Javier Irazoqui es un santafesino, nacido en la capital de la provincia, que al concluir su secundario se mudó a Rosario para poder estudiar biotecnología en la Facultad de Bioquímica de la UNR. Una vez recibido y luego de presentarse a varias becas para hacer el doctorado en los EEUU, es aceptado en la Universidad de Duke, en Carolina del Norte.
Después del doctorado, se pudo instalar en la Escuela de Medicina de Harvard para hacer investigación básica y docencia.
No debe haber un día en que la ciencia no esté puesta en tela de juicio. Muchos, ni siquiera, se acercan a ella por el excesivo respeto que les provoca la sola mención de su nombre. La humanidad, sin embargo, en su cotidianeidad, está atravesada por la ciencia; que al decir de Marcelino Cereijido, es una de las garantías de su sobrevivencia.
Se tiene de la ciencia, como de tantas otras cosas, prejuicios y aproximaciones reduccionistas que no hacen otra cosa que confundir. Se tiene, por eso mismo, una versión desfigurada de la ciencia y de los científicos.
“Somos gente como cualquiera; tomamos el transporte público y nos manejamos con los mismos valores éticos de la sociedad en su momento histórico”, aclara Javier Irazoqui, para expresar: “Yo hago un ejercicio; les pregunto a los estudiantes del secundario, a quienes suelo invitar a visitar mi laboratorio para transmitirles qué es la ciencia, ¿qué imagen tienen del científico? Y a renglón seguido, les pido que me dibujen un científico. Y lo que dibujan es un hombre de raza blanca; viejo como Einstein, el pelo revuelto, vestido de guardapolvo y mezclando frasquitos. Y nosotros no somos eso. Somos una comunidad diversa; igual a la comunidad de la gente que no hace ciencia”, concluye Irazoqui.
—¿Y qué es la ciencia?, si se la pudiera definir… (risas)
— Tengo una definición científica y otra, filosófica. La ciencia es el esfuerzo de comprender la naturaleza en forma sistemática, porque nos regimos por unas series de reglas estrictas; no sólo éticas sino de procedimientos, para que las observaciones que hagamos no tengan influencias personales o de circunstancia; ya que lo que buscamos es la verdad. Desde el punto de vista filosófico, la ciencia es una actitud de vida; una manera de ver el mundo donde uno no toma nada por aceptado. Así veo a la ciencia, como una actividad subversiva; ya que al no aceptar nada por dado, voy a corroborar por mis propios medios. No hay autoridad que se imponga, si antes yo no corroboro aquello que esa autoridad afirma. No hay posibilidad de dogma. Siempre producimos verdades provisorias y como científicos nos damos cuenta de cuán provisorias son, ya que el acercamiento a la realidad lo hacemos por nuestros sentidos, que son muy limitados.
—¿La ciencia es una disciplina de creatividad. De imaginación, tal vez ?
—Cierta vez leí una frase feliz: ‘La imaginación te lleva a lugares donde nunca llegarías de otra manera’. Tal vez por eso, me llevo bien con los artistas; las conversaciones más interesantes las he tenido con artistas; ellos tienen, en general, una visión tan agnóstica de lo que hago y libre de prejuicios y convenciones. A su vez, yo trato, por mi parte, de mantener esa actitud ante los objetos de mis estudios. De todos modos, creo que todos vamos por la vida desarrollando pequeñas hipótesis sobre el mundo. Y vamos experimentando; y, a través del ensayo y el error, avanzamos.
—El científico, a parte del esfuerzo al que debe someterse, ¿qué otras competencias debe tener?
—Esta es una pregunta fácil de contestar: la persistencia. Debe fijarse un buen norte para sobreponerse a las dificultades. Debe preservar la fuerza vital de la curiosidad y poder lograr entender eso de la naturaleza que nadie entendió antes y comunicar ese conocimiento nuevo para que le sirva al resto de la gente; y, a su vez, les facilite acceder a otros, acceder a ese conocimiento. Debemos ser curtidos para absorber las críticas de nuestros pares, ya que el mayor porcentaje del trabajo científico es el fracaso. Y uno tiene que desarrollar sus defensas y anticuerpos construyendo una fuerza interior que le permita ofrecer resistencia a los mismos.
—¿Cómo llega a Harvard?
—Después del doctorado en Duke, me fui a la Escuela de Medicina de Harvard a hacer investigación más relacionada a las infecciones y al sistema inmune. Allí hago investigación básica y docencia. Me gusta mucho enseñar. Una de mis mayores inquietudes es divulgar la ciencia y sobre todo educar al ciudadano en materia de Investigación científica. Invito a chicos de las escuelas secundarias para que vean en el hospital lo que es la investigación. Les muestro los gusanos y nuestros resultados. Y sobre todo quiero trasmitirles qué aporta la investigación a la sociedad. Sin ciencia y tecnología no podremos sobrevivir en el planeta, sobre todo siendo más de 7000 millones de personas, quienes podemos vivir juntos entre otras cosas por el avance de la ciencia.
—Sabemos que está trabajando en un proyecto especial ¿qué lo trajo por Rosario?
—Esencialmente sigo mi línea de investigación que inicié en mi doctorado en un laboratorio independiente de la Escuela de Medicina de Harvard. En la misma, por un lado trabajo con patógenos bacterianos que infectan a los humanos y son un gran problema para nuestras sociedades; a la vez, indago cómo funciona nuestro sistema inmune para poder combatir las infecciones a las que estamos expuestos; para poder llegar a tratar enfermedades de auto inmunidad y de inflamación crónica. En este contexto es que yo tengo mucho interés en desarrollar líneas de investigación que tengan que ver con la microbiología. Desde que me fui, hace casi 20 años, he puesto mi interés en seguir mi interacción con los laboratorios locales que son laboratorios de excelencia mundial. Y como han confluido una serie de factores y el laboratorio de Diego de Mendoza es un laboratorio de fama mundial en la microbiología de agentes bacterianos gram positivos, aquí estoy.
—¿Qué están haciendo en el IBR, más allá del intercambio de información?
—Como mi área de investigación se desarrolla en el uso de un organismo modelo; consiste en usar un invertebrado que crece rápidamente en el laboratorio con pocos recursos y que tiene mucha aplicación en la comparación con la biología humana. En los últimos 10 a 15 años se han reconocido los aportes de ese sistema modelo a la biología humana con seis premios Nobel. Se trata de un área de investigación muy activa y sustancial para la medicina. Hemos dictado días atrás un curso intensivo de dos semanas de introducción a la biología de este sistema modelo, que es el Caenorhabditis elegans, conocido en el ambiente científico como “C. elegans”. Y lo que apuntamos es a aportar las herramientas para que las tengan a mano por si les surge la necesidad de usar este sistema modelo para que puedan llevar adelante sus trabajos de investigación usándolos. Sobre todo para que le pierdan el miedo a usar este sistema. Con este curso se llevan las herramientas básicas para poder incorporarlo a sus propios bagajes y que aumenten sus habilidades experimentales y protocolos y reactivos y demás para que desmitifiquen el sistema modelo.
—¿Cómo surgió la idea de llevar adelante este curso en el IBR?
—El curso surgió de una inquietud mía de estrechar lazos entre la UNR y la Universidad de Harvard y favorecer a que haya más intercambio científico entre las dos instituciones. En mi caso en particular, tengo el privilegio de haber estudiado en ambas instituciones lo que me permite tener en claro cómo se pueden beneficiar cada una de las instituciones en la interacción. Y un poco estoy usando este curso como una excusa para contactar a muchos científicos locales y explorar cómo podemos utilizar este sistema modelo para ayudarlos a que avancen en sus respectivas líneas investigativas.
“Un elegante gusanito de las cloacas”
Javier Irazoqui explica que el Caenorhabditis Elegans es “un elegante gusanito de las cloacas; es un gusano muy pequeño; con el que los humanos tenemos muchas partes de nuestros genes en común; por eso nos resulta útil estudiarlo para entender aspectos de la biología y la medicina humana. Creo que este modelo puede ser muy útil en un sistema científico en donde los recursos y la economía son limitantes. En Argentina, el recurso humano es muy bueno y lo que les impide avanzar más es la falta de otros recursos. Por eso un sistema modelo que sea económico y accesible, con alto grado de homología con nuestra biología, y a la vez que su estudio se pueda trasladar a la medicina humana; por lo que me parecía muy beneficioso comenzar líneas de investigación con este modelo en el país”.