cantidad enorme de gente asociada con el delito, con los que se instala una convivencia forzada por el miedo. “Se convive con esa gente. No quiere decir que se los quiera. Los vecinos normales que uno puede apreciar como linda vida de clase media les tienen terror. Y cuando les mencioné el avasallamiento al que nos estaban entregando, me dijeron: «Vos no tenés hijos, nosotros sí»”, explicó. Precisamente por eso, Mario dijo que fue un blanco fácil para que le usurparan su vivienda: “Soy un tipo mayor y solo. Si hubiese tenido una mujer, una criatura, no pasaba nada. Porque son riesgos un poco mayores que se corren. En el caso mío, la facilidad estaba servida. Ser mayor y solo es una tentación para ellos”.
En Las Flores, prosiguió, “todas las relaciones están ligadas a algunos de los Cantero. Cuando a ellos les interesaba una propiedad la hacían corta porque tenían plata. Iban y les decían: «Tomá 20 pesos». Si les pedían 30, les daban 20 con un: «Tomátelas». Pero estos no son los Cantero, son soldaditos. Chicos drogadictos que roban y venden para ellos, para conseguir su cotidiana porción de drogas”.
Mario asegura que durante los 25 años que vivió en Las Flores tuvo que enfrentarse varias veces “con esos delincuentes, porque te invaden”. Y no olvida la noche del 26 de julio de 2013, cuando discutió con un vecino que se puso “denso” y decidió pasar la noche en la casa de una sobrina en Fisherton. Fue al día siguiente, en la sobremesa, que un amigo lo llamó para avisarle que le estaban “vaciando” la vivienda, a la que nunca más pudo volver.
“Me quedé en la calle. Hacía 25 años que vivía ahí y todavía no pude volver. Hace más de un año que estoy con una mano atrás y otra adelante”, dice entre sollozos. Según explicó, cuando se enteró de lo ocurrido llamó a un amigo que le cuidaba la casa, quien le recomendó que no volviera porque además de saquearlo le “colgaron el garrón de violador”. En ese sentido, dijo que le hicieron pintadas en el frente, incendiaron la vivienda y le advirtieron que si volvía lo iban a matar. “La casa estaba sitiada por jóvenes armados. El asunto es que cada vez que mandaba a alguien era recibido por chicos armados, de 15 años. Esto fue una asociación ilícita. La última noticia que tuve de mi casa es que el marido de Marianela, la mujer que la usurpó, había instalado una cocina (de drogas) ahí. Hay muchas casas usurpadas en la zona, ganadas de ese modo. Entran, te corren y la gente no denuncia por miedo”, aseguró. Al respecto, dijo que el hombre que participó en la ocupación de su casa es conocido en el barrio como Jueves, y tiene una compraventa donde reduce todo tipo de objetos robados.
Mario no sólo lamenta la pérdida de su casa y su taller, sino también la de sus pertenencias, humildes, pero irrecuperables. “Yo empecé en la mecánica trabajando en un tallercito sin siquiera cobrar sueldo. Hice el oficio hasta que lo aprendí bien. Empecé con una bicicletería pero a lo último ya tenía herramientas para hacer casi todo”, recuerda tras enumerar sus pérdidas.
“Lo primero que sacaron fue la moto. Lo segundo un compresor. Las herramientas se las llevaron todas. Pero también toda la documentación de la familia. Las cartas que le había mandado el abuelo a la abuela cuando todavía ni eran novios. Las fotografías. Yo soy un aficionado, le saqué fotos hasta a las arañitas. Mi cámara era una joyita y vaya a saber dónde estará. Mis mejores poemas, que eran una preciosura, una consistencia, un peso tan específico. Eran poemas cortitos pero llenos de emociones que no existen más. El cepillo de dientes, la tijerita de cortar bigotes, hay tanto para decir. Ropa que me falta, zapatillas, mi biblioteca y sobre todo El Profeta, mi libro de cabecera”, lamenta.
No obstante, aclara que “el documento de propiedad (un boleto de compraventa fechado en 1989) se salvó”.
Según los datos que brinda Mario, su causa se tramita en el Juzgado Correccional 5ª, donde la mujer a la que acusa de usurpar su casa y a quien dice conocer desde niña dijo que es propietaria y que él era su inquilino que no le pagaba el alquiler. También relató que fue el socio del padre de la joven, quien le vendió la propiedad a fines de los ‘80. “Quiero una reivindicación y que se me devuelva mi dignidad. La perdí hace un año”, dice.
Además de las copias de expedientes, Mario trae una carta en la que cuenta los obstáculos que afronta desde hace un año en las instituciones que deberían protegerlo. “Varias veces caminé como un zombie los cuatro kilómetros que me separan del palacio de justicia, vacío, desorientado. Desde dos cuadras el frío bloque de mármol se ve imponente, digno. Ajeno de esas lágrimas furtivas que cada tanto mojaban algún centímetro de mi mejilla sobre el rostro de gesto hosco, endurecido. Mientras, los malvivientes que destruyeran mi vida continúan su farra casi cotidiana festejando sus mórbidas hazañas impunes, protegidos por una espantosa red de vecinos que ven y se esconden, policías que actúan cubriéndolos, juzgados que hacen lugar a procedimientos incoherentes, fiscales que desestiman denuncias de robo organizado por comunidad delictiva, municipalidad que ignora demandas de ciudadanos y no asiste a la víctima, gobierno que se desentiende…”, dice un párrafo de la misiva, que en otra parte afirma: “El futuro no es incierto, está consolidado”.
“La policía encubrió todo”
Los vecinos que el 26 de julio de 2013 vieron cómo desarmaban la casa de Mario le dijeron que su moto, una Garelli de 50 centímetro cúbicos, había sido robada por dos muchachos a los que identificaron con apodos, y que también los vieron entrar en una casa de Villegas al 6200. Mario contó que al día siguiente radicó la denuncia en la subcomisaría 20ª, a cuyos policías acusó de “encubrir el robo”, porque no realizaron ningún allanamiento. Además, Mario agregó que dos chicos de 16 años fueron detenidos con su motocicleta, cuyo robo quedó registrado en el Juzgado de Instrucción de la 7ª Nominación. Los pibes, identificados con la iniciales A. H. Q. y A. L. E., quedaron a disposición del Juzgado de Menores Nº 4 de Rosario.