Si fuera posible escribir y leer al mismo tiempo, ya habría escrito mucho más de lo que llevo escrito. Pero no se puede. Probé y no se puede. La única lectura que se presta para eso, parece ser lo que uno va escribiendo. No digo que uno sabe todas las veces lo que está escribiendo, (no sé si captan los matices) pero hay mejores autores que uno mismo en que ocupar nuestro tiempo. Con todo, este no es el tema preciso de hoy. Hago la observación sobre la elemental imposibilidad de escribir y leer al mismo tiempo, porque traigo una enorme edición de una biografía de Victor Hugo de Alain Decaux que, hojeadas las primeras páginas, me parece bien interesante y, al mismo tiempo, al bajar del tranvía se me ocurre que mi amigo Guillermo ha debido mudar su negocio, y entonces no tengo a nadie para saludar y conversar un ratito antes de hacer los cien metros que me llevan a mi oficina. Y esa ausencia me estimula a escribir algo sobre la circunstancia. Me gustaría, claro, seguir leyendo la biografía, al mismo tiempo que registro mi sensación de tristeza por ese vacío de la presencia de Guillermo, que tuvo que mudar su negocio. No demasiado lejos, pero nada que ver con bajar del tranvía y hallarlo ahicito nomás.
Lo encontraba ahicito, porque el hombre es cordobés, y en cordobés, ahí, se dice ahicito. Es cordobés y suizo y tiene un talon minute, cordonnerie et serrurerie, lo cual vendría a ser una reparación de zapatos y cerrajería, actividades que por estos lados, en la mayoría de los casos, siempre van en yunta.
Y me digo que tengo que escribir algo al respecto, porque uno no encuentra conocidos todo el tiempo y por todos lados, en un lugar donde vive hace sólo diez años. Entonces la falta de Guillermo se hace sentir. ¿De qué hablábamos con él? De todo un poco. Pero lo más importante era el encuentro matinal y el saludo, verlo ahicito limando las llaves que le hubieran encargado o en la cepilladora puliendo algún taco de goma de alguna bota rebelde. O constatar, cartelito de “vuelvo enseguida” mediante, que se había ido a alguna urgencia cerrajera a domicilio. En general, me cuenta, se trata de los que perdieron sus llaves, viven solos o no hay nadie en la casa y tienen que entrar. Y ahí va el hombre con sus elementos para abrir la puerta, y llevando una cerradura y llaves nuevas para instalar, por si le piden.
Uno de los temas obligados de nuestras conversaciones es sobre el último viaje de cada uno a la Argentina. Él va a Córdoba, yo vengo a Rosario. Pero nunca coinciden las fechas de viaje para visitarnos. Al final para qué, si nos vemos aquí casi todos los días cuando bajo del tranvía para ir a mi trabajo. Mejor dicho, nos veíamos. Ahora mucho menos, porque, no sé si les dije… el hombre tuvo que mudar su negocio unas cuadras más lejos. Hay que ir especialmente o coordinar encontrarnos para tomarnos un cafecito por ahí, fuera de las horas de trabajo de los dos. Se complica. Cada uno tiene su familia, sus compromisos.
Quería dejar constancia pública de este trascendente momento en que a mis mañanas ginebrinas les falta el saludo del compatriota cordobés, lo que les puedo asegurar, no es para nada poco. Y también hacer constar que, si por una de esas casualidades llegamos a conversar sobre la vida de Victor Hugo con algunos de ustedes, me van a faltar algunos datos, porque ya les dije que no se puede leer y escribir al mismo tiempo. Y por nada del mundo, Chaveta que al final es uno, podía dejar pasar este sentimiento de desasosiego que me produce bajar del tranvía por las mañanas y no poder charlar un ratito con este Negrazón que parla mitad en cordobés y mitad en franchute.