Gustavo Sarmiento – Tiempo Argentino
La carrera mundial en busca de la vacuna contra el covid-19 entró en su etapa decisiva. Nunca antes se avanzó tanto en tan poco tiempo, en una contienda que tiene a China, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos (y los laboratorios detrás) como los principales contendientes en pos del preciado tesoro de miles de millones de dosis producidas a escala universal, con posibles resultados antes de fin de año. Mientras tanto, se acelera el desarrollo de alternativas terapéuticas, y la Argentina no se queda atrás.
A mitad de semana, un consorcio que integran un grupo de científicos y científicas de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) y el laboratorio Inmunova, junto al Instituto Biológico Argentino y el Malbrán, anunciaron el desarrollo de un suero, producido a partir de anticuerpos de caballos, que logró neutralizar el virus SARS-CoV-2 en las pruebas de laboratorio. Apuntan a iniciar los ensayos clínicos el mes que viene.
La inmunoterapia es la vía de tratamiento que más progresos ha hecho en el país. En la provincia de Buenos Aires, al 12 de junio ya se trataba con este método a 80 pacientes distribuidos en 33 hospitales, con resultados hasta aquí muy positivos. Este miércoles también comenzó a recibir plasma el intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde.
El vice ministro de Salud bonaerense, Nicolás Kreplak, explica el proceso: «Son proteínas que produce el cuerpo de una persona que estuvo en contacto con la enfermedad. Una vez que se curó, le quedan los anticuerpos y lo hacen potencialmente inmune a una nueva infección. A través de algo llamado plasmaféresis, preparamos medicamentosamente esos anticuerpos para ser administrados a pacientes con un cuadro riesgoso».
Para avanzar en esta línea, la provincia elaboró una serie de protocolos de uso terapéutico, recibe donaciones y administra los sueros, y también creó un registro de información e investigación valiosa, «esperando demostrar científicamente que esta es la línea que mejor resultado nos va a dar, remarca Kreplak, que además se apoya en la solidaridad, que es la gran estrategia que tenemos para enfrentar esta enfermedad».
Este martes, la Universidad de Oxford, en Inglaterra, dio a conocer un estudio que comprueba que la dexametasona, un antiinflamatorio económico y de fácil acceso en farmacias, puede ayudar a salvar vidas de pacientes graves: sobre 2.000 pacientes, lograron resultados positivos en un tercio de aquellos conectados a respiradores, y en un 20% de los que estaban con oxigenoterapia.
No es un medicamento contra el covid-19, pero busca contrarrestar la sobrerreacción del sistema inmunológico ante el virus. Su disponibilidad también puede ser un problema. Rubén Sajem, director del Centro de Profesionales Farmacéuticos Argentinos, enfatiza en que se aplica únicamente a pacientes en estado crítico, por lo que «de ninguna manera es preventivo. No sea cosa que las personas vayan ahora a las farmacias a comprar dexametasona como sucedió antes con la ivermectina (antiparasitario), el paracetamol, que triplicó las ventas, o la hidroxicloroquina, que no sólo es peligrosa, también agotaron el stock y no quedaba para pacientes con lupus o artritis, que realmente la necesitaban».
Hay al menos 1.500 estudios en curso sobre tratamientos contra el nuevo coronavirus en todo el mundo. «El ritonavir-lopinavir, una asociación que se usa también contra el HIV, o el remdesivir, que se usó contra el ébola, son los que están mejor posicionados, y se estudian en la Argentina como parte del proyecto mundial Solidarity», agrega Sajem. Además del anuncio de la dexametasona, en Oxford también desarrollan su propia vacuna, uno de los proyectos más avanzados, que trascendió aun más por la multimillonaria donación que hizo Bill Gates para colaborar en la investigación.
Sin precedentes
Apenas dos meses después de conocerse la secuencia del genoma del SARS-CoV-2, Estados Unidos y China ya iniciaban la fase I de pruebas para una vacuna. Algo parecido a la carrera espacial de los ’60 pero con la salud y los laboratorios de por medio, en un mercado que mueve 65 mil millones de euros al año. Hoy dos de las líneas más avanzadas son las que impulsan Johnson & Johnson-Janssen, con el Departamento de Salud y Servicios Sociales y Humanos de Estados Unidos detrás, y Pfizer y BioNTech, que ya comenzó el primer ensayo clínico tras la aprobación del Instituto Paul-Ehrlich, de Alemania. Ambas dicen que pueden tenerla antes de fin de año.
A través de la operación Warp Speed (a toda velocidad), en la que financian a siete grandes laboratorios como AstraZeneca, Merck & Co y Moderna Therapeutics, Trump, exigió que haya una dosis lista en menos de seis meses, lo que trajo críticas de la comunidad científica por el temor a que su obsesión, su poco apego a las evidencias científicas y las elecciones el 3 de noviembre generen habilitaciones sin pruebas concluyentes, como ocurrió con la hidroxicloroquina y cloroquina, autorizaciones revocadas el último lunes.
«Lo que está sucediendo no tiene precedentes. En general, una vacuna tarda en promedio de diez a 15 años en desarrollarse. Desde que se divulgó el genoma del SARS-CoV-2, ya hay once vacunas en fase clínica en humanos y 130 proyectos en fase pre-clínica «, destaca a Tiempo la bióloga Juliana Cassataro, especialista en Inmunología y enfermedades infecciosas del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas Ugalde de la Unsam-Conicet. «Los más adelantados son China, Estados Unidos e Inglaterra. Para poder hacerla más rápido están acortando los tiempos de estudios de las fases clínicas, mediante lo que llaman Emergency Use Authorization. Una vacuna se da a individuos sanos. Entonces, va a ser fundamental evaluar con el tiempo suficiente si son seguras. Otro tema que puede demorar el acceso mundial es la capacidad de producirlas y distribuirlas».
Cassataro lidera el equipo nacional que también avanza en una vacuna, en su caso con proteínas recombinantes. Recibieron 100 mil dólares del Ministerio de Ciencia y Tecnología y en seis meses esperan tener los primeros resultados, y contar con el apoyo de laboratorios que financien el resto de los estudios en humanos.
¿Por qué sumarse al desarrollo de una vacuna desde la Argentina? Porque es la única manera de ir generando las capacidades del sistema científico «para fabricar nuestra propia tecnología de inmunización», explica la bióloga. De cara al futuro, el objetivo será trabajar con las cepas del coronavirus que circulan en el país. Y mirando de reojo si la preciada vacuna que descubran en otro rincón del mundo será realmente para todos y todas.
Contra la exclusividad, un «bien público mundial»
Los grandes laboratorios están aprovechando la «carrera por la vacuna» entre las principales potencias para realizar convenios con subsidios estratosféricos. El telón de fondo es la intención de algunos gobiernos de asegurarse la exclusividad. En mayo surgió la controversia con la francesa Sanofi, cuando su presidente, Paul Hudson, aseguró que Estados Unidos tendría la prioridad de sus avances porque «comparte los riesgos» de la investigación, con un aporte de 226 millones de euros de la agencia federal de investigación médica. Luego debió aclarar que los resultados tendrán en cuenta el interés de toda la humanidad y también servirán «a los franceses», pero la desconfianza ya se había encendido. El gobierno de Emmanuel Macron expresó su disconformidad y pidió que la vacuna sea «un bien público mundial», mientras que otros líderes europeos llamaron a compartir el desarrollo de los hallazgos. Incluso el presidente de China, Xi Jinping, aseguró que si su país logra crear primero la vacuna, será de libre acceso. El secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, abogó por el desarrollo de “una vacuna de los pueblos”, aunque permanece el temor de que los beneficiados sean sólo los países con el potencial de fabricarla.
La controversia por la hidroxicloroquina: estudios suspendidos
La Argentina estuvo entre los primeros diez países seleccionados por la OMS para el megaensayo llamado Solidarity, que ahora integran 34 países, para estudiar en más de 3.500 pacientes posibles tratamientos con ritonavir–lopinavir, remdesivir e hidroxicloroquina. Esta última droga sigue en el centro de la polémica, por el persistente lobby de Trump y Bolsonaro respecto de una eficacia nunca comprobada. De hecho, en mayo la OMS frenó esta línea de investigación, por los posibles efectos adversos en el sistema cardiológico, citando un estudio publicado en la revista especializada The Lancet que indicaba una «mayor tasa de mortalidad» de pacientes de covid-19 que habían tomado este fármaco.
A principios de junio los estudios se reanudaron, pero finalmente este miércoles se anunció su definitiva suspensión: «Basados en evidencias publicadas por los ensayos Solidarity y Recovery (este llevado adelante por la Universidad de Oxford), hemos concluido que se interrumpirán las pruebas con hidroxicloroquina», declaró Ana María Henao, directora del Plan de Acción para Investigación y Desarrollo del organismo. Y subrayó que el uso de hidroxicloroquina «no reduce la mortalidad de los pacientes con covid-19».