El cineasta Franco Verdoia estrenará este jueves, a las 20, en Cine.ar La Chancha, una ficción que surge a partir de sus marcas personales tras una situación de abuso infantil y que relata a través del viaje interno de Pablo a partir de un reencuentro fortuito con alguien de su pasado en un complejo vacacional.
Sin configurar una autobiografía del realizador, cada elemento que aparece en la película tiene que ver con su imaginario: objetos, paisajes, colores, aerosillas, viacrucis, Las Varillas, los recuerdos, los personajes entrañables y detestables del barrio en que se crió, haberse ido y haber regresado.
En una entrevista con la agencia de noticias Télam, Verdoia reflexionó: «Pude revelar un universo personal que conozco en profundidad. Estoy acostumbrado a edificar ficción echando mano a lo que tengo a mi alrededor. Siento que estoy preparado para hablar de dos o tres temas, y que con eso alcanza».
La chancha narra en clave de thriller psicológico una herida que un catalizador inesperado vuelve a abrir varios años después, durante un reencuentro entre Pablo (Esteban Meloni) y Miguel (Gabriel Goity) y que genera en Pablo sentimientos y recuerdos que condicionan su presente.
El elenco se completa con Gladys Florimonte como Alicia, un personaje que funciona como contrapunto del drama que acontece; Rodrigo Silveira como Joao, y Raquel Karro en la piel de Queli, una mujer compleja y contradictoria.
«Todos eran conscientes de que estábamos contando una historia necesaria y fueron muy respetuosos conmigo al momento de entender que, de alguna forma, estaban siendo instrumentos de mi propio proceso de sanación», confía el cordobés, también autor de Chile 672 (2006) y La vida después (2015).
«La película no tiene una bajada moral. Resulta perturbadora justamente porque no sigue la conformación binaria de víctima-victimario. Todo es ambiguo», manifestó el realizador y agregó: «No creo que el cine deba dar mensajes, pero tiene la obligación de abrir interrogantes e interpelarnos».
Para Verdoia La Chancha era una deuda pendiente con el niño que fue. «Y me deja tranquilo sentir que esa parte de mi historia quedó finalmente saldada. Comprender qué recursos tuve para tramitar ese episodio hizo que decida poner en marcha una ficción: La historia de Pablo no es la mía, para él no fue fácil lidiar con esa marca y abrirla en su presente heteronormativo, no tuvo las herramientas para vehiculizar el trauma de forma orgánica y no tuvo otra salida más que reprimirse», explicó y agregó que para la realización del film decidió no hablar con personas que hayan pasado una situación similar: «Sentía que con mi proceso ya tenía suficiente, y por momentos me resultaba agobiante. En el cine nada es precipitado, los tiempos de desarrollo permiten que uno pueda modular la relación personal que tiene con la historia que está contando y afinar la sensibilidad para ser preciso y singular. El momento de filmar la película finalmente llegó cuando yo estaba emocionalmente preparado para mirar de frente a mi propio abismo».
Sobre su personaje, Meloni aseguró que fue todo un desafío. «Franco me guió en descubrir qué emociones resonaban en mí y a colocarlas en las circunstancias del personaje», confesó mientras Gabriel «El Puma» Goity apuntó: «Por mi parte, nunca tuve zona de confort en la actuación y en este caso uf… A la vista y al trato Miguel es de esas personas que son muy sociables, con las que podés convivir en cualquier lugar, pero es la sutileza de la dirección como aliada que hace que un personaje muy complejo, parezca sencillo a la luz».
«No quería contar la historia de un pedófilo», aclaró el director. «No creo que Miguel lo sea. Los dos forman parte de un sistema social en donde ciertos límites se confunden y resulta perturbador porque ilumina una zona peligrosa. La sexualidad en la infancia es un territorio sinuoso y frágil, y es su condición de «tabú» que la vuelve más vulnerable. Miguel también fue un niño y seguramente normalizó un tipo de comportamiento social. No se trata de justificar lo aberrante, sino de ponerlo en contexto y desplegar todas las aristas del tema», aseguró.
Meloni definió el film como una película «muy valiente que aborda con responsabilidad un tema tan difícil de hablar como es el abuso infantil y las huellas que deja en el presente de un adulto. Entretiene al espectador y al mismo tiempo lo invita a reflexionar», descripción a la que Goity sumó: «Visibiliza un tema que no fue muy tratado en el cine argentino y que es mucho más común de lo que se habla, lamentablemente. La película muestra ese dolor que lleva mucha gente a lo largo de los años, y por eso me parece interesante, para eso está el cine».
En consonancia para Verdoia viene a echar luz sobre la vulneración de los derechos de los niños. «Me siento orgulloso de que la película le ponga voz a muchos casos que, como el de Pablo, tuvieron que batallar puertas adentro, en la soledad más absoluta, al punto de negarse a sí mismos la posibilidad de hacer un proceso de sanación de una herida tan corrosiva. El no poder «contarlo» está muy enlazado con el estigma social que acaban teniendo las personas que finalmente lo visibilizan, y el hombre parece correr con mayor desventaja dentro del modelo heteronormativo. Yo crecí en una infancia libre, donde la mirada de los adultos no era un radar permanente, y en algún punto era cómodo para nuestros padres, que trabajaban todo el día, aprovechar la libertad natural y «segura» de las comunidades rurales. Pero hay una gran ceguera, por falta de herramientas o por el dolor que pueda causarle a un padre imaginar vulnerada la sexualidad de su hijo. Atraviesa a todos los estratos sociales y no tiene que ver solo con los pueblos chicos del interior», concluyó.