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Vicisitudes de la Unión Europea ante la búsqueda de la ¿solidaridad? del pasado

El 9 de mayo se celebró el día de Europa y aunque no fue la noticia más importante debido al covid-19, muchos políticos aprovecharon la jornada para lanzar mensajes pro-europeos con el objetivo de justificar la necesidad de fortificar los lazos de las naciones que la integran

Sergio Molina García**

El pasado nueve de mayo se celebró el día de Europa como homenaje al aniversario de la Declaración Schuman de 1950. Aunque no ha sido la noticia más importante del día debido al covid-19, muchos políticos han aprovechado la jornada para lanzar mensajes pro-europeos con el objetivo de justificar la necesidad de la Unión Europea.

Sin embargo, la pregunta que se puede hacer el lector es, ¿realmente esos mensajes pueden servir para construir una Europa más unida? ¿Sobre qué base histórica se sostienen?

En las siguientes líneas se realizará un aporte desde la perspectiva del historiador, que complementa a las visiones políticas a las que estamos acostumbrados.

Comunidades europeas

En 1950, los países de Europa continental todavía estaban reconstruyendo sus economías y buscando alternativas para sus sistemas políticos y económicos en un nuevo marco geopolítico.

n ese contexto, Robert Schuman, ministro de exteriores de Francia, propuso la creación de una comunidad franco-alemana sobre el carbón y el acero, las energías más utilizadas en aquellos momentos.

Con el apoyo de Jean Monnet, entre otros, defendió un acuerdo entre Francia y la RFA sobre la producción y la distribución común de esas materias primas, así como la libre circulación y el control de precios.

Esta idea fue bien acogida y se configuró la Comunidad Europea del Carbón y del Acero con Francia y RFA, tal y como había previsto Schuman, pero también con Bélgica, Italia, Luxemburgo y Países Bajos.

El éxito económico permitió aumentar el proyecto. En 1957 se firmaron los Tratados de Roma, que creaban las Comunidades Económicas Europeas (CEE) y extendían el mercado común sin aduanas para el resto de los productos industriales y agrícolas.

En 1962 se configuró la Política Agraria Comunitaria (PAC). Y en 1973, 1981 y 1986 se llevaron a cabo diferentes procesos de adhesión de nuevos países a la CEE. Paralelamente a estos acontecimientos, en 1965, Francia abandonó su puesto en el Consejo de ministros de la CEE como señal de protesta por su disconformidad en la fijación de precios agrarios. Y entre 1979 y 1984, las instituciones comunitarias estuvieron paralizadas por el bloqueo británico de los presupuestos europeos.

Solidaridad de hecho

Hasta ese momento, la configuración institucional se basó en cuestiones económicas. Hubo que esperar a 1987 (Acta Única Europea) y 1992 (Tratado de Maastricht) para configurar los primeros proyectos políticos y sociales.

Se pusieron en marcha políticas sobre justicia, seguridad y asuntos exteriores. Incluso la propia denominación cambió a Unión Europea, en la cual desaparecía la designación de “económica”. No obstante, el carácter comercial se mantuvo como la línea directriz de la UE, tal y como demostró la puesta en marcha del euro (1999).

n esta fase también se produjeron grandes problemas como, por ejemplo, el fracaso de la Constitución europea. La idea que ha llegado a la actualidad de los primeros momentos de la CEE ha sido modélica. El proyecto construido en los cincuenta por los “padres de Europa”, en la mayoría de las ocasiones, se ha mitificado.

Se ha considerado que el objetivo que pretendían era la solidaridad europea y la puesta en común de las economías. Esa imagen se pudo comprobar en algunos de los discursos del pasado día 9 de mayo. Ursula Von der Leyer, presidenta de la Comisión Europea, incidió en la necesidad de volver a la “solidaridad de hecho” de Schuman.

Los presidentes de las asambleas nacionales de España, de Francia, de Italia y de Alemania publicaron una carta en la que el concepto solidaridad se repite hasta cuatro veces.

En general, muchos de los discursos de ese día han evocado una de las afirmaciones de la declaración del político francés: “Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho”.

Justificar la necesidad

Como mostró Alan Milward, en la década de los ochenta se configuró una idea idolatrada sobre los padres de Europa. Sin restar importancia al proyecto europeo, en muchas ocasiones, el objetivo de ellos mismos era el beneficio económico nacional y no colectivo.

Es decir, la CEE era un medio, pero no un fin. La PAC fue impulsada por Francia para proteger sus propias producciones de los cultivos extracomunitarios, pero no en busca de la solidaridad comunitaria.

Por todo ello al proyecto le costó adquirir una dimensión política y social. No hay que olvidar una máxima repetida en Francia durante los sesenta y setenta: “faire l´Europe sans defaire la France”.

El desarrollo actual de los veintisiete países miembros se debe, en parte, a la labor de las instituciones europeas. Europa, no hay que olvidar, es una de las potencias económicas más importantes del mundo gracias a los acuerdos internos. Durante la Guerra Fría, fue la alternativa a la bipolarización del mundo.

Al mismo tiempo, ha logrado establecer la libre circulación y la vinculación de muchos de sus jóvenes gracias al programa ERASMUS y también se ha convertido en uno de los mayores promotores de la lucha contra el cambio climático.

Es decir, la UE tiene argumentos sólidos para justificar su necesidad sin necesidad de mitificar su configuración. Si se incide en su historia con todos los logros, pero también con todos los problemas, la sociedad podrá entender mejor su evolución y su enorme complejidad. De hecho, posiblemente de esas reflexiones puedan aparecer proyectos sólidos de futuro.

Sin política común para el covid-19

De lo contrario, continuaremos como hasta el momento. Por una parte, los europeístas reclamando la unidad y solidaridad que se atribuye a los cincuenta, sin aludir a las diferencias contextuales.

Y, mientras, los estados miembros muestran su incapacidad para lanzar una política común contra el covid-19. Por otro lado, la sociedad, desde 2008, se divide en los defensores de Europa, cada vez menos entusiasmados, y los eurófobos, que critican con argumentos, muchas veces falsos, el funcionamiento de la UE.

Por todo ello, asumir el pasado tal y como fue, con sus problemas y sus logros, servirá para afrontar el presente. Si se asume que la construcción europea fue más compleja de lo comúnmente afirmado, será más fácil entender (no justificar) la dificultad para la toma de decisiones y construir proyectos en común.

** Seminario de estudios del Franquismo y la Transición

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