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Vecinos la amenazaron con arma y cadena cuando colgó el pañuelo de las Madres

Fue en barrio Parque Castelli de La Plata. El relato de una becaria del Conicet agredida en una singular jornada de memoria en medio de la cuarentena. Las miserias que afloran en tiempos de crisis

Alida vive en un departamento del barrio Parque Castelli de La Plata con su novio y este martes sufrió la intolerancia de sus vecinos cuando colgó en la puerta de entrada del edificio pañuelos blancos bordados por ella para sumarse al Día Nacional por la Memoria, la Verdad y la Justicia. Varios vecinos se enojaron con la pareja. Algunos de ellos extremaron la intolerancia con violencia: les pegaron, uno los amenazó con un arma y otro con una cadena.

En medio de la cuarentena, y de la consigna de organismos de derechos humanos y hasta el mismo presidente Alberto Fernández de recordar el día sin marchas pero con el símbolo histórico de Madres y Abuelas que enfrentaron a la última dictadura, varios platenses pusieron en claro con sus actitudes la necesidad de insistir en la revisión histórica del pasado reciente.

“¡Salgan ahora! ¡A ver! ¡peruano de mierda! ¡Te voy a matar!”, le gritaron a la pareja. “¡A mí no me peguen ningún cartel de Nunca más, yo no estoy de acuerdo con el Nunca Más, gracias al Ejército estamos así ahora, cuidados”, increparon de acuerdo a lo que los agredidos relataron y reflejó el portal Pulso Noticias.

Alina, becaria doctoral del Conicet, hizo un pormenorizado relato de lo que vivió con su pareja, que se reproduce abajo:

Un día de memoria y furia

Vivo en el barrio cercano al Parque Castelli con mi hermano. La cuarentena decidí pasarla en casa pero con mi novio. Hace tres días que decidimos -y podemos- no salir de la casa, a excepción de algunas compras menores que tuvimos que realizar. Hoy a la mañana, nos dispusimos a dedicarle el día a la memoria. FM La Tribu acompañó el ritual que se fue dando de manera espontánea y “con lo que había en casa”. Entonces recuperamos unos retazos de tela vieja, unos hilos de bordar heredados, unas hojas de papel y algunos fibrones. Queríamos darle un sentido especial al día y ejercitar lo que parece un oxímoron: marchar desde casa.

Bordamos pañuelos blancos porque, ya que por la ocasión no íbamos a poder marchar, todo el esmero iba a estar puesto en eso que produjeramos. Y así lo hicimos. Pintamos otros tantos pañuelos debatiendo qué consignas escribir, con qué colores, dónde colocarlos. Después de un rato, llegó el momento de salir a colgar lo que pudimos hacer, así como nos salió, con lo que teníamos a mano, con las energías intactas pero retenidas.

Al caminar el pasillo que conduce a la reja de entrada al PH, notamos que ya había una insignia blanca colgada allí. Nos miramos, sonreímos. Abrimos la reja y decidimos colocar los nuestros justo debajo. Esos fueron nuestros minutos sobre la vereda: dedicados a colgar los tres pañuelos bordados a mano y a sacarles una foto para compartir en redes sociales como proponía la convocatoria nacional de Abuelas de Plaza de Mayo, de todos los organismos de derechos humanos y de organizaciones sociales y políticas para replicar en cada rincón del país.

Antes de sacar la foto nos gritan: “¡A mí no me peguen ningún cartel de ‘Nunca más’, yo no estoy de acuerdo con el ‘Nunca más’, gracias al ejército estamos así ahora, cuidados”.

—A mí no me importa el “Nunca más”, dijo la vecina de la casa contigua.

—Nosotros no estamos pegando nada en su casa, señora—.

—¡Tranquila que ya llamé a la Policía! ¡Están incumpliendo la ley!—, respondió un vecino de unos 70 años.

—¿Así que les importa un carajo lo que está pasando? ¡Te voy a matar, negro de mierda!— Bajo el argumento de que estábamos incumpliendo la cuarentena, el conviviente de la vecina le pegó a mi compañero en los brazos y piernas.

Un ruido extraño irrumpió el momento: el vecino de enfrente que había dado aviso a la Policía salió de su casa revoleando una cadena con el candado puesto. Venía hacia nosotrxs.

Conseguimos volver al pasillo, cerramos la reja y en el mismo momento en que logramos poner la llave, el vecino -que ya nos había agredido-, aparece nuevamente pero esta vez con un arma en su mano al grito de: -¡salgan ahora! ¡A ver! ¡peruano de mierda! ¡Te voy a matar!-. Corrimos por el pasillo sin mirar atrás ni saber lo que pasaría, con el cuerpo temblando y la mente en estado de shock.

Minutos después, llegó la Policía. Tomó declaración a ambas partes pero no tuvo mucho tiempo para escuchar lo que repetimos cuatro veces con mi compañero: mi vecino nos apuntó con un arma y amenazó con matarnos por colgar unos pañuelos. Pero sí nos preguntaron “¿Por qué estaban colgando esto?”.

Ahora nuestros miedos son más y están al lado. Ahora tenemos las manos, los ojos y los gritos de vecinxs sobre nuestros cuerpos, recordándonos todo el tiempo que están y estarán allí vigilando lo que hagamos y lo que no. Estarán ahí para decirnos que no podemos salir ni a sacar la basura. Estarán ahí, mirando por la ventana para decir que nos quedemos y que nos olvidemos de lxs que no pueden hacerlo. Estarán allí para recordarnos que si no está la policía, están ellxs. Pero también estarán allí, para señalar que el ejercicio de la memoria es peligroso. Porque parecen ignorantes, pero no. Ellxs están y estarán ahí porque saben -y maldicen- que a cada muestra de violencia, opondremos más memoria y más pedido de justicia en pos de crear otro mundo donde quepan dignamente otros mundos.

En tiempos de aislamiento está a la vista el recrudecimiento del punitivismo social: eso que lleva a muches a querer controlar, reprimir y hasta matar a le otre enemigue: les pibxs pobres, las travas, les cartoneres, les vendedorxs ambulantxs, les que piensan distinto.

No basta con no hacerlo o con decir que no hay que hacerlo. No basta con no ser violento o decir que no hay que serlo. Es necesario construir y/o recuperar elementos que nos permitan conformar un cultura antirrepresiva, antipunitivista y crear soluciones colectivas y comunitarias para enfrentar las crisis que reflotan ante la escena actual.

Alida Dagnino Contini

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